Tres historias y un jarrón
Relatos de verano ·
maría del mar pagano ferrari
Sábado, 10 de agosto 2019, 12:09
El día no comenzó bien. Una lluvia tremenda me dio un recital de techos toda la noche. Pensé que iba a ser un día movido, ... y no me equivoqué. Recogí algo el salón con mi primer café. Era el cumple de Lucy, así que le había dicho a mi hermana que se pasaran un rato a la tarde para las velitas. Empecé a despertarlos a los tres, mientras hacía el desayuno. A Martín le cuesta mucho levantarse, hay que insistir... ¡y a mí me da una penita! Las niñas son más rápidas, pero luego tardan más en vestirse. Todos le cantamos a Lucy. Yo le dije que el regalo se lo traía a la tarde. Cada día se arma por algo, ése porque Martín quería ponerse las zapatillas nuevas; al final lo convencí de que todos los chicos iban a ir con las viejas con el barro que había. Y tras un segundo café salimos todos.
Al llegar encontré a la señora nerviosa, habían comenzado las contracciones. Le dije que se quedara tranquila, todavía faltaba. Revisamos el bolso para el hospital, que ya estaba listo. Al rato avisó al señor, que volvió enseguida para la casa y me pareció aún más nervioso que ella. Yo los conozco bien, estoy con ellos hace unos nueve años, cuando se casaron. Ella era bastante inútil, la verdad, no sabía hacer casi nada, y como su familia es del norte y estaba solita, se apoyó mucho en mí. Pero tiene buen carácter, es generosa y nada tonta. Me ayudó mucho cuando mi esposo se fue, me dio más horas, aunque no eran necesarias, me preguntaba por mis hijos, y para Reyes siempre tenía algún regalo, eso no lo hace cualquiera. Charlábamos mucho. Yo quería que esperaran un poquito más porque todavía faltaba, se veía, pero al final se fueron. Los entiendo, con el primer parto no se sabe nada, y por mucho que te digan… Además en este caso, con tanta espera, tantos tratamientos, tantas ganas, bastante bien lo llevaban. En eso acertó la señora. Cuando volvió del viaje estaba contenta, me dijo que ahora tenía fe. Y que si los tratamientos no funcionaban a lo mejor otras cosas sí. Había visitado templos en Japón mientras el señor estaba en el congreso. Y la pegó, ya lo creo. Poco después llegó la noticia del embarazo y las cosas entre ellos volvieron a ser como al principio. Del viaje trajeron muchos regalos y algunos adornos, pero lo más importante fue el jarrón. A mí no me entusiasma, la verdad, pero ella estaba encantada con su capricho. Un día me explicó el significado de los dibujos. Era una leyenda muy linda, a ver si me acuerdo.
Parece que la diosa de la fertilidad y las cosechas, ante las amenazas del dios de la noche, se había escondido en una cueva. Los campesinos y las mujeres jóvenes le rogaban día y noche que volviera al exterior pero no había manera. El pueblo tenía hambre. Una joven princesa de la otra punta del país no paraba de llorar pensando que no iba a tener hijos. Su esposo, que había sido un humilde herrero, puso todo su arte en fabricar un espejo y le dijo que la diosa no se resistiría a ese regalo. Tras un largo viaje llegaron a las puertas de la cueva, donde había mucha gente rezando. Esto es lo que se ve en una cara del jarrón. El príncipe preguntó por dónde salía el sol y se instalaron cerca. A la mañana siguiente, cuando el sol empezó a brillar con fuerza se puso a bailar agitando el espejo. La luz que reflejaba penetró en la cueva y la diosa se asomó confiada. Al ver los campos tan tristes y la gente festejando su salida dejó atrás la cueva para siempre. Del otro lado del jarrón se pueden ver arrozales y mujeres con niños y la diosa sonriendo desde una nube. Más o menos era así.
La cosa es que yo también me había puesto nerviosa. Empecé con el dormitorio y después el baño. Miré el cuarto de la beba con su ropita, juguetes, la cuna, el cochecito, sólo faltaban los llantos, decía yo. Hice una pausa y le recé a mi Virgen para que todo saliera bien. Y decidí encerar el salón, aprovechando que estaba sola. ¿No habré encerado veces ese piso? No sé qué pasó, lo mismo que hiciste mil veces un día sale mal y adiós. El cable de la enceradora se habrá enrollado en las patas de la mesita, no sé, la cosa es que de pronto sentí un estruendo y el jarrón estaba hecho añicos en el piso. Creí que me daba algo. Yo nunca he roto nada, nada importante. Recogí los trozos y los guardé por si tenía arreglo, pero qué va, eran mil pedazos. Y cuando cumplí mis horas, me fui. Con los nervios me olvidé del regalo para Lucy. A la tarde recibí un mensaje: todo había salido bien, las dos estaban bien. Festejé el cumple con el peso del jarrón en mis espaldas. A los pocos días me avisaron que ya podía volver a trabajar, estaban en casa. Me tocaba dar explicaciones. Cuando llegué el señor salía muy serio, casi no me saludó. Me temblaban las piernas. Le di un abrazo a Gloria, la felicité y le pedí disculpas todo junto. Me miró sin entender. Le empecé a contar lo del jarrón pero me interrumpió quitándole importancia. Me llevó a ver a la beba que estaba sobre la cama grande. Me quedé muda al verla con ese pelo negrísimo y unos ojitos totalmente achinados.
Esto pasó hace diez días. Ahora estoy buscando otra casa. La señora se volvió a su provincia y el señor me dijo que no me necesitaba.
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