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La conspiración del petróleo para acabar con los Osage

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La conspiración del petróleo para acabar con los Osage

El escritor David Grann narra en 'Los asesinos de la luna' la masacre que sufrió esta tribu india por habitar tierras ricas en oro negro

Álvaro Soto

Madrid

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Domingo, 10 de febrero 2019

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El petróleo fue el regalo que les hicieron los dioses, pero también su condena. En las primeras décadas del siglo XX, los indios Osage protagonizaron una de las historias más oscuras de la conquista del Oeste en Estados Unidos. El escritor David Grann (Nueva York, 1967), periodista de la revista 'The New Yorker' y autor de libros como 'Z, la ciudad perdida' o 'El viejo y la pistola' (llevada recientemente al cine por Robert Redford), cuenta el drama de la nación Osage en 'Los asesinos de la luna' (Literatura Random House).

Expulsados de sus tierras por los descendientes de los europeos en 1870, esta tribu se estableció en una región pedregosa y aparentemente improductiva del Estado de Oklahoma. En ese lugar continuaron con su modo de vida tradicional, sus costumbres y su religión. Pero comenzaba entonces la fiebre del petróleo y la llamada del oro negro empezó a sonar en Estados Unidos. Decenas de ambiciosos hombres buscaban sin cesar, en todos los rincones del país, el pozo que los hiciera millonarios.

Por un giro del destino, el mejor petróleo era el que salía de los agujeros excavados en la tierra de los Osage. Bacon Rind, un jefe indio, resumió en una audiencia en el Congreso del país lo que le ocurrió a su pueblo: «Los blancos pensaron: 'Llevaremos a esos pieles rojas a un sitio donde haya un buen montón de piedras y los dejaremos ahí tirados'. Cuando resulta que esas piedras valen millones de dólares, todo el mundo quiere venir para ver si saca tajada».

Una ley dio a los Osage el 10% de los ingresos del petróleo que se encontrara en el subsuelo de sus tierras

El abogado de Kansas Henry Foster fue el primero en darse cuenta de que los indios vivían encima de un tesoro y una ley dio a los Osage el 10% de los ingresos del petróleo que se encontrara en el subsuelo de sus tierras. De repente, una tribu que apenas sabía manejar el concepto de propiedad privada se convertía, de la noche a la mañana, en millonarios. En los años 20 del siglo XX, los Osage eran la población con la mayor renta per cápita del mundo.

El Gobierno estadounidense implantó un sistema de tutelaje financiero que impedía a los indios gastar el dinero a su antojo y una parte importante de los miembros de la tribu supo invertir, pero la prensa de la época prefirió airear, muchas veces con tintes xenófobos, los casos de derroche más estrambótico. Así, los periódicos narraban historias de indios que abandonaban en el jardín un piano de cola que no les convencía o que cambiaban de coche porque habían pinchado una rueda.

Pero con el dinero llegaron también los problemas. Un goteo de extrañas muertes en la comunidad Osage desató todas las alarmas. La familia de Mollie Burkhart, la protagonista del libro, fue el principal objetivo de la conspiración que se estaba tejiendo contra la tribu. Sus tres hermanas fueron asesinadas: una envenenada, otra a tiros y la tercera, en la explosión de su casa. La comunidad se movilizó y contrató al legendario detective privado William J. Burnes y después, a la agencia Pinkerton. En una época y en un lugar en que los servidores de la ley y los forajidos eran a veces las mismas personas, los métodos usados por los sabuesos rozaban la ilegalidad.

Un periódico bautizó la situación como 'el Reino Osage del Terror'

Pero aun así, el problema no se atajó. Al contrario: un periódico bautizó la situación como 'el Reino Osage del Terror'. En 1923 ya se contabilizaban 24 muertos (se cree que en realidad pudieron ser centenares) y los sospechosos siempre lograban librarse de las condenas o recibían sanciones menores. Y es aquí donde la historia se cruza con el nacimiento de una policía de jurisdicción nacional, por encima de las policías estatales y de los dudosos sheriffs. Se trataba del FBI, que había sido fundado en 1908 y necesitaba un caso que supusiera un golpe de efecto. Su primer director, J. Edgar Hoover, aceptó investigar los asesinatos de los Osage.

Hoover dio plenos poderes y fondos a un agente llamado Tom White, que tras destapar los flagrantes errores cometidos en investigaciones previas, señaló la existencia de una compleja trama tentacular que incluía a blancos que se habían casado con indios y a funcionarios del Estado que aspiraban a quedarse con las tierras.

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