Mujer tumbada sobre fondo verde
Relatos de verano ·
David de Callejón Mayoral
GRANADA
Sábado, 3 de agosto 2019, 20:13
Aquella mañana se presentaba tan hostil como cualquier otra en mi desordenada vida. Mi cabeza ya había estallado al amanecer y cualquier intención de asearme ... había desaparecido meses atrás, junto a mi última novia. Descendía por el paseo, atiborrado de felices consumistas que aprovechaban el sábado de rebajas. La luz del sol me atormentaba a cada paso y la acidez de mi estómago coqueteaba seriamente con los límites del dolor humano.
De pronto, una señora me cerró el paso en la acera. Titubeé un poco inclinándome primero a derecha y luego a izquierda, para sortearla y seguir mi camino.
–David, es que ya no saludas a las amigas?
La miré confundido, algo me resultaba familiar en ella, pero aquel vestido coctel de partido de polo, la excesiva pamela y sus grandes gafas de sol, ocultándole media cara, me desconcertaban.
–Soy Ana, ¡por Dios! ¿Es que no me conoces?
Apoyé mi guitarra en el suelo y escudriñé debajo de tanto empaque. Casi no tuve tiempo de responder, entre un ciclón de saludos, me tomó del brazo y me arrastró a uno de esos cafés de postín, que jamás pisaría por mi gusto, aunque fuese el último lugar con cerveza del mundo.
–Tengo tanto que contarte… me casé, ¿sabes? Con Arturo, que es protésico, el de la cadena de clínicas. ¡Una locura! No te imaginas lo que es estar viajando tanto y a sitios tan alucinantes… es agotador… siempre con las esposas de los dentistas… parece que me necesitan hasta para comprar un pintauñas…
Mientras me defendía de tanta verborrea, una luz se abrió paso iluminando mis maltratadas neuronas.
Aquella mujer era Ana, mi amor de juventud. La preciosidad que tantas veces me había esperado en la barra, aguantando mis madrugadas de barman. La que me ayudaba a limpiar y cerrar la puerta del local, y con quien, después, hacía el amor con tanto arrebato, cada noche, sobre la mesa de billar.
–Me has encontrado de casualidad, porque salimos para Londres esta misma tarde, en avión privado… solo que necesitaba otro par de zapatos con urgencia y parece que es cuando vas con prisa, cuando no encuentras nada apropiado en este pueblucho…
Hablaba, pero yo empecé a reconocer a mi chica. La recordaba sobre la mesa de billar, con los labios entreabiertos, dando bocanadas de placer y arqueando su cuerpo al llegar al orgasmo, como nunca he visto hacer a ninguna mujer.
–Pero David, te veo igual, ¿aun con tus sueños de músico? Te tengo que presentar a Arturito, seguro que conoce a algún promotor de conciertos y te puede ayudar. Tienes que venir a casa, acabamos de renovarla de arriba abajo, el suelo, el sótano que ahora es gimnasio, la piscina cubierta... podrías venir a comer y nos ponemos al día...
Algunos clientes cercanos ya me miraban de soslayo. Hacíamos una pareja rara, desentonada, como la dama y el vagabundo. Me sentí cáustico y me dominaron las ganas de huir.
–Ana.
–¿Si?
–Y en tu alucinante casa, ¿no tendrás mesa de billar? ¿Verdad?
–¿Mesa de billar? Nosotros no jugamos... ¿por qué lo di...?
Durante un segundo, vi su pupila dilatándose, recordaba. Unos breves instantes de silencio, en los que la memoria hizo su exquisito trabajo. Entreabrió los labios como para decir algo, pero no brotaron las palabras.
Me levanté con una excusa y me fui. Escapé con mis infantiles sueños de músico. Reconozco que mi vida sigue siendo un desastre, pero, al menos, mis recuerdos me pertenecen.
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