Fantasías francesas en el palacio imperial
andrés molinari
Martes, 5 de julio 2022, 00:16
Hace ya mucho tiempo que el emperador Carlos V firmó la paz con sus archienemigos los franceses. Gracias a ese láudano, que es el tiempo, ... la música francesa puede lucir su garbo y su fantasía en el palacio granadino dedicado al belga Carlos, que fue emperador de Europa y rey de España.
El principado de Mónaco vive tan incrustado en la Francia del Sur que a veces se convierte en un heraldo más de la cultura gala. Es el caso de la Orchestre Philarmonique de Monte-Carlo, que este año visita el Festival para dos conciertos sinfónicos, ya en la recta final de su programación. En el primero de ellos su mirada se detuvo en el primer romanticismo francés, y en concreto en la figura de Hector Berlioz, jerarca de toda una generación de músicos interesados en que la música contase historias y si podían ser truculentas mejor.
Bajo la dirección de Yazuki Yamada, la noche comenzó con otro 'Corsario', obertura sobre una recreación más de la obra de Byron, otra de cuyas versiones vimos bailada el día anterior en el Generalife. Una pieza para abrir boca, sin pena ni gloria.
El atractivo de la primera parte estaba en las 'Noches de Verano' ciclo de seis canciones para soprano y orquesta reducida, cuyo título resultó pintiparado para un domingo de julio. Y cierta decepción por la interpretación de Véronique Gens. Escasa de voz, casi inaudible cuando baja a los registros de mezzo, falta de expresividad para tan bellos textos, ni el más mínimo conato de vibración sentimental. Solo en un par de ocasiones la belleza revoloteó fugaz sobre la escena, por ejemplo en el diálogo de su voz con las trompas o en el aleteo del violín primero también en manos de mujer.
Parte del respetable intentando aplaudir tras cada canción. Ni bueno ni malo, sólo rompedor de la supuesta magia que amalgama las seis canciones.
Suerte que lo bueno estaba por llegar. La razón de la noche. Una de esas interpretaciones orquestales que dejan huella y se recuerdan como señeras en el Festival: la 'Sinfonía fantástica', la obra tal vez más famosa y acabada del músico de La Côte-Saint-André. Ahora con un varón como concertino, la orquesta derrochó feraz expresividad, atinado empaste y rumbosa articulación. Colorido romántico en los pasajes en pianísimo, pero perceptibles gracias a la sonoridad del Carlos Quinto, brío apasionado en los fortísimos pero sin perder una nota ni hacer de la orquesta un circo, riqueza de matices desde vals perfectamente ejecutado hasta el estacato cercano al final, con su intención de desasosiego.
Si la orquesta fue excelente, también lo fue por su director Yamada. Bailando cada pasaje, dando entradas precisas tan difíciles en esta obra, convenciendo con la mirada, marcando con las manos y entusiasmando con su saltarelo corporal. Puede que las campanas hubiesen necesitado sordina la segunda vez, pero es mota que en nada grisea una interpretación límpida y esplendorosa, para una noche evocadora del mejor romanticismo francés.
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