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Exterior de la Casa de las Chirimías, con la Alhambra al fondo. J. A. M.

Simón Zabell enciende la luz roja en la Casa de las Chirimías

El histórico inmueble, del siglo XVII, se abre para recibir la muestra 'La casa de los párpados', que integra luz y objetos con un resultado impactante

Miércoles, 2 de abril 2025, 00:18

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El artista plástico Simón Zabell, británico de origen pero granadino de adopción desde hace décadas, es uno de los valores más importantes del arte contemporáneo de nuestro país. Dice con humor que probablemente 'La casa de los párpados' será la exposición que más público visite de entre las suyas, y eso que ha expuesto en el Guerrero, el CAAC de Málaga y el Museo ABC de Madrid, por poner tres ejemplos de salas con pedigrí. Quizá tenga razón. Es normal: la casa de los párpados es la de las Chirimías, y el fluir de personas en una de las zonas más visitadas de Granada es constante. Con todo, la mezcla de luces y formas que emanan del histórico edificio –del XVII– atrae tanto como este.

La muestra, abierta hasta el 12 de abril, ha sido creada expresamente para el espacio, que desde el pasado año se ha convertido en sede del Laboratorio de Innovación Expositiva de la Facultad de Bellas Artes de la UGR cuenta con el comisariado de María Dolores Gallego. Zabell recuerda cómo se puso en marcha la iniciativa: «Un día, no hace mucho, me comentó Elizaberta López, la decana, sobre la posibilidad, luego materializada, de que la Casa de las Chirimías se convirtiera en una extensión de nuestra sala de exposiciones. Vine a la casa, pero como siempre estaba cerrada, no me hacía a la idea de lo que había dentro. Pero ya me di cuenta de que encajaba con mi línea de investigación artística».

Las Chirimias no es un lugar para hacer exposiciones al uso. «No te puedes traer la obra y ponerla», afirma el artista. Pero sí es posible recrearse en la doble mirada que esconde el concepto del artista, fruto de la propia concepción del edificio, tanto mirador como mirado. «Llevo un tiempo preocupándome por algo que a muchos les puede parece baladí: lo que vemos en nuestros párpados cuando están cerrados». Esas formas que tienden a la geometría y esos destellos de color, llamados fosfenos, son lo que más hemos visto en nuestra vida, y según Zabell, se originan en nuestro interior. Ningún lugar mejor, pues, que Las Chirimías, cuya arquitectura se basa en puras formas geométricas apiladas, estando coronada además por ventanas con arco de medio punto que semejan ojos, para acoger estas figuras con forma de párpado, en la planta baja están hechas con barro chamotado, en tonos muy cálidos, y en la planta alta con maderas ultraligeras que propician movimientos apenas la más pequeña brizna de viento se cuela por las ventanas del edificio.

Simón Zabell y María Dolores Gallego, en la casa. J. A. M.

La propuesta inicial de la muestra no incluyó la visita al interior. Se concibió como una instalación para observar desde fuera, con los colores vivos como atractores. Precisamente, el artista asegura que escogió estas tonalidades porque son las mismas que vemos al cerrar los ojos. La gradación se inicia con la luz blanca en la base, para escalar un escalón intermedio anaranjado en el primer piso y terminar en un rojo fuerte en el segundo.

Perder la cuenta

Ni el propio artista sabe con seguridad cuántas piezas se han instalado. «Teníamos varias bolsas llenas, con distintos tamaños, para jugar con los espacios y la conformación de las ventanas», dice Zabell. Este 'descriterio' instalador crea extraños compañeros, no de cama, pero sí de espacio. No se busca, de hecho, la complementariedad, sino que se potencia la individualidad. Cada cual puede reconocerse en el párpado pequeño que necesita arrimarse a uno más grande, en el párpado que queda fuera de la luz y se deja caer al suelo, o en el que, consciente de su fuerza y su tamaño, tiene miedo de perder su posición de privilegio, incluso.

Con todo, también hay espacio para la ternura y para la pasión en 'La casa de los párpados'. Porque en cierta medida, como el artista reconoce, este también es un retrato de las gradaciones de la pasión, desde esa relación blanca que se establece en los seres humanos cuando no se conocen y todo es un lienzo por completar, hasta que el rojo lo impregna, o lo quema, todo. «También hay cierta dimensión religiosa, casi votiva, en la iluminación, que invita a la meditación a quien lo ve desde fuera y a redescubrir su interior a quien recorre la casa por dentro», señala Zabell.

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