«¡¡Todo el mundo fuera del agua!!»
LO QUE LLEVO EN MI MALETA ·
1975. Como los escualos mecánicos no funcionaban, Steven Spielberg creó un asesino invisible en 'Tiburón'. Generaciones de niños aprendieron a nadar en el mar aterrorizadosInés gallastegui
Martes, 14 de julio 2020, 01:31
Los niños de los setenta no iban al psicólogo. Eran muchos por familia, nadie les hacía demasiado caso y había bastantes peligros reales como para ocuparse de los imaginarios. Así que nadie se fijó en que a mediados de la década, de repente, algunos chavales decidieron que la playa estaba bien, siempre que uno nunca, bajo ningún concepto, se alejara de la orilla. El culpable de aquel trauma colectivo fue un veinteañero Steven Spielberg al que, haciendo pequeñas chapuzas para resolver los atolladeros en los que su propia inexperiencia le metía, le salió una obra maestra del cine de suspense, terror y aventura. La historia de los ataques de un tiburón blanco contra una localidad costera de Estados Unidos abarrotada de turistas en vísperas del 4 de julio marcó a generaciones de espectadores.
Spielberg empezó sin guion, sin actores y sin tiburón un rodaje que salió tres veces más largo y más caro de lo previsto. Se empeñó en rodar en mar abierto y los tres peces mecánicos construidos por el departamento de efectos especiales de los estudios Universal se averiaban todo el rato a causa de la sal y las algas. Haciendo de la necesidad virtud, el joven cineasta decidió sugerir la presencia del escualo mediante el movimiento del agua, la aleta, los restos destrozados de las víctimas y, sobre todo, el inquietante tema central de la banda sonora de John Williams, que ganaría el Oscar por construir una terrorífica criatura con un par de notas musicales. Lo hizo tan bien que basta un plano subjetivo desde el fondo marino mostrando a un indefenso bañista chapoteando para que el público salte y grite en su asiento. Siguiendo las huellas de Hitchcock, el director logra que el 'devorahombres' invisible siembre el pánico mucho antes de mostrar su rostro por primera vez, tras una hora larga de película.
Cuando finamente lo vemos en toda su pavorosa dimensión (8 metros, 3 toneladas), la narración da un giro y se convierte en una historia de aventuras clásica, con tres hombres y sus conflictos –el jefe de policía Brody, el biólogo Hooper y el cazador Quint– embarcados en el 'Orca' con una misión común: matar al monstruo.
Precedida de una campaña publicitaria sin precedentes, 'Jaws' se estrenó en Estados Unidos el 15 de junio de 1975 y 'Tiburón', el 19 de diciembre en España. Pulverizó récords de taquilla y regresó en sucesivas reposiciones a la pantalla grande y pequeña durante años. Sus repercusiones culturales aún perduran: el estereotipo del 'gran blanco' como un asesino en serie, un despiadado psicópata del mundo animal, ha marcado la relación del ser humano moderno con esos bichos. Hay quien culpa al filme de las masivas matanzas que en unos años pusieron en peligro a estos depredadores feroces pero esenciales para el equilibrio en los océanos, que 'limpian' de ejemplares débiles y enfermos.
Los tiburones no tienen predilección por la carne humana y estadísticamente representan un peligro insignificante: en el mundo causan cada año una media de 5 muertes. Hay más de 300 especies de selaquimorfos y solo tres –blanco, tigre y toro– atacan a la gente que entra en su territorio. La mayoría son inofensivos, incluidos los que se han acercado a nuestras costas en las últimas semanas atraídos por la ausencia de personas y embarcaciones, como el peregrino avistado en La Mamola y Motril, o especies comestibles como el cazón, el marrajo y la tintorera.
Pero el miedo no sabe de cifras. Para quienes fuimos niños en los setenta y los ochenta, el placer estival de nadar en el océano siempre estará asociado al escalofriante recuerdo de las fauces llenas de cuchillos y los ojos negros, sin vida, de los tiburones. Mezclados, como el agua y la sangre en las playas de Amity Island.
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