Pepe Mingorance, el pintor que dibujó Granada
Pintura ·
Las hijas del artista granadino, autor del cuaderno 'Granada mágica', reconstruyen el taller de su padre coincidiendo con el vigésimo aniversario de su fallecimientoEn el número ocho de Ribera del Violón, muy cerquita del río Genil, se detuvo el tiempo hace veinte años. Allí pasaba su vida pintando Pepe Pérez Mingorance, uno de los grandes artistas granadinos de los ochenta y los noventa. Se le paró el corazón un 20 de diciembre de 2002. En el Callejón del Ángel. En el trayecto que hacía todas las mañanas desde su domicilio en los Alminares del Genil hasta su taller en Ribera del Violón. Un taller donde reside su alma creadora. El caballete armado con el último cuadro. Su obra inacabada. Sus fotos. La impresionante colección de violines construidos por él. El bodegón con el traje de novia de María. Su amada. Su esposa. Sus impresionantes dibujos de Granada.
Un legado que sus hijas, Ana, la mayor, y Nuria, la menor, han ido recuperando poco a poco y que han vuelto a colocar donde siempre estuvo, en el número ocho de la Ribera del Violón. «Porque él sigue entre nosotros», comentan emocionadas. «No entendemos que siendo lo que fue –lamentan– ninguna administración se haya acordado de él ahora que se cumple el vigésimo aniversario de su fallecimiento».
Pepe Mingorance, que se fue cuando tenía tan solo 63 años –nació en el barrio del Realejo en 1939–, es la persona que más veces ha dibujado Granada y sus bellezas. Tanto es así que su libro 'Granada mágica', compuesto por 114 estampas a lápiz de la ciudad, aún se sigue vendiendo en las librerías. Una auténtica joya donde, según relata Ana, su progenitor deja patente «su relación romántica con Granada». «Él era muy realista –explica– pero también mostraba su Granada, la que tenía idealizada, la que manaba de sus recuerdos de infancia». Recuerdos del Paseo de los Tristes, donde la familia trasladó su residencia en 1944. Recuerdos de sus correrías por el Albaicín. Y recuerdos de experiencias vitales como la que supuso para él conocer a Rafael Latorre y sus discípulos –entonces tuvo claro que lo suyo sería la pintura–.
Con esa 'Granada mágica' y con la exitosa exposición que la acompañó en 1994, en el Hospital Real, Pepe Mingorance alcanzó la cúspide de una impresionante carrera que empezó cuando, con tan solo catorce años, realizó su primer retrato. A su hermana pequeña, Ana, «la tita Ana», que por entonces tenía diez años.
'Granada mágica', compuesto por 144 dibujos de Granada, aún se vende en las librerías
Y es que Pepe Mingorance fue mucho más que un magnífico dibujante. Fue un gran retratista. Desde los desnudos de su primera etapa, a principios de los setenta, hasta la madurez en el 'tú a tú'. Desde el trazo corto y marcado de los inicios a la dibujística más difuminada de sus últimos años. Retratos como el que realizó a Marino Antequera. Donde Mingorance no solo representa al crítico, pintor y académico, sino también al amigo y al confidente. «Él no se quedaba solo en los rasgos físicos, sino que también sabía reflejar toda su personalidad», dice Ana. Una capacidad, esta de capturar el espíritu, que queda patente incluso en sus famosos bodegones. Escenas de la cotidianidad elevadas a la categoría de lo sublime. «En la decisión de pintar algún objeto no cuenta solo su interés plástico, sino sobre todo su relación afectiva», dijo Juan Manuel Gómez Segade sobre Pepe Mingorance.
El primer café
Pepe Mingorance, al que se le aprecia cierta influencia de algunos de los grandes maestros de la Escuela Granadina como López-Mezquita, Gómez Moreno o Gabriel Morcillo, convirtió la creación en su rutina. Se levantaba a las ocho y media de la mañana, besaba a María y se tomaba su primer café. Después vendrían cinco o seis más a lo largo de la jornada. «Prepárame un 'saborete'», le decía a Nuria mientras se aprestaba para salir de casa a las nueve y media en punto –un 'saborete' era un solo con una pastillita de sacarina–. A los pocos minutos ya estaba en la 'oficina', dando rienda suelta a la imaginación creadora que solo tienen los genios. De fondo, siempre música. Le encantaba la clásica, la gregoriana, los cantautores como Silvio Rodríguez, «¡ah! y sobre todo Los Panchos», apostilla Ana.
Era muy metódico y meticuloso cuando trabajaba. No podía ser de otra manera. Pepe Mingorance vivía de los pinceles. «Lo vendía todo», subraya Ana. A pesar de ello, nunca soslayaba una buena conversación con los amigos que llamaban a la puerta de su estudio. «Era jovial, divertido, irónico y tenía muchísimo sentido del humor», refiere Nuria. También gustaba de visitar exposiciones. Todos los jueves se reunía en la cafetería Sporting, en la Carrera de la Virgen, con sus íntimos Antonio Moleón, Jesús Ortiz y Rafael Gurrea para observar qué se cocía en las principales salas expositivas de Granada.
Pero sobre todo Pepe Mingorance amaba a sus hijas como sus hijas lo amaban a él. Por eso Ana y Nuria no pueden evitar que se les humedezcan los ojos y les tiemble la voz cada vez que hablan de su papá. Las dos añoran sus consejos, sus chistes, sus caricias y sus abrazos. También aquellas charlas pausadas sobre lo divino y lo humano.
«Mi padre era estupendo», afirma Nuria. «Así es», asiente Ana. Suspiran. Silencio.
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