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Nobuo Ueda, pintando en San Jerónimo. J. E. C.

El espíritu japonés de Granada: la leyenda de Nobuo Ueda

Tras sufrir un accidente de coche en Nagasaki, hace 40 años, vino a nuestra ciudad en busca de paz. Se enamoró, formó una familia y no le queda ni un monumento sin pintar

Sábado, 20 de febrero 2021, 01:29

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Hay granadinos de cuarenta años que no han conocido la ciudad sin Nobuo. Claro que tampoco saben su nombre. Nobuo es una leyenda silenciosa de Granada que, como los fantasmas japoneses de las películas de Ghibli, aparece y desaparece en lo que dura un parpadeo. Una presencia habitual, que no extraña ni desentona, que un día te saluda, otro te saca una sonrisa y luego, plaf, se evapora en un rastro de colores. Sin mediar palabra. Sin avisar. Tan solo con la certeza de que, tarde o temprano, te volverás a cruzar con él.

Un grupo de estudiantes baja por la calle San Jerónimo. Charlan de sus cosas, entre risas. Al llegar al cruce de la calle Arandas, en el paso de peatones, se paran un segundo y se dan codazos unos a otros. «Mira, mira», cuchichean. Al otro lado, junto a la esquina, hay un señor japonés camuflado entre los grafitis de la pared. Es Nobuo. Lleva un guante de lana con los dedos al aire, para sostener el lápiz con más destreza. Está sentando en un sencillo taburete en el que parece tan cómodo como en el sillón orejero de casa. Sujeta con sus rodillas una gran tabla sobre la que hay un lienzo fijado con pinzas. Entre sus pies guarda una bolsa de cuero marrón repleta de pinceles, gomas de borrar, papeles y acuarelas. Lleva bigote y perilla y un gorro de pescador del que cuelga una pequeña coleta de samurái.

Nobuo levanta la vista por encima de sus gafas redondas, atadas con un cordelillo negro, y sonríe a los estudiantes que reaccionan con una reverencia. «Es genial», le dicen los jóvenes. «Gracias», responde Nobuo. Después, siguen su camino y, a lo lejos, se les escucha decir: «Yo a este ya lo había visto antes». Nobuo lleva un par de semanas pintando el Colegio Mayor San Bartolomé, desde varias perspectivas. Esta vez, antes de que desaparezca, surge la conversación:

–¿Qué le queda por pintar?

–¡Nada! –ríe con los ojos y los labios afilados– He pintado toda Granada.

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El 'flashback' sucede en 1979, cuando tenía treinta años. Nobuo ya era un pintor reconocido en su ciudad, Nagasaki, donde exponía habitualmente. Ningún color avisó, sin embargo, al coche que embistió al suyo, provocándole graves heridas. Tras pasar una temporada en el hospital y cobrar un dinero del seguro, creyó que era el momento de cumplir, literalmente, un sueño: «Pensé vivir en algún sitio de España un año o dos, echando la siesta y tomando vinillo», bromea. Así fue como Nobuo Ueda (Nagasaki, Japón, 1949) llegó a Granada en 1980.

«Y me quedé. Me enamoré de una granaína, Pilar. Nos casamos en el 82. Y tenemos dos hijos: Akira e Isis Sanae». Akira se dedica a producir videojuegos y es profesor en una academia. Sanae vive en París, donde trabaja como traductora. «Somos del Zaidín», dice Nobuo, que habla perfectamente español, pero tiene un paciente acento nipón que no puede evitar, como el de aquel que enseñaba la patada de la grulla. Sin perder de vista el papel, Nobuo recuerda que empezó a pintar acuarelas en las calles de «Graná» en el año 1985. Y, desde entonces, no ha parado nunca. O casi nunca: «Con la pandemia no podía salir. Fue raro. Esperé hasta que la policía me dijo que podía. Y entonces volví».

Tanto tiempo en la calle ha hecho que hable con cientos y cientos de granadinos. «De vez en cuando alguien se acerca y charlamos. No molestan –sonríe, una vez más–. A veces me piden el cuadro. Otras me hacen encargos concretos». Ayer mismo terminó un cuadro del Colegio Mayor San Bartolomé que le encargó el propio director del centro. Su obra, de hecho, se expone y se vende tanto en España como en Japón.

Imagen principal - El espíritu japonés de Granada: la leyenda de Nobuo Ueda
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–¿Por qué pintar Granada?

–Porque quiero pintar. Porque me gusta Graná, sencillamente. Tiene algo especial. Sobre todo el casco antiguo.

Tras la muerte de su madre, la familia Ueda ya no suele viajar a Japón. Aunque, confiesa, no echa mucho de menos su tierra. Ahora, en cuanto termine la acuarela que tiene entre manos, va a pasar una temporada en casa, pintando... ¿muñecas? «Sí, sí –ríe, ante la extrañeza– Bodegones con muñecas. Me gusta». Cuando aún vivía en Nagasaki, antes del accidente, se presentó a un concurso de pintura que organizaba la ciudad. «Era un gran premio. Había dos mil participantes», explica. Nobuo ganó con uno de sus bodegones con muñecas. «Ahora voy a empezar de nuevo. Me apetece». La Galería Ginkgo, donde ya ha expuesto antes, le ha propuesto mostrar sus bodegones en cuanto estén listos.

Cuando acaba la conversación, Nobuo sigue pintando como si él fuera, en realidad, parte intrínseca de la calle. Quizás lo sea.

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El espíritu japonés de Granada: la leyenda de Nobuo Ueda