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El Ballet Nacional ejecuta su 'Invocación bolera', en el Teatro del Generalife . RAMÓN L. PÉREZ

Las estrellas les alhambran al bailar

El Ballet Nacional de España, dirigido por Rubén Olmo, deslumbra en el Generalife con su 'Invocación', un espectáculo entre lo clásico y lo popular

Sábado, 18 de junio 2022, 00:24

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Hace rato que la Torre de la Cautiva no tiene sombra, pero el calor sigue siendo espantoso. «¿Quién me manda subir andando?», resopla un tipo sudoroso. En un recoveco del camino, dos jóvenes escuchan música con el móvil. «Podría llegar a escalar esta montaña polar y a tu lado aterrizar», dice con sorna la canción. El tipo se permite unos segundos quieto para escuchar 'Ln Granada', de Supersubmarina. En cuanto cantan lo de «si te pones a bailar, las estrellas nos alhambran al pasar», retoma la marcha con aires de prólogo hacia el Teatro del Generalife.

La noche arde y el viento alienta, arrastra y alarga los cipreses del vergel alhambreño. En algún lugar más allá del escenario, Rubén Olmo (Sevilla, 1980), director del Ballet Nacional de España, arenga a los suyos con una frase inolvidable: «Preparaos para disfrutar de algo único». Un «algo» que no detalla en absoluto porque prefiere que lo descubran ellos mismos. Mientras, en las butacas reina una expectación que no entiende de idiomas, bajo un cielo hermoso y brillante que enmarca una velada que ya quisiera Rusiñol. El público ha llenado el Teatro del Generalife para ser testigo de la 'Invocación' del 71 Festival de Música y Danza de Granada. Y así, bajo un juego de luces y sombras, rodeados de una arboleda ficticia y real, los chamanes salen a escena.

R. L. P.
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El silencio se rompe por un 'tac-taca-tac-tac' que se cuela por las butacas y rebota con los muros nazaríes. Las castañuelas laten hasta mimetizarse con las flores, la noche y las chicharras. Sobre el escenario, un grupo de bailarines vestidos con una fantasía artesanal de sangre y carbón, miran con fuerza hacia el horizonte, dejando que pies y sonrisas vuelen, pese a la gravedad. El ritmo del bolero se contagia pronto por el auditorio y bastan ocho frenéticos minutos para que el hechizo empiece a funcionar. 'Invocación bolera', la primera de las cuatro partes del espectáculo, es como un cuadro de Miguel Ángel: complejo y contradictorio, popular y académico, pero siempre emocionante.

A Olmo le otorgaron el Premio Nacional de Danza en 2015, aunque él llevaba el baile dentro desde mucho antes, cuando con 9 años ya danzaba por Triana como los ángeles. Su carrera como director del Ballet Nacional comenzó en septiembre de 2019, unos meses antes de que bailar –o ver bailar– fuera un privilegio de la vieja normalidad. 'Invocación' es el primer programa que diseña para un mundo sin distancias de seguridad ni mascarillas. Un programa que guarda dos sentidos guiños a Granada. El primero llega pronto al Generalife, con 'Jauleña', segunda parte de la velada que es, de alguna manera, un cuento de Irving sin palabras. Un relato para el que se subieron mil hombres al escenario pero, en realidad, solo había uno. Un bailarín con infinitas manos que estaba aquí y allí al mismo tiempo. Un Chaplin elegante que contó, entre la danza más estilizada, el bolero y el flamenco, la vida en un pueblo de Granada donde conviven las culturas cristiana, judía y árabe.

El solista, en 'Jauleña'. R. L. PÉREZ

Luego, arropada por los tonos del mar, la oliva y el vino, la compañía interpreta 'Eterna Iberia', un baile de raíces legendarias, un 'West Side Story' a la andaluza que llega como un soplo –literal– de aire fresco. Cuellos altos, muñecas firmes, sombreros alegres... el Ballet es una constelación brillante que, antes del descanso, provoca una ovación cósmica. La parada, como la subida del principio, pide tomar aire y mirar un momento a «las estrellas que nos alhambran al pasar». «Esto es precioso», dice una mujer a su marido. «¿El sitio o el espectáculo?», pregunta él. «Ambos».

De las cuevas

El segundo guiño a Granada sale de las cuevas del Sacromonte, donde Mario Maya inició su carrera. 'De lo flamenco. Homenaje a Mario Maya' es una hora inabarcable. Un viaje en busca de la esencia del arte a través de hombres y mujeres de todos los colores, perfectamente sincronizados como planetas en la vía láctea. Un prodigio imposible a ojos de cualquier ser humano con un cuerpo normal, ya saben, uno de esos cuerpos que no habla con la boca cerrada, que no vuela, que no se sostiene sobre un alfiler. Pero claro, es la hora bruja, la hora de los chamanes, y nadie mira el reloj. Las promesas de la noche se han cumplido y el público ovaciona el éxito de la invocación, que ya viaja a la luna como la guitarra de Paco de Lucía. Y los de Olmo, astros fugaces sobre el escenario, disfrutan de algo único que nadie podría nunca explicar.

R. L. P.

El tipo quejoso, algo más fresco, baja al fin por el bosque de la Alhambra pensando que qué suerte haber venido andando. «Y bailar con la muerte no es buen plan, yo prefiere que me mates tú a bailar», canturrea.

El Ballet Nacional repite este sábado la 'Invocación', en el Generalife, conscientes de que vivirán algo único otra vez, como si fuera la primera. 

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