Rosana Acquaroni recala en Granada con su poemario 18 ciervas

Es un poemario que desde sus primeros versos nos sumerge en los laberintos del desamor y el sufrimiento para desembocar tras la ruptura en un nuevo amor de madurez que lo cambia todo y en su verdad más profunda. Un libro que, según su autora, «surge de la necesidad de decir la verdad, de decirme la verdad y, al mismo tiempo, es un dejar decirse por la poesía, a través de un laborioso trabajo con el lenguaje» donde se incorpora lo testimonial, pero que pretende ir más allá, indagando en la naturaleza humana para reflexionar sobre el amor, el desamor, la dependencia afectiva, la culpa, el perdón… aunque siempre desde la razón poética. Acquaroni también nos revela como se construye el poemario «de manera orgánica, atendiendo a distintas voces, dialogando con ellas.» En la simbología de su discurso poético es vertebradora la mítica figura de la cierva para conducirnos al origen de la emoción que parte de una «experiencia mágica, casi una revelación» después de una visita a la cueva rupestre de Covalanas, en Cantabria. Un libro espejo que nos ofrece la posibilidad de escudriñarnos en el reflejo de las desatenciones afectivas cotidianas.

La relación de Rosana Acquaroni con la poesía nace de la mano del poeta granadino Luis Rosales cuando ella tenía cuatro años: «Él era un buen amigo de mis padres. Conoció a mi padre, Miguel Acquaroni, en Selecciones del Reader's Digest, donde ambos trabajaban en aquellos años. Les unía el amor por la poesía, el cine y la pintura. De hecho, las críticas más acertadas a la pintura de mi padre siempre se las escribían José Hierro o Luis Rosales.» Por aquella época la amistad entre los Rosales y su familia se estrechó todavía más cuando sus padres se compraron una casita en Cercedilla, junto a la de Luis Rosales, en plena sierra de Guadarrama: «Durante el verano, Luis acostumbraba cada tarde a reunirse con algunos amigos en su casa, a eso de las nueve, después de concluir su disciplinada jornada de escritura que comenzaba a las once de la mañana. Los convocaba para leerles y compartir con ellos los poemas que tenía entre manos. El hecho de ser hija única y de que mis padres no pudieran permitirse el lujo de contratar una canguro, me obligaba a estar presente con frecuencia en aquellas reuniones. Luis Rosales empezó siendo «mi amigo», así me lo decía sonriendo, mientras yo correteaba de un lado a otro para tratar de entretenerme.»

La autora ha publicado, además, Del mar bajo los puentes (Rialp, 1988), con el que obtuvo el accésit del Premio Adonáis; El jardín navegable (Torremozas, 1990 y2017 2ª ed.); Cartografía sin mundo(1995), que recibió el Premio de Poesía Cáceres Patrimonio Mundial; Lámparas de arena (2000); Discordia de los dóciles (Olifante, 2022) y La casa grande (Barttleby Editores), Premio Libro del Año 2019 otorgado por el Gremio de Librerías de Madrid.