San Justo y Pastor desvela los secretos de su historia
El historiador Miguel Córdoba descubre un mediorrelieve que da sentido a las pinturas de la Colegiata, convirtiéndola en una 'novela gráfica' sobre los jesuitas
José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 2 de abril 2021, 00:49
La expulsión de los jesuitas por parte de diversos estados durante los siglos XVII y XVIII y su posterior disolución –afortunadamente, solo temporal– está rodeada ... de un aura de misterio. Hay quien la ha comparado con la de los templarios en el siglo XIV, con la diferencia de que en el caso de la congregación fundada por San Ignacio no se les quemó en la hoguera, como ocurriera con los caballeros encabezados por Jacques de Molay. Ambas, sin embargo, se convirtieron, cada una en su época y con sus propios métodos, en punta de lanza para la defensa de la fe, con dependencia directa del Papa –por tanto, lejos de las garras de los reyes–, y de ambos se quiso borrar, en un momento determinado, todo rastro. En el trasfondo de aquella guerra silente estaba la lucha por el poder y los bienes que ambas órdenes atesoraban, y que las monarquías y nobles codiciaban.
En Granada, en el siglo XVIII, el poder de los jesuitas estaba en su papel como educadores de las élites, gracias al Colegio San Pablo, una universidad que estaba situada en el histórico edificio donde hoy se encuentra la Facultad de Derecho. La iglesia del Colegio era la que hoy conocemos como Colegiata de San Justo y Pastor. Durante años, el historiador del arte y jesuita granadino Miguel Córdoba, autor de 'Un secreto al descubierto' (Tambriz) ha estudiado el programa iconográfico de esta iglesia, preguntándose dónde estaba la clave de la 'novela gráfica' diseñada para contar la historia de la fe católica que se encuentra en los cuadros integrados en el retablo, el altar, las capillas laterales y la colección de 12 frescos que se pueden ver en la nave.
«Nos faltaba el 'érase una vez' que iniciaba esta historia, y sin él, el discurso que pretendía acercar a los fieles la vida de San Ignacio de Loyola y la de San Pablo, en paralelo, así como la propia de la orden de los jesuitas que el primero fundó, se nos quedaba absolutamente coja», recuerda el estudioso. Un día, subido en lo alto del retablo, observó que en la parte escondida tras este había unas escayolas policromadas, un mediorrelieve de los pocos que se encuentran en Granada –solo en el convento de la Merced, la propia sacristía y el paraninfo de la Facultad de Derecho los hay similares, según el experto–, en el que se podía observar a unos ángeles tañendo instrumentos, y unos pies, que hacían pensar en una imagen de Cristo, que se extendían hacia el presbiterio. Teniendo en cuenta el resto de la obra, Miguel Córdoba pensó inmediatamente en una representación de Cristo Resucitado con la bandera blanca que le designa como hijo del hombre e inspirador de la Iglesia que encabezarán San Pedro y sus sucesores. Un Cristo Triunfante que aparece en una de las meditaciones de los 'Ejercicios Espirituales' de San Ignacio, que todos los miembros de la orden deben realizar al menos dos veces durante su vida.
«Lo que hace que los jesuitas seamos lo que somos es la propia experiencia en esos ejercicios», asegura el religioso. «Una de las claves de esa meditación es la existencia de dos banderas: la de Cristo –la humildad, la pobreza– y la del mundo –la soberbia, el poder, la vanagloria–, y la necesidad de optar por el camino correcto y hacer de él la senda de nuestra vida».
Interpretación
A partir de esa interpretación, cualquier jesuita, sacerdote o entendido de la época tenía en sus manos la herramienta perfecta para explicar a cualquier fiel la historia de la salvación y de la propia orden ignaciana, en una especie de libro –o documental, en estos tiempos donde la imagen sustituye a la letra– fácilmente comprensible y asimilable para buena parte del pueblo.
En una época en que los símbolos lo eran todo, que el altar mayor de la iglesia estuviera presidido por esta imagen, era, pues, un continuo recordatorio de en qué lado debían colocarse los fieles. Es preciso señalar que, tras el Concilio de Trento, en el que, por cierto, el obispo granadino Pedro Guerrero estuvo presente representando a los prelados españoles, los jesuitas se convirtieron, por orden papal, en la primera línea de combate contra el protestantismo emergente. Fue también tiempo de pandemias, circunstancias en que los jesuitas también ejercieron un importante papel de reparto de víveres entre los más necesitados, con el padre Padial, entonces director del Colegio de San Pablo, como principal artífice. Su causa de canonización –murió en 'aroma de santidad'– fue una de las 'víctimas' del extrañamiento de la Orden, y sus reliquias se conservan hoy en la iglesia del Sagrado Corazón.
Cuando el rey Carlos III ordenó la detención del más de un centenar de jesuitas granadinos el 3 de abril de 1767, la huella de estos empezó a borrarse, antes de que emprendieran el camino del exilio a los Estados Pontificios el 8 de mayo del mismo año. De la iglesia colegial, transformada en parroquia, se eliminó, probablemente, no solo el mediorrelieve, sino todos los 'IHS', anagrama de 'Jesús, Salvador de los Hombres' que identifica a la Compañía. Donde estaba la yesería, hoy se halla una representación del Espíritu Santo. En la tesis 'El colegio de la Compañía de Jesús en Granada. Arte, historia y devoción', del propio Miguel Córdoba, ya se desvelaban algunos de los aspectos que ahora, con este descubrimiento, cobran mayor sentido, como la propia colocación de los frescos en la nave. El secreto de esta imagen perdida podría haberse perpetuado de no ser porque aparecía descrita en una relación impresa de unas fiestas celebradas en el Colegio de San Pablo a principios del siglo XVIII.
Justo debajo de donde debía estar el mediorrelieve se encuentra el espacio superior central del retablo de la Colegiata, que es móvil y ya lanza un primer mensaje al fiel. Por un lado –el que se puede ver la mayoría del año–, se observa una talla barroca con un Cristo en la Cruz. En la parte que parte del año se encuentra a la vista, y que el equipo de IDEAL contribuyó a girar usando un pesado pero ingenioso mecanismo, se puede disfrutar 'La conversión de San Pablo' de Pedro Atanasio Bocanegra. «Con este juego se dice al creyente que la única conversión posible la facilita la creencia en el sacrificio de Cristo», comenta Miguel Córdoba.
El resto del relato
A partir de este punto, se organiza el resto de esta historia en imágenes a lo largo y ancho del templo. Partiendo de la opción por la fe que supone tomar la bandera de Cristo, se distribuyen en el presbiterio seis obras de Pedro Atanasio Bocanegra sobre la vida de San Ignacio. La primera, representa la batalla de Pamplona de 1521, cuando fue herido, y representa a Íñigo López de Loyola observando la bandera del mundo y sus recompensas en los brazos del romano que se la ofrece. «Es una bandera con veladuras, como símbolo de lo efímero de la gloria humana», afirma Miguel Córdoba.
En el siguiente cuadro se muestra la visita del santo a Jerusalén, y en él aparece también San Pedro. Ala derecha del altar, continúa el relato con las visiones del santo, en una de las cuales se narra el encuentro con Jesucristo y con Dios padre, quien le señala como propicio al sacrificio de la cruz, que marcará toda su vida. Una vez asumida su responsabilidad, la siguiente obra pictórica enseña a San Ignacio que asume la bandera de Cristo –la misma que aparecía en el mediorrelieve desaparecido–, pero ya con el anagrama 'IHS', identificativo de la Compañía de Jesús, y se otorga la bendición de los primeros misioneros, San Francisco Javier y San Francisco de Borja. «El discurso del origen de la Compañía queda completo en esta serie de cuadros», afirma el investigador.
¿Quién es el referente de la predicación de la Compañía? San Pablo, el gran propagandista de la fe cristiana, a quien se representa en los cinco cuadros de Bocanegra que integran el retablo mayor. Desde la mencionada 'Conversión' que preside dicho retablo, pasando por el bautismo del apóstol por parte de Ananías, hasta el éxtasis, una imagen que, si no fuera por la espada simbólica que se encuentra a los pies de San Pablo, podría ser una representación del propio Cristo.
La tercera parte de esta historia, tras los retablos laterales que muestran a los grandes protagonistas de la predicación en Oriente y Occidente en tallas de madera, son los doce frescos donde aparece la predicación en los confines del mundo, con San Francisco Javier, San Pablo Miki y el resto de los mártires, convenciendo al quizá dubitativo fiel o novicio de la importancia de mantener la fe. San Justo y Pastor es, pues, tras esta nueva lectura, la representación de la historia de una orden que hoy sigue manteniendo una notable influencia.
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