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Seis estampas navideñas de Pedro Antonio de Alarcón

Seis estampas navideñas de Pedro Antonio de Alarcón

«Añora que, en Guadix, los vecinos de la misma calle están unificados por lazos de amistad y familiares, mientras que, en Madrid, se ve rodeado de desconocidos, mezcladas voces alegres que cantan... y mendigas que arrastran niños harapientos con lágrimas en los ojos»

ANTONIO RODRÍGUEZ GÓMEZ

Martes, 25 de diciembre 2018, 16:06

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El artículo 'La Nochebuena del poeta' constituye una página imprescindible en cualquier antología de literatura española. Fue publicado por Pedro Antonio de Alarcón el 28 de diciembre de 1855 en el periódico progresista Las Novedades. Entonces contaba el novelista con veintidós años y llevaba más un año viviendo en Madrid, después de haber huido de Granada a causa de su descabellada participación en la revolución de julio de 1854.

El artículo de la Nochebuena del poeta describe la primera Nochebuena que pasó solo, fuera de casa, «como pájaro sin nido, o más bien como perro sin amo». El artículo, según su biógrafo Mariano Catalina, había sido reproducido en 1905 más de cien veces. El propio autor se enorgullecía de que cada Navidad se imprimiera esta pequeña obra maestra en distintas publicaciones, e incluso fuera traducido «frecuentemente a lenguas extranjeras», aunque muchas veces sin su permiso, y, por tanto sin beneficio. Su artículo más local es, a la vez, el más conocido universalmente.

El artículo es, efectivamente, uno de los que conserva más sabor accitano. En su primera parte Alarcón recuerda con ternura a sus dos abuelas, a sus padres y a sus hermanos; la casa familiar, que tiene una torre, donde los niños construyen su Nacimiento. También nos gusta a los granadinos reconocer en el cuadro costumbrista nuestros dulces (los roscos, los mantecados, la torta de alajú, el rosoli) tan característicos de la comarca; la escena entrañable de toda la familia, criadas, criados (estos sin derecho a silla, de pie o arrodillados en el suelo) y su gatito incluidos, alrededor de la chimenea donde chisporrotea un tronco de encina y cantan villancicos al ritmo de la zambomba; y las referencias a la misa del Gallo y las canciones de los pastores y los villancicos que reproduce Alarcón: 'Esta noche es Nochebuena...' y 'La Nochebuena se viene...'.

Añora que, en Guadix, los vecinos de la misma calle están unidos por lazos de amistad y familiares, mientras que, en Madrid, se ve rodeado de desconocidos, mezcladas voces alegres que cantan, ruido de platos y copas que chocan, y mendigas que arrastran niños harapientos con lágrimas en los ojos. Él mismo vacila ante su trabajo, convertido en un asalariado al servicio de intereses ajenos, obligado a «zurcir hoy artículos de fondo para rehabilitar un partido político y ganar cincuenta duros mensuales», aunque sea traicionando sus convicciones.

El tema de la Nochebuena será recurrente en Alarcón. La Nochebuena de 1857 la celebró apoteósicamente en el palacio de los marqueses de Molíns, rodeado de la sociedad madrileña más sofisticada, fiesta que termina más allá de las cuatro de la madrugada, y que se reseña de forma desabrida y sosa, decepcionante para la pluma de Alarcón, en La redacción de El Belén.

En 1858 escribe 'Episodios de Nochebuena', publicado en el Museo Universal el 25 de diciembre. Vuelve a crear otra joya literaria, en la que domina la socarrona mirada al referirse a cómo la viven, respectivamente, tres generaciones, los niños, la doncella «pollera» y su pretendiente, y los abuelos. A ratos aparece el mejor humor de Alarcón como cuando el gato y el ratón celebran con un pacto de paz tan señalada noche.

La Nochebuena del año siguiente, la de 1859, la pasó el accitano en Sierra Bullones, como narra vivamente en 'Diario de un testigo de la guerra de África'. Sabe que los soldados estarán siendo recordados en sus casas, donde será una noche «de llanto y luto». El novelista pasea por las tiendas y oye cómo «la generalidad de las conversaciones gira sobre las costumbres del pueblo de cada uno». Celebra que a los soldados les han concedido doble ración de leña y de vino y dos horas más de sueño. Va contra el mínimo pudor la referencia a la opípara cena de los oficiales, ponderada sin ningún asomo crítico.

La Navidad de 1860 también la pasa Alarcón lejos. En esta ocasión, en Roma. Después de su experiencia como cronista de la guerra de África, el escritor parte a cubrir la guerra de independencia de Italia, en 'De Madrid a Nápoles'. El día 24 lo pasa visitando las catacumbas y por la noche comparte cena con su amigo, el empresario teatral José del Saz Caballero en el mítico café Greco, y acuden a la misa del Gallo en Santa María la Mayor. Al ver el bullicio, que les parece desvergonzado, de los asistentes, se desaniman y se retiran; y esa noche Alarcón, en la soledad del hotel, improvisa una famosísima descripción de Guadix, precisa y cargada de emoción, aquella que empieza «Guadix fue una de las más importantes colonias de los romanos», mil veces citada. El escritor es de esos viajeros que se alejan de su cuna para recrearse en su recuerdo.

La Navidad de 1865 será muy especial, pues la tarde del día 24 de diciembre se casa con Paulina Contreras, un tanto clandestinamente, en la parroquia se Santa Escolástica, cuya iglesia acaba de ser derribada.

A las fiestas navideñas dedica el último artículo de su vida, en 1887, poco antes de sufrir el primer ataque de hemiplejia, cuando ya se considera «novelista retirado». Se titula 'Diciembre', y en él vuelve a evocar los villancicos y cenas de la infancia. Con este artículo colabora en el volumen 'Los meses', un libro primorosamente ilustrado, destinado a ser objeto de regalo de lujo, en el que también colaboran Galdós, Campoamor, Cánovas, Pereda, Castelar o Valera. El artículo repasa con la chispa conocida del autor las costumbres invernales en los pueblos y en la ciudad, los cambios de la naturaleza de forma muy colorista, las comidas típicas de los días gélidos y las distintas fiestas de diciembre, especialmente la Navidad, siempre con su vibrante plasticidad. Lástima que la estampa se ensombrezca con reflexiones finales aterradoras. Como dice él mismo: «Ahí tienen bosquejadas desde las inocentísimas fiestas y alegrías de mi primera edad hasta las más lúgubres alarmas de mi vejez».

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