Crítica
Es a nosotros a los que nos falta un cromosomaAndrés Molinari
Sábado, 4 de noviembre 2023, 23:48
Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien en el teatro, ante esta combinación de palabras clásicas, buen humor a destajo y creación pimpante ... y bien presentada. Este Hamlet, que nos ha traído el peruano Teatro de la Plaza hasta el teatro Alhambra, también ha entusiasmado al público, que puesto en pie y espoleado por la música disco final, le ha dedicado muchísimos minutos de aplausos.
Es delgadísima la línea que separa a aquel circo de horrores y frikis, en el que se exhibían deformidades humanas, como el enano más pequeño del mundo o la mujer barbuda, de este teatro con personas dotadas de un cromosoma más en su cariotipo.
La diferencia entre circo denigrante y proeza escénica está precisamente en superar la mera hombrada del diferente, en dotar su gesta con palabras de un genio como Shakespeare, en derramar sobre ese escenario grandes dosis de ternura y salpimentar la puesta en escena con notas de salero, unas sobre las peculiaridades más clásicas del mongólico, es decir de ellos mismos, y otras con morcillas sobre Granada y su cerveza.
Chela de Ferrari ha usado a Hamlet como pretexto para flexionar el teatro hacia sus chicos con síndrome de Down, más que para invitarnos reflexionar sobre la falta de recursos intelectuales de estos actores, es decir sobre el 'ser o no ser' que tan enigmática y abiertamente dejó escrito el vate de Stratford.
Cuando empuja a los suyos a recitar ese texto a coro está tocando la osamenta misma del teatro, esa misma que el sepulturero acaricia en forma de calavera. Porque en Hamlet hay teatro desde su primera frase: ¿Quién anda ahí?, tatuada en la camiseta de uno de los chicos, actor y bailarín, hasta la tumba del bufón Yorick, pasando por la representación de los cómicos ambulantes más el público invitado a bajar al escenario. Chela no podía haber elegido mejor tragedia para nuestro mayor deleite. La luz es compleja y perfecta, el color adecuado, el vestuario vira del callejero al jironeado a lo regio, la corona de plástico viaja de testa en testa. Todo es dinámica y parpadeo, todo ternura y amor latente. La muerte de Ofelia, un dechado de contubernio entre buena actriz con gafas, albo vestido que cae del cielo y vídeo acomodado del que, por suerte no se abusa en ningún momento.
Chela, consciente de que el cromosoma de más en el par 21 puede entapizar la lengua de sus poseedores, ha llevado hasta la pantalla todo el texto que dicen, cantan y bailotean. Tras esta clase de teatro, ya tengo claro que el inglés también tiene su afección cromosómica: para mí Down ya nunca significará abajo.
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