Edición

Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Lo más destacado a estas alturas del Mundial parece ser la 'nacionalidad' europea de todos los equipos que permanecen en el mismo. Resulta sorprendente que los teóricamente favoritos hispanoamericanos hayan quedado fuera de la competición; aunque al fin y al cabo, como casi todo, el fútbol se inventó en Europa. Si nos ponemos en plan simbólico salen muchas posibilidades a colación. La UE somos una 'unidad de destino en lo universal', que diría José Antonio, enterrado por cierto en el 'Valle de los Trasladados'. Sin embargo, echando un ojo a los contendientes que jugarán las semifinales surgen dudas. ¿Qué tiene que ver un ruso con un croata? ¿Acaso Rusia es miembro de la Comunidad? Por no hablar de esa Inglaterra que se enfrentará a Suecia, que tiene un pie dentro y otro fuera por culpa del Brexit. No, las cosas no están tan unificadas como podría afirmarse a bote pronto. Europa es variopinta: el norte frente al sur, el montón de idiomas diferentes que se hablan, las costumbres tan distintas, el este y el oeste, la diversidad de climas y paisajes… ¡Buf, unirse en plena comunión no es nada fácil! Por fortuna, en cuestiones futboleras hablamos de Europa y todos estamos de acuerdo sobre qué es y dónde está. A pesar de las distancias entre países europeos, y siempre en nuestro tema de balompié, el equipo que más está gustando por su unidad y juego potente es el de Bélgica, se habla de una 'nueva generación del fútbol belga'. Nadie va a negarle la europeidad a este país, por supuesto, pero si pasamos revista a su alineación nos llama la atención encontrarnos con hombres de todas las ascendencias: indonesia, maliense, congoleña (muchos, el pasado colonial siempre acecha), marroquí… Y todos nacidos en Bélgica, y por lo tanto son belgas y europeos de pleno derecho. Ya tenemos otro símbolo que nos brinda este Mundial: Europa ya no es un lugar cerrado a cal y canto donde todo el mundo es blanco y donde se cumplen los estereotipos de hace mil años: el francés con la baguette bajo el brazo y el inglés sorbiendo su taza de té a las cinco en punto. No, ya somos una mezcla racial y cultural con orígenes diversos pero de tronco absolutamente común. Y por lo visto funciona bastante bien. Al menos en el fútbol esa variedad de muchachos de aspecto diferente pero luchando por el mismo fin está dando magníficos resultados y buena imagen. ¡Ojalá en los demás campos de la vida suceda igual! Estoy segura de que así pasará, porque el fútbol no es algo al margen de la sociedad… excepto por la pasta que suelen cobrar los jugadores, eso sí.

Y hablando de estereotipos, me pregunto si se reproducirán todavía en nuestros tiempos. ¿Qué pasará cuando se enfrenten Francia y Bélgica? Los franceses, desde tiempo inmemorial, se han burlado siempre de los belgas; en cosas intrascendentes, claro está: su afición inveterada por las patatas fritas, su pretendido provincianismo agrícola y su falta de sofisticación. Los belgas eran para los franceses como los ciudadanos de Lepe fueron aquí durante una época: el blanco de muchos chistes de escasa gracia. Como hoy en día triunfa la corrección política sobre todo lo demás, no creo que el equipo francés se dedique a comer la moral de los adversarios con chascarrillos que demuestran en el fondo hasta qué punto uno se siente superior. ¡Olvidemos los viejos piques entre vecinos!, que eso sí es provinciano a más no poder.

Y bien, con todos estos símbolos paneuropeos lo que quiero resaltar es que el fútbol no está tan alejado del tejido social como tantas veces se ha dicho. Está sirviendo de reflejo a las realidades de los diferentes países y nos hace reflexionar si queremos darle una dimensión mayor que el simple juego. España no está ya presente en el Mundial, pero Europa continúa, y eso nos implica y hace que vayamos a seguir lo que queda de campeonato con el mayor interés.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios