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Fotografía de Luis Miguel Bugallo, Wikimedia Commons CC BY-SA 3.0.
La queimada de Manuel Fraga
Gastrohistorias

La queimada de Manuel Fraga

En 1978 el político gallego compartió su secreto para elaborar esta típica bebida que tanto contribuyó a popularizar

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Domingo, 13 de enero 2019, 09:05

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Antes que los desayunos informativos, ésos en los que se habla mucho y se come poco, estuvieron las queimadas de Fraga. Religiosamente celebradas durante los años 80 una vez al mes, salvo en verano, y siempre en el restaurante La Criolla (Madrid), estas reuniones con periodistas y políticos servían a Manuel Fraga Iribarne (1922-2012) de escaparate y jovial rueda de prensa. La cena iba siempre seguida de una tradicional queimada gallega elaborada por el anfitrión, ritual en el que era maestro y tras el que, con el gaznate caliente, todos los asistentes soltaban la lengua.

Estas mensuales queimadas llegaron a ser míticas, pero no lo fueron menos las miles que preparó Fraga a lo largo de su vida en reuniones de amigos, mítines políticos e incluso durante el proceso de redacción de la Constitución, en 1977. «En vista de lo bien que marchan los trabajos nos vamos a reunir a cenar», declaró en octubre de ese año sobre los trabajos de la comisión encargada de la carta magna. «Como soy el más viejo de la Ponencia, invito yo. Y no quiero que falte la queimada».

Manuel Fraga preparao una queimada en La Criolla. Foto ABC, 1982.
Manuel Fraga preparao una queimada en La Criolla. Foto ABC, 1982.

La queimada, tradicional bebida gallega hecha con orujo, azúcar, cáscaras de cítrico se hizo famosa en toda España gracias a Fraga y dio también de su mano el salto internacional en 1992, cuando el político celebró la visita de Fidel Castro a Galicia preparando una. Prueba de su popularidad es que en 1978 y en un artículo de ABC sobre la afición por la gastronomía, Fraga Iribarne explicara personalmente sus trucos para elaborar la mejor queimada. «Es sencillamente aguardiente de orujo, destilado en alquitara, quemado. Se toma un recipiente de barro o de cobre; se hacen muy artísticos, para el caso, en Sargadelos y otros lugares. Se echa un litro o dos de aguardiente; se hace arder con un cucharón, a ser posible de plata y con mango de madera. Ojo con los de estaño, que se desintegran en medio de la llama. Es bueno echar una manzana, con su cáscara (quedará deliciosamente asada) y unas cortezas de naranja y de limón. Con el mencionado cucharón se echa azúcar, según la dulzura que uno quiera darle. Yo prefiero la queimada más bien seca y (aprendiendo de José María Castroviejo) procuro que el azúcar baje del cucharón hecho caramelo, lo que mejora el color y el sabor. Después viene el remate. La receta número uno lo hace con café; la número dos, con vino tinto. Cabe algo de imaginación posterior con unas gotas de algún licor, tipo Cointreau o triple seco. El punto sutil está en apagarla a tiempo, para que no tenga demasiado alcohol ni demasiado poco. Se sirve en tazas como las de café o té. Es un digestivo famoso y prepara el sueño».

Aún tuvo tiempo de exhibir sentido del humor al avisar de que «a las señoras con vestidos combustibles se les recomienda que no se acerquen demasiado a la queimada antes de apagarla, y a las amas de casa que no exhiban ese día su mejor mantelería». Por cierto que Fraga recomendaba, aunque no lo usara siempre, acompañar el rito del típico esconxuro para alejar a las meigas, que aunque mucha gente crea que se remonta a tiempos de los celtas fue inventado por el coruñés Mariano Marcos Abalo en 1967.

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