Desde Canarias, con humor
Andrés Molinari
Domingo, 14 de enero 2024, 11:57
Vestida de rojo y butano, cual ave fénix, resurge de sus cenizas. Lejos quedaron sus proezas en el cine ya antañón, pero clásico. Luego quedó ... achicharrada por su papel infumable en una serie de televisión de imprescindible olvido. Y ahora la actriz canaria vuelve a la escena con una función de dos horas en la que muestra y demuestra que sigue siendo gran humorista, actriz de género y jovial parlera.
Antonia San Juan posee ese deje canario que seduce quedamente. A veces le impide una pronunciación clara y una terminación prístina de la frase para que el chiste sea entendido hasta en el anfiteatro. Pero, como tras un chiste inmediatamente viene otro, la gracia nunca cesa, siempre aflora a sus labios de isleña, se hace mueca en su gesto de hilarante histrionismo, y menudea por el escenario cuando ella va y viene o se sienta en el mínimo sofá para el máximo humor.
Entrevista con mi hija Mari es un espectáculo claramente híbrido y muy heterogéneo. Coctel acomodado a la risa, que simula ser tele basura, con algunos trazos de video más para que la actriz descanse que para aportar risa jardinera. Pero su meollo es el sainete sempiterno, la 'maría' que habla de sus vecindongas, de la religión, de su marío y de los presidentes del gobierno, como reyes de España, y de lo que se tercie. Si al entremés, con sus guedejas de casticismo, se le unen mucho, mucho monólogo, emanación del Club de la Comedia, y un par de diálogos con
Yeyo Bayeyo que evocan al mejor dúo de clown, se comprende que el público que abarrota el teatro no deje de reír ni un instante y luego aplauda con sonora satisfacción. Lástima que el final, con muerta incluida, desdiga de tan trabado guión, haciendo aflorar un rictis dramático chocante y descolocado, muestra de la poca destreza del guionista pues si el humor ha servido para decir verdades inmensas y expresar desamparados de mujer, ese mismo recurso teatral, empleado con más inteligencia que lagrimeo, sería el mejor colofón para describir la soledad isleña de Cuca amparada por un ardite de esperanza. Lástima.
Porque Antonia es una actriz de una vez. Capaz de dirigirse a sí misma. Dueña de recursos que oscilan de la ternura a la palabrota, transeúnte por edades de rica madurez y algo de nostalgia, asentada en ese vintage que nunca muere. Ave de fuego que vuela aventada por nuestra carcajadas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión