El Corsario desembarcó en el Generalife
andrés molinari
Domingo, 3 de julio 2022, 18:17
Última noche de ballet clásico por este año. Colofón para una edición muy escorada a lo flamenco, por razones centenarias, y poco brillante en esta ... página de la danza blanca, tan importante y definidora del Festival granadino desde sus comienzos.
Para cerrar el escuálido álbum coreográfico de esta edición septuagésima primera, una obra poco frecuentada por las compañías, al menos de forma completa, ya que algunos números de su segunda parte sí suelen verse en galas, antologías y demostraciones. El Corsario es un cuento de mercados turcos, mujeres liberadas del serrallo y pareja de enamorados que, al final, 'come perdices' cuando el mar trepa en forma de ondas luminosas por los cipreses del foro. Una música como mero apoyo de la danza, de la que al final, uno no recuerda ni un arpegio. Un ejemplo más de ballet para el lucimiento de su pareja protagonista y, en todo caso, del cuerpo de baile, equilibrando bien el argumento para que brillen por igual hombres y mujeres.
El Ballet Nacional de Eslovenia, nos deleitó con un montaje digno y bien presentado. Una correcta y grata recreación de José Carlos Martínez sobre la tópica coreografía de Petipa. Unos prismas con dibujos naif a carboncillo y, por el otro lado, con celosías casi avergonzadas de estar junto a las de la Alhambra, definen los lugares en los que transcurre la acción. Y son claramente superados por el espectacular vestuario que en Kenta Yamamoto casi se inclina por lo ruso y en las parejas danzantes casi evoca lo centroeuropeo. Sin olvidar los atuendos a la turca y la silla gestatoria del Pachá, con la sencillez del juguete.
Todo con un ritmo preciso y una presentación gustosa, sólo maculada por la mala mezcla musical grabada, que dañó los finales de algunos números con su corte final repentino. Y el enigma constante de qué hacía la humareda grisácea y maloliente, tan pertinaz, tras las bambalinas devenidas en ciprés.
En lo referente a la danza en sí, momentos de gran belleza, sobre todo por Susanna Salvi, junto a otros de mero trámite. La oportunidad de que el Pachá, fumando en su cachimba, tenga un sueño discretamente erótico, es recurso tan candoroso como eficiente para que salgan a escena los tutús y las puntas. Uno de los números más aplaudidos de la noche. Luego los saltos con ardid y sin venderse a lo circense, los dúos sobreabundantes y repetitivos, muchos de ellos prescindibles por ser clónicos sin variedad, las luchas a espada tan pueriles que gustan al público infantil, siempre asistente a estos ballet, a pesar de su nocturnidad, y los números en pareja de todo el cuerpo de baile que colman el escenario y tanto complacen al público.
Desde la ignota Europa del Este, la muy desconocida Eslovenia trajo al jardín más orientalista de Occidente su orientalismo de leyenda. Una noche para olvidar aquellas guerras e invasiones mediante aventuras de amor y liberación y que acerca las naciones en alas de la danza.
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