El Principito ya tiene quien le cante
El Palacio de Congresos estrena en Granada el musical 'Antoine', sobre el autor de tan famoso libro
ANDRÉS MOLINARI
Granada
Domingo, 19 de septiembre 2021, 00:15
Un álbum de fotos, con las de carné incluidas, una música de jazz suave y unos dibujos de aquellos de nuestras vetustas pizarras, con tiza ... blanca sobre fondo negro, nos dan la bienvenida a este espectáculo tan sencillo como logrado. Pronto nos alegramos, porque estamos ante una obra bien construida que pespuntea la vida y la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, en un vaivén de fechas y de lugares, con la historia de Occidente en los años treinta y cuarenta del siglo XX, ensartados por una guerra mundial de por medio.
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El diálogo entre Antoine y su Principito, encarnados por los actores Javier Godino y Jan Forrellat, es lo más jugoso de la escena. Hay quien, rizando el rizo, ha visto aquí el diálogo bíblico entre el creador y su creación. A este jugoso encuentro se unen otros vaivenes: de la discusión de pareja al arrumaco y del sillón pomposo al asiento del aeroplano. Todo deambulado sobre las teclas luminosas de un piano sin negras y ante un planeta garrapiñado de cráteres. Tras su redondez cenicienta, un lento ascensor aporta el siempre apreciable desarrollo vertical de la acción. Porque no hay casi atrezo sobre el escenario y el decorado cambia poco en las dos horas largas que dura la obra.
Detalles de calidad
Sin embargo, muchos son los detalles que aportan calidad al espectáculo, sin tener que usar artificios hueros, mascarones costosos ni dispendios alocados. Lo mejor el ritmo mesurado, siempre pausado para que las palabras fluyan comprensibles y siempre ayudado de esa pizarra que anota lugares, fechas y garabatos para saber dónde y cuándo fue la acción real. Pero sin pasarse, que hogaño el video en el teatro atolondra más que amuebla. Todo aderezado con un vestuario cuidadísimo y una iluminación precisa.
La música no es lo mejor de 'Antoine, La increíble historia del autor de El Principito', aunque posee momentos de cierto interés y ningún número pegadizo de esos que uno sale del teatro tarareándolo. Con su intenso olor a ordenador y su enérgico aroma a batería, aligera los diálogos y a veces consigue cierto donaire aunque muy pocos de esos números que cuando terminan el público rompe a aplaudir. Lo mejor sigue siendo el tratamiento escénico, la actuación de todos y esos momentos henchidos de ternura como el diálogo con el zorrillo, más que una simple marioneta.
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Con un apretón de manos entre el autor y su personaje termina esta pequeña joya que demuestra que el problema de nuestro Palacio de Congresos no se resuelve con rabietas pasajeras de ediles ni conversaciones hueras entre Cuenca y la Junta, sino con calidad en el programa y mucha más publicidad en la ciudad.
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