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Los Cook, Abe y Erica, cada uno en su balcón, en los Cármenes de San Miguel, interpretando 'Wonderful World'

Balcones Unidos: El espectacular concierto de cinco músicos sobre el horizonte de Granada

Historias desde el balcón ·

Cada tarde dan un concierto desde San Miguel para toda Granada. Son músicos profesionales y vecinos, pero, cuando tocan, no se ven, sólo se escuchan a través de los cables que cruzan por encima de las casas de sus vecinos

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Viernes, 1 de mayo 2020, 01:27

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Que no sé nada de Historia ni de Biología; tampoco de Ciencias. Que no recuerdo ni una palabra del francés que me enseñaste. Pero sé que te quiero y, si tú me quisieras... Los versos de Sam Cooke despegan desde lo más alto de San Miguel, junto a la muralla, y se derraman sobre Granada como una ola efervescente del mar. La batería toca en puertas y ventanas como el lobo que pide entrar a soplidos. El bajo clava los rayos del sol en la tierra, a ritmo, uno a uno. El teclado juguetea con los pasos de los vecinos que se quedan atrapados en la calle, curiosos: el público de primera fila. Y mientras, la guitarra llora suavemente al olvidar, por un momento, que estaba aislada por coronavirus. Es un concierto. Uno de verdad. Y los músicos no se ven las caras.

Stik Cook (Yorkshire, Reino Unido, 1961) es nombre de jazz. Sus manos, al piano o la batería, son pura improvisación. Verle tocar era una delicia habitual, en los garitos del gremio, antes de que todas las puertas echaran el cierre por la pandemia. Él y su mujer atracaron en España hace 20 años, primero en Ronda, donde nacieron sus mellizos Sam y Sid, y luego, en 2008, en Granada, atraídos por el embrujo y la música de la ciudad. Para Stik la música lo es todo: su profesión y su hogar. Sus hijos, quinceañeros, llevan tres años estudiando en Gabba Hey y en Ool Ya Koo. «Te puedes imaginar el gran placer que es para mí, como músico, tocar con ellos en el mismo grupo», dice Stik.

«¡Cable!», avisan desde el otro lado del muro. El trío Cook está en la terraza de su casa, en la calle Patio de la Alberca, en los Cármenes de San Miguel Alto. El espacio está completamente ocupado por sus bártulos. Stik prepara el teclado porque le ha dejado su instrumento fetiche, la batería, a su hijo Sid. Y Sam, con el bajo entre los brazos, pasea de uno a otro cuando, de repente, su vecino les grita «¡cable!». Sid se sube al taburete y tira del hilo negro con un «gracias, vecino». Sam lo recoge y lo arrastra hasta la maraña central, cerca de los amplis y los monitores. Allí, Stik conecta el cable en el lugar indicado. «¿Se me oye?».

Los Cook, recogiendo cable.
Los Cook, recogiendo cable. A. AGUILAR

La escena tiene poco que ver con los primeros días, al principio del confinamiento. La familia Cook salió al balcón a las ocho en punto y, embriagados por la épica del aplauso al personal sanitario, pensaron que sería bonito tocar algo. «Para levantar la moral», añade Stik. Al día siguiente, al sacar sus instrumentos, se acordaron de sus vecinos, tres y cuatro casas más arriba. «Surgió la idea de tocar juntos. Los cinco. Algo que no habíamos hecho antes». Y tocaron. Vaya que si tocaron. Cada uno tocó lo suyo, desde su balcón, y fue un completo y atronador desastre. «Tenemos contacto visual cero y cada uno iba por un sitio distinto. ¿Esto es el estribillo? ¿Por dónde vamos? Así que compramos cables súper –con la 'u' muy estirada– largos y los pasamos de una casa a otra, por encima de los vecinos, para que pudiéramos, al menos, escucharnos unos a otros».

El maestro Abe Oquendo, en pleno concierto.
El maestro Abe Oquendo, en pleno concierto. A. A.

Del Perú

«¿Se me oye?», la voz de Abelardo –Abe– Oquendo (Perú, 1960) llega nítida a través del cable que conecta su micrófono con el monitor de los Cook. Él está tres casas más arriba, en la misma calle, con la guitarra desenvainada y el ánimo de siempre. Abe es un samurái de la música que recorrió medio mundo antes de llegar a Granada, hace 12 años. Arrancó su carrera en Perú y luego dio el salto a Los Ángeles, donde grabó varios discos y compuso música para películas, documentales, teatro y publicidad. «Al llegar a España me fui a Barcelona y musicalicé las grabaciones que realicé en un monasterio budista. Y aquí, en Granada, he grabado tres discos: 'Migraciones', de guitarra; otro de canciones con letra; y un tercero con el cantante de Huétor Santillán Juan Luis Manosalvas». Entre medias, su mujer, Christine Mcardle, es una reputada profesora de yoga y viaja por toda España con sus clases. «Con ella hice un disco de yoga para niños».

Desde la terraza de Abe la vista es casi idéntica a la de los Cook. Pero, efectivamente, si intentas asomar la cabeza en busca del resto de la banda, calle abajo, no se ve nada. «La idea de todo esto fue de Stik y a mí me lo propuso ella», dice Abe señalando a la pared del fondo, la pared de la casa vecina, un número más arriba. De allí, precisamente, acaba de brotar una mano que agita al aire un cable negro. «¿Estás ahí?», se escucha al otro lado. Es una voz de mujer. Una voz poderosa.

Erica Barlow pone voz a Granada.
Erica Barlow pone voz a Granada. A. A.

La Winehouse

Erica Barlow (Bristol, 1980) nació cantando. Cantaba en Londres, al principio. Y cantaba en Sidney, después, antes de encontrar Granada en el mapa. Y ahora, en San Miguel, canta, claro que canta. Pero sobre todo nanas. «Mi hija Lina tiene tres meses. Y luego están Nuria, de cuatro años, y Anton, de seis. Ahora mismo, ellos son mi tiempo». La voz de Erica todavía resuena en los clubs de Reino Unido, donde solía actuar a menudo. Una voz muy 'soul', muy a lo Amy Winehouse, una de sus artistas más admiradas. De Inglaterra se mudó a Australia, con su marido, donde pasaron seis años «maravillosos». «Pero Sidney –explica Erica– era una ciudad muy cara para vivir con niños. Decidimos volver a Europa y pensamos en España por su cultura y su estilo de vida. Además, nuestros hijos podrían aprender otro idioma. Y nos gusta esquiar y la playa... Granada era perfecta».

La familia de Erica pasó sus primeros nueve meses granadinos en el Albaicín, pero la casa se les quedó pequeña. Entonces, Christine, la mujer de Stik, una vieja amiga, les contó que había una casa libre en su misma calle, cuatro números más arriba. «Y así fue como terminamos los tres siendo vecinos. Qué suerte compartir calle con dos talentos musicales tan grandes».

«¿El nombre del grupo? No podía ser otro, claro:'Balcones unidos'. Unidos por los cables, por la música y por el barrio»

Erica sostiene el micrófono desde la terraza de su casa. Carraspea levemente y entona pequeños fragmentos de canciones para ensayar: Bill Withers, Steve Wonder, Joe Cocker... Quedan quince minutos para las ocho de la tarde y el concierto está a punto de comenzar. Ella no ve al resto de la banda y su voz se disparará a través del cable hasta los amplificadores de los Cook, que la repartirá como una explosión invisible por encima de la muralla de San Miguel. Cinco músicos repartidos en tres terrazas, sin verse las caras, compartiendo quince minutos de puro amor a la música. «¿El nombre del grupo? –responde en voz alta Stik, con acento británico y flema granaína– No podía ser otro, claro:'Balcones unidos'. Unidos por los cables, unidos musicalmente y unidos con la gente del barrio».

What a Wonderful World this could be...
What a Wonderful World this could be... A. A.

Las ocho

El aplauso suena hermoso. Desde allí arriba se observa toda la ciudad y parece como si el barrio, en realidad, abarcara Granada entera. «Yo creo que tenemos un público de unas 400 o 500 personas –dice Stik–. Y con todos los bolos cancelados por la pandemia, el hecho de poder tocar delante de gente y hacer que lo pasen bien es un lujo. ¡Y encima con mis hijos!». Hay tantas casas enfrente que parecen las páginas de un libro de 'Dónde está Wally'. Al principio es fácil ver una o dos cabezas apoyadas en la ventanas, esperando el «un, dos, tres» con el que está a punto de arrancar el concierto. Pero, a poco que observes, descubres que están por todas partes. Como cuando miras estrellas una noche de verano y parece que los puntos de luz brotan, cuando, en realidad, llevan ahí desde el principio. Hay lleno absoluto.

Tac, tac, tac, tac. Stik, Abe, Sam y Sid colocan los primeros acordes al aire para que la voz de Erica vuele con el 'Wonderful World' de Sam Cooke. Canta que no sabe nada de Historia ni de Biología ni de Ciencias;que no recuerda ni una palabra de francés. «Pero sé que te quiero y sé que si tú me quisieras también, qué mundo tan maravilloso sería este».

Y así, mientras haya pandemia y brille el sol –la lluvia y los cables no se llevan bien–, 'Balcones Unidos' actuará quince minutos desde lo más alto de San Miguel, venidos de tres rincones del mundo a Granada, la ciudad en la que, «por fortuna», quedaron aislados. El aforo: ilimitado. La entrada: gratuita. El aplauso: asegurado. Después de todo, son la única banda de balcones del mundo.

Historias desde el balcón

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