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Marc Paquin posa con uno de sus últimos violines en el taller en el que trabaja como luthier, en Cájar. RAMÓN L. PÉREZ
El Guarneri de la OCG

El Guarneri de la OCG

Como el histórico luthier, Marc Paquin es violinista profesional y famoso fabricante de instrumentos | Las violas, violines y chelos del suizo, solista en la orquesta granadina, resuenan ya en los principales escenarios de todo el mundo

Pablo Rodríguez

Granada

Jueves, 19 de octubre 2017, 00:51

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En la Crémona del siglo XVII, lo normal era que un luthier se dedicara exclusivamente a hacer instrumentos. Así lo habían hecho los patriarcas de las grandes familias desde el principio de los tiempos. Los Stradivari, los Amati, incluso los Guarneri... Constructores de violines perfectos, potentes y delicados, sus manos estaban hechas solo para la gubia y la escofia. Lo de pisar cuerdas era para otros. O no. Solo uno de ellos, Giuseppe 'filius Andreae', de los Guarneri, se atrevió a romper la tradición. Durante su vida, el italiano se convirtió en una leyenda como constructor de instrumentos y músico. Fue un revolucionario. Su ejemplo sigue siendo una rara avis.

Como Guarneri, Marc Paquin (Ginebra, 1976) también es un insólito ejemplo de luthier y músico. Probablemente la única persona con este perfil en la actualidad. Conocido por ser el violinista solista de la Orquesta Ciudad de Granada (OCG) e integrante del Trío Vega, el hispano-suizo es también uno de los constructores de instrumentos más relevantes del momento. Sus violines, violas y chelos suenan ya en los principales escenarios de todo el mundo. Y todos nacen de sus manos en Cájar.

Allí, en una coqueta estancia del sótano de su propia casa donde ha montado un taller, Paquin repite los gestos de su primer maestro, el luthier Philippe Girardin. «Fue él quien me ayudó a cumplir el sueño de construir un violín», reconoce. Todo comenzó en el año 2000. El suizo acababa de concluir sus estudios en la Guildhall School of Music and Drama de Londres y protagonizaba recitales con un instrumento antiguo que le cedía una fundación de su país. «Era un violín italiano maravilloso, muy bonito -recuerda-. Pensé que me gustaría hacer una copia y así fue».

Para el luthier hispano-suizo no hay un violín ideal, «cada uno toca el que le conviene»

Durante los siguientes seis años, Paquin se mantuvo como aprendiz en el taller de Girardin. Al principio centrado únicamente en la construcción de esa copia; luego, conquistando los secretos de la luthería de la mano del maestro. Al mismo tiempo comenzó a interesarse por la restauración. Paquin asistió a los cursos que impartía Jean-Jacques Fasnacht, una importante figura de esta disciplina en Suiza. «Fue una época muy interesante», asegura.

Su llegada a Granada, a la OCG, no detuvo el sueño. Aquí, en los bajos de su casa de Cájar, ha seguido construyendo unos instrumentos únicos, de gran y delicada sonoridad. «Hay luthiers que quieren vender una escultura perfecta y se olvidan de lo esencial: el sonido es lo más importante», refrenda Paquin.

El músico prueba el sonido de uno de sus instrumentos.
El músico prueba el sonido de uno de sus instrumentos. RAMÓN L. PÉREZ

Para el luthier hispano-suizo no hay un violín ideal. «Cada uno toca el que le conviene», explica. «Hay algunos mejores para salas grandes, otros para salas pequeñas... Al final cada uno encuentra el que mejor le funciona y, en mi caso, la clave está en la distribución de los armónicos». Este elemento es clave para definir el timbre del instrumento. Si se concentran en las notas altas y las bajas, el sonido es más abierto pero proyecta menos. Si están en los medios, «proyectan más y dan mucho timbre al sonido». Es la característica que más tiene en cuenta un violinista. «Buscamos un instrumento que tenga mucho timbre, muchos armónicos, para que el sonido proyecte bien en una sala grande».

Sobre esta premisa, el hispano-suizo ha construido 34 violines, dos violas y tres chelos. «Todos con nombre y apellidos», dice. Son como sus hijos. Algunos de ellos permanecen muy cerca, aquí en Granada. Es el caso de los instrumentos de Piotr Wegner, Atsuko Neriishi, José Ignacio Perbech, Sei Morishima y Orfilia Sáiz Vega. Otros, como el violín del gran Jean-Jacques Kantorow -una leyenda del violín también vinculada a Granada: fue director artístico de la OCG-, están fuera de nuestras fronteras.

Precisamente el violín de Kantorow lleva un año dando que hablar. Su sonido está conquistando a los asistentes de sus recitales y talleres y ha avivado el interés por los instrumentos de Paquin. «Los encargos han aumentado», reconoce. «Él es una persona que ha tenido todos los violines italianos antiguos: Stradivarius, Guadagninis, Goffrillers... Todos muy famosos y ahora se pasea por el mundo con uno mío. Es una suerte enorme; ahora casi me siento más apreciado fuera de España que aquí», dice entre risas.

El secreto balcánico

En la mesa del estudio de Marc Paquin descansa el cuerpo blanco de un violín. Es su último 'hijo', un nonato que tiene ya destino y destinatario. De él se sirve para explicar a grandes rasgos -ya se sabe, todo luthier guarda secretos- un proceso de construcción que se inició hace varias décadas en una montaña de nombre desconocido en los Balcanes. Allí, en una zona de altitud justa y buena cantidad de luz -«es importante para que la madera no se forme demasiado rápido»-, crecieron los árboles que él transforma en instrumentos. Arce para el fondo, la cabeza y los aros, y pino para la tapa. «Es un 'stock' que tiene 15 o 25 años de secado, es lo mejor que se puede encontrar», cuenta.

La fabricación no se inicia hasta que se elige el modelo de violín que se quiere y se hace el molde. Alrededor de él se ponen los aros, que son las tiras de madera curvas que abrazan el cuerpo del instrumento. Estas se doblan en caliente y se refuerzan con diferentes apoyos colocados estratégicamente en distintas zonas del esqueleto.

La construcción es un proceso arduo, lento, que exige concentración y atención al detalle; especialmente en lo relativo al fondo -la espalda del instrumento-. «Mucha gente piensa que la bóveda está hecha en caliente, pero no: está esculpida para que quede del grueso que el luthier quiera, todo vaciado porque es muy importante para el sonido», explica Paquin.

Sus instrumentos están entre los más cotizados de la luthería moderna.
Sus instrumentos están entre los más cotizados de la luthería moderna. RAMÓN L. PÉREZ

Después el trabajo pasa a centrarse en la tapa. Esta parte, lo que sería la cara del instrumento, también es determinante para obtener un buen sonido. Paquin dibuja en ella los filetes de los bordes, un elemento clave para aliviar la tensión de la madera y evitar que se raje; y luego abre los oídos, esto es, las 'efes' que van dibujadas en la faz del violín.

El siguiente paso es esculpir, desde un bloque de arce, la cabeza en forma de voluta, que coronará el mango. Una vez terminado, se 'encastra' en el violín y se terminan los últimos detalles: cejillas, alma, clavijas... «En total, un mes de trabajo completo que se cierra con el barnizado y montaje final».

En el afinado es donde brilla Paquin. Como Giuseppe «filius Andreae», de los Guarneri, su oído de violinista le permite ajustar el sonido y la potencia a la perfección antes de que el violín llegue al cliente. El resto, después, escapa a sus manos. Lo normal es que el violín encante a los espectadores desde el escenario. Para Marc Paquin, pocas cosas superan esa sensación, la de presenciar un recital en el que interviene uno de sus instrumentos. «Es lo más bonito», dice.

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