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López Nevot, junto el ginkgo que da título al libro. RAMÓN L. PÉREZ
«Reivindico el librepensamiento y el desorden; soy individualista»

«Reivindico el librepensamiento y el desorden; soy individualista»

José Antonio López Nevot, catedrático de Historia del Derecho de la UGR, retrata los años del tardofranquismo en la Facultad en su libro 'El jardín del ginkgo'

José Antonio Muñoz

GRANADA

Jueves, 10 de octubre 2019, 20:07

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José Antonio López Nevot es catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones en la UGR. Esta tarde, a partir de las 20.00 horas, presentará 'El jardín del ginkgo', su última novela, en el Centro Artístico, acompañado por Fernando de Villena. El libro es un fresco pintado a trazo fino sobre el tardofranquismo en Granada, con epicentro en la Facultad de Derecho, vecina al jardín botánico donde se encuentra el árbol que da título al libro.

–¿Por qué esta novela? ¿Por qué ahora?

–Deseaba recrear aquellos años de aprendizaje, de formación, en los que adquirí mi educación intelectual y sentimental. Como decía Baroja en su 'Prólogo casi doctrinal sobre la novela', todo escritor tiene un fondo sentimental forjado en la infancia y la primera juventud, una época en la que todo resulta trascendental: las personas, las ideas, las cosas, el aburrimiento. Y yo quería precisamente recuperar ese fondo sentimental escondido en algún repliegue de mi memoria. Hay acontecimientos que dejaron en mí una huella indeleble: por ejemplo, las ejecuciones, a garrote vil, de Salvador Puig Antich y Heinz Chez, en marzo de 1974. De ahí que la novela incorpore un discurso sobre la pena de muerte y la tortura. Y la escribo ahora porque de joven no podría haberlo hecho.

–¿De dónde vienen los personajes que pueblan sus páginas?

–Muchos son la refundición o estilización artística de personas de carne y hueso que conocí o cuyas obras leí en mi juventud: desde intelectuales y escritores como Norberto Bobbio, Enrique Gómez Arboleya o Elena Martín Vivaldi (que dedicó un poema al ginkgo del Jardín Botánico), hasta personajes extraños, marginales, a quienes todo el mundo despreciaba, como vagabundos y mendigos. El asesinato del mendigo que sucede en la novela es real. Yo conocí y traté a la víctima.

–Reivindica el libre pensamiento, el desorden, la pertenencia a un grupo... La no existencia de esos grupos que arreglaban el mundo entre nubes de humo... ¿nos han empobrecido como sociedad?

–Reivindico, sí, el libre pensamiento y el desorden (en mi juventud actuaba en las calles como un dadaísta), pero de ningún modo la pertenencia a un grupo. Soy individualista por carácter y destino, y siempre me he negado a pertenecer a un partido político, una fratría ideológica o un grupo de influencia o de presión. Cuando escucho a un político iniciar su discurso con un «nosotros», dejo inmediatamente de prestarle atención. En cuanto a los grupos clandestinos, tanto de izquierda como de derecha, que comparecen en la novela, no creo que resulten idealizados, sino todo lo contrario.

–Dibuja usted la lóbrega cafetería de la Facultad de Derecho, y también numerosos rincones del edificio. Después de tanto tiempo, ¿qué mantiene viva su historia de amor con él?

–Imposible no admirar un edificio como el de la Facultad de Derecho de Granada: fue colegio jesuita, Universidad, cuartel, Gobierno Civil, y luego Facultad. Es demasiada historia como para que no la ame un historiador del Derecho como yo. Y ello sin mencionar sus valores arquitectónicos e iconográficos. Enseñar o estudiar en el antiguo Colegio de San Pablo es un verdadero privilegio, que no todos saben apreciar.

–Menos mal que el Jardín Botánico sigue en pie y no es un aparcamiento actualmente... ¿Por qué le seduce tanto?

–Porque, como todo jardín, es un trasunto del Paraíso. Y porque siempre ha estado amenazado de extinción, no solo cuando se convirtió en aparcamiento para los profesores de la Facultad de Derecho. Si en el siglo XVIII se hubiera llevado a cabo el proyecto de ampliación de aulas diseñado por el arquitecto gallego Domingo Lois Monteagudo, discípulo predilecto de Ventura Rodríguez, el Jardín Botánico de la Facultad de Derecho hoy no existiría.

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