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José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 28 de enero 2022, 00:17
Hay vidas tan apasionantes que podrían haber sido dignas de una novela, o de diez. La de Elena de Céspedes –o Eleno, como se hizo ... llamar a veces– es una de ellas. Varios son los libros que se han escrito en torno a la historia de esta granadina de Alhama de Granada, hoy reconocida como la primera cirujana de la historia. Una mujer que quiso ser un hombre sin dejar de ser mujer, que más allá de su indudable pericia como cirujana fue una mujer que mientras la dejaron vivió su sexualidad sin barreras, lo cual supuso un desafío para los poderes de su época. En los últimos tiempos, dos libros han tratado de acercar de forma amena y divulgativa la historia de esta granadina singular. Por un lado, 'Heroínas secretas de la historia de España' (Plan B), de Juan de Aragón, conocido como El Fisgón Histórico, y 'Putas, locas y brujas' (Algaida) de la escritora y periodista Mado Martínez. No son los únicos volúmenes que tratan la historia de esta mujer única: antes, había sido objeto de una novela de Agustín Sánchez Vidal, 'Esclava de nadie' (Espasa, 2010) y del estudio 'Elena o Eleno de Céspedes. Un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer, en la España de Felipe II' (Dykinson), de Alexander Hernández e Ignacio Ruiz.
El interés en su figura está más que justificado. Nacida en 1545, hija natural de una esclava morisca y de su dueño, Benito de Medina, no fue reconocida por su progenitor, que, como afirma Mado Martínez, «le cargó el muerto a otro». A partir de ahí, cuenta los múltiples detalles de su vida, «transcurrida en un tiempo en que había que sobrevivir a toda costa, usando la picaresca si era preciso». Afirma que las aventuras reales de Elena/Eleno harían enrojecer al mismísimo Lazarillo de Tormes. «Hizo todo lo que no se podía hacer en su época:pasó de esclava a liberta, de morisca a caballero cristiano en la Guerra de las Alpujarras, a pesar de haber sido confundida con un monfí en más de una ocasión, debido al color de su piel. Y a pesar de su origen, consiguió colocarse en el escalón privilegiado de la sociedad de su tiempo, gracias exclusivamente a su formación y su pericia como cirujana, la primera de la historia».
A Elena «le gustaban tanto las mujeres como los libros», como afirma gráficamente Martínez. Y probablemente, quien le enseñó latín y le introdujo en las senda del conocimiento fue otro pionero granadino: Juan Latino, el primer catedrático de raza negra de Europa. «El encuentro de ambos marcó un antes y un después en su vida, ya que debió sentirse muy identificada con él por diversos motivos, incluyendo, por supuesto, su origen».
Elena de Céspedes se hizo a sí misma, en todos los aspectos: raza, género, formación... No consintió que nadie le dijera lo que tenía que hacer. «Escapó de todas sus esclavitudes para construir una identidad 'avant la lettre', es decir, consiguió casarse por la Iglesia con otra mujer, y cuando la denunciaron y se colocó primero ante un tribunal civil y luego ante otro inquisitorial, sus argumentos fueron de ideología de género cuando fue evidente que físicamente carecía de pene», comenta la escritora. Y tanto embelesó a sus jueces con estos argumentos, que solo la pudieron condenar por bruja, cuando se dieron cuenta de que los estaba convenciendo.
Precisamente, es el expediente inquisitorial, conservado en el Archivo Histórico Nacional, la principal fuente documental que permite reconstruir la historia de esta granadina. Alrededor de los 15 años, fue obligada a casarse con el albañil llamado Cristóbal Lombardo, quien la abandonó a los tres meses pero le dejó como herencia a un niño que abandonó en Sevilla. Tras pasar un tiempo en Granada –aquí coincidió con Juan Latino–, se estableció en Sanlúcar de Barrameda, donde obtuvo el título de sastre. Allí, trabajando a las órdenes de Hernando de Toledo, se enamoró de la mujer de este, Ana de Albansánchez, a quien confesó que era hermafrodita, y que tenía un miembro de 13 centímetros. «No se sabe si Ana le creyó o no, pero lo cierto es que su relación duró más de un año, hasta que, temiendo una denuncia, Elena tuvo que huir de la ciudad gaditana a Jerez».
Allí pasó por primera vez por la cárcel, tras mezclarse en una reyerta, y temiendo las represalias volvió a huir a Arcos de la Frontera, ya como hombre, donde trabajó en el campo hasta que la descubrieron y le hicieron volver a vestir ropa femenina. Allí tuvo trato carnal con la hermana y la vecina de Juan Núñez, el párroco, a cuya casa fue enviada a servir. Transformada de nuevo en varón, con el nombre de Eleno, se alistó en el ejército que levantó Felipe IIpara sofocar la rebelión de las Alpujarras, donde, al parecer, sirvió con valor, incluso después de que su capitán, Diego Ortega de Castro, descubriera su condición de mujer.
Cuando finalizó la guerra, vivió en varias ciudades hasta que en 1575 se estableció en Madrid, donde aprendió el oficio de cirujano de Juan Fragoso. Era tal su pericia que el resto de galenos la denunciaron, obligándola a hacer unos exámenes para ejercer su profesión, exámenes que, obvio es decirlo, superó con una mano atada a la espalda.
Mientras ejercía entre Madrid y Toledo, y tenía amores con damas como Isabel Ortiz, se enamoró perdidamente de María del Caño, con quien se casó después de engañar a los peritos que, antes de autorizar el enlace, fueron requeridos por el párroco, que se olia la tostada, e incluso al propio médico del rey, Francisco Núñez. Instalada en Yepes con su mujer, vivió tranquilamente unos años hasta que se trasladó a Ocaña, donde se encontró con su antiguo capitán, Diego Ortega de Castro, que la denunció.
Las actas de los juicios son una joya jurídica: ella se mantuvo en sus trece, diciendo que era hermafrodita, y María del Caño aseguraba que, aunque no había visto nunca el miembro de su marido, sí sentía la penetración. Se elucubró con el uso de juguetes sexuales, y cuando se comprobó que no tenía pene, Elena argumentó que se lo había tenido que amputar por haber padecido un tumor muy agresivo. El juicio inquisitorial acabó con el escarnio público, 200 latigazos y una condena insólita:a trabajar diez años sin cobrar en un hospital. Porque era una impostora, sí, pero la mejor cirujana que imaginarse pudiera. Tras ser enviada a Extremadura, al parecer, pasó bajo nombre supuesto a América, donde, como aventura Mado Martínez, «quizá pudo vivir la vida que quiso durante los últimos años de su existencia».
Como afirma el escritor e ilustrador Juan de Aragón, «la vida de Elena de Céspedes me llamó la atención no por su condición física, por otro lado bastante insólita, sino por el hecho de convertirse en la primera cirujana de la historia. El haber sido primero sastre y haber transformado su pericia con aguja e hilo para empezar a coser heridas es algo inusual. Su transexualidad la emparenta con Catalina de Erauso. Más allá del morbo, está claro que fue una mujer pionera en muchos aspectos».
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