¿Os cuento un cuento?
Relato de verano ·
INMACULADA Linares Sillero
Domingo, 11 de agosto 2019, 11:50
Lx«Erase una vez un pueblo pequeño y lejano donde vivía José...»
—¿Mi amigo del cole?
—Tu amigo no. Otro José.
—Será ... el de cuarto, el de las gafas.
—No. Tampoco. Es un hombre cualquiera. Su nombre es lo de menos.
—¿Pero no se llamaba José?
—Sí. Quiero decir, que da igual como se llame. Da igual que se llame José, Carlos o Sinforoso.
—Yo no conozco a nadie que se llame Sinf...sinto...Sintoroso.
—¿Me dejáis continuar?
—Sí.
«José vivía en una pequeña cabaña en el bosque».
—¿Y ahora por qué lloras?
—Se lo va a comer el lobo.
—No se lo come nadie.
—¡Uf! ¡Qué rollo de cuento! Ya me lo sé. Va a una casa con el lobo y viven con la abuela y luego al lobo...le pasa algo.
—...Pues que se come a José.
—¡Qué no! Que no se lo come, porque no hay lobo. Vosotros escuchad.
«Cada mañana salía temprano a trabajar acompañado por su perro».
—¿Y ahora qué pasa?
—Yo quiero un perro también.
—Ya sabes que mamá no quiere mascotas en casa.
—Yo quiero una iguana.
—A mí me dan miedo los reptiles.
—¿Quién?
—Nada.
«Cada mañana, cantando y feliz salía a trabajar»
—Pues tú no cantas cuando vas al trabajo, ¿por qué?
—Porque José tiene un buen jefe no como el de papá que es un imbécil, ¿verdad?
—¿Quién te ha enseñado eso?
—Lo dices tú todas las mañanas.
—Lo dije una vez porque...estaba enfadado. ¿Y ahora por qué lloras?
—Porque estás enfadado.
—¡Qué no! Ahora no lo estoy.
«De pronto oyó que alguien pedía socorro»
—¿Y lo salvó?
—Sí.
—¿Y ya está?
—No. ¡Claro que no! Si acabo de empezar.
«Era un duende que había caído en una trampa y le regaló un cuenco mágico...»
—¿Por qué?
—Cariño, te juro que te lo voy a contar ahora mismo.
—Vale.
«Se lo regaló por haberle salvado. Podía pedirle lo que quisiese que se lo concedería. Se lo llevó a su casa y pidió ropa y comida.
—¿Era pobre?
—Si. No llores, que gracias al cuenco se convierte en un hombre rico.
—¿Y comparte todo lo que tiene?
—Claro. Hay que compartir.
—Pues tú no compartes con nosotros tu tablet.
—¿Me dejáis continuar? ¡Joder, que difícil es esto!
—Has dicho una palabrota.
—¡Que no! ¡Que no! He dicho Jodssé.
«Pero el cuenco tenía un truco. Para que dejase de funcionar tenías que decirle las palabras mágicas Baralatatabalibá».
—¿Y por qué no le da al botón que es más fácil?
—No lo sé.
—Pues porque es tonto.
—No es tonto. Es que el cuento es así.
«Pepe...»
—¿Pero no se llamaba José?
«José se convirtió en un hombre rico que ayudaba a todo el mundo. Un día frío y lluvioso llegó al pueblo el señor Potín, un hombre malvado y feroz.
—¿Cómo el lobo?
—¿Qué lobo?
—El que se comió a José.
—¡Qué no! Que en este cuento no hay ningún lobo. Olvidaos del lobo.
—Vale.
«La cuestión es que el señor Potín se enteró que José poseía ese tesoro y quiso robárselo»
—Él te robó una vez cinco euros de tu cartera.
—¡¡¿Cómo?!!
—¡Calla, chivata! Sí tú le quitas todos los días para tus cromos de Frozen.
—¡¡¿Qué?!! Bueno ya hablaremos de eso más tarde.
«Así que el señor Potín una fría noche de luna llena entró en casa de José y...»
—¿Qué pasa ahora?
—Tengo miedo.
—Lo cambio...
«...Una bonita mañana, con un sol radiante y pajaritos cantando...»
—¿Mejor?
—Si es de día lo van a pillar.
—Claro, porque es tonto.
—Y dale.
«El señor Potín encontró el cuenco en uno de los cajones de la cocina y lo robó»
—¿Y la mujer?
—¿Qué mujer?
—La de José.
—¡Yo qué sé!
—Como no hablas de ella. ¿No tenía mujer?
—No. No tenía.
—Sería muy feo.
—O tonto.
—Y dale con el tonto.
«La cuestión es que el señor Potín se lo llevó. Ahora podía pedirle al cuenco todo lo que quisiera pero tenía un problema...»
—¿Ahora no preguntáis?
«No sabía la palabra mágica para que dejase de fabricar»
—Pues que le dé al botón.
—Sigo.
«Para que no sospechasen de él, el señor Potín huyó del pueblo. Quería para él solo todo lo que fabricase el cuenco».
—Como tú con la tablet.
«En el primer barco que zarpaba del puerto se subió temiendo que lo apresara la policía. Estando en alta mar, oyó como el cocinero contaba que había olvidado embarcar la sal y por lo tanto no podía hacer la comida.
—Que se coman una hamburguesa.
—Las hamburguesas también tienen sal, que pareces tonta.
—Como José. ¡No, cariño! No he querido decir eso. Es que estoy algo nervioso. Y tú no te metas con tu hermana.
«Don Potín a cambio de dinero ofreció su cuenco para que fabricase la sal, y tras darle la orden el cuenco comenzó su trabajo. Consiguieron llenar un saco de sal y otro y otro más. Se llenó la cocina. El barco cada vez pesaba más, hasta tal punto que pensaron que el barco se iba a hundir por lo que pesaba. Entonces el capitán para salvar el barco, lanzó al agua el cuenco, que continúa fabricando sal. Por eso el agua del mar está salada, y parará de fabricarla cuando alguien le diga las palabras mágicas».
—Así no nos lo ha explicado mi señorita.
—Es un cuento cariño. ¿Os ha gustado?
—Sí.
—Sí, aunque...
—Aunque...¿qué?
—Yo le habría dado al botón.
—Si es que es tonto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión