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Componentes de La Ritirata, justo antes de comenzar su recital en Los Arrayanes.

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Componentes de La Ritirata, justo antes de comenzar su recital en Los Arrayanes. Alfredo Aguilar

Abanicos de sones para una noche sin calor

Festival de Música y Danza ·

El conjunto La Ritirata ofreció en Los Arrayanes un variado recital de danzas antiguas hispano italianas

Andrés MOlinari

GRANADA

Martes, 9 de julio 2019, 02:20

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Última noche, por este año, en el Patio de los Arrayanes y de nuevo la música antigua, tan presente en esta edición del Festival. Noche fresquita protagonizada por un grupo español de prestigio, La Ritirata, que repite el esquema sonoro de grupos precedentes, casi como el del sábado por la mañana: órgano positivo, un violonchelo como cuerda frotada, la guitarra barroca como cuerda pulsada y las flautas de pico como viento domeñado, a los que añadir una rítmica percusión.

Tamar Lalo, Josep María Martí, Ignacio Prego, David Mayoral y Josetxu Obregón forman este grupo armonioso y bien conjuntado con el que quedamos más que repletos de música antigua por este año.

Con el título Il Spiritillo Brando, que alude a los traviesos mengues napolitanos, el grupo nos ofreció un ramillete de obras de compositores italianos y españoles, incluyendo al granadino Luys de Narváez, en un programa de ida y vuelta entre la corte ibérica de los Asturias y los fastos del reino de Nápoles, siempre inestable pero no ello menos creativo y feraz en el campo de las artes.

Al igual que la suave brisa de la noche ondulaba la lámina de agua negra entre macizos de arrayán y velas muy cursis, así también las danzas evocadas por estas músicas se paseaban entre atauriques y alicatados. Siempre con la ampliación microfónica, tan discutible: que hay arpegios que vienen nítidos de la puerta de Comares mientras sus colegas de pentagrama salen apretados del altavoz negro junto a la oreja.

Danzas y Alhambra se encontraron en siglos muy cercanos entre ellas, más que los que nos separan a nosotros de aquellos tiempos pretéritos de reyes todopoderosos y turcos amenazando la bahía napolitana. Sin embargo, por la magia de la música, tan discretamente interpretada por La Ritirata, fue posible fundir pasado y presente, aunar la belleza del lugar con el encanto de la escucha.

Con la aromosa tersura y aparente sencillez con la que reverdece el arrayán, así oímos resbalar la música renacentista hacia el impetuoso barroco. Y el espíritu humanista del siglo XVI devenir en la colectividad social del siglo XVII.

De igual modo, cada uno de los miembros de La Ritirata lució su individualidad como avezado solista en su instrumento, para ello uno a uno fue teniendo su minuto de gloria a solo, como es ritual en el jazz. Pero también cada miembro del quinteto supo aportar su timbre peculiar para conjuntar piezas concertantes de recóndita belleza. Por supuesto unas más atractivas que otras, sin notarse demasiado algún desajuste de ímpetu o falta de afinación. Aunque todas aplaudidas con similar parquedad por el respetable.

Alegría en las danzas, melancolía en las sonatas, humor sencillo y candoroso en los Canarios que orquestase Rodrigo. Todo un catálogo de nombres para estas flores en el muy fresco jardín de la noche: recercadas, corrientes, bergamascas, fandangos, diferencias…

El juguetón duende de la música antigua quedó adormecido entre los arrayanes. Aunque todavía no levanta pasiones y aún deja demasiadas sillas vacías en cada concierto, nada hay que temer. Vendrá de nuevo, cuando termine otro junio y julio no haya hecho más que empezar.

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