Una comedia de sube y baja
Crítica ·
Comedia para hacer reír y pasar el rato, como bien entendió el público granadino, muy generoso de aplausos en estos tiempos de pocas exigencias estéticasNo se puede esperar otra cosa de un ascensor: que suba hasta donde dé su maquina y baje sin taladrar el sótano. Podría haberse imaginado ... que la cuarta pared del escenario era el espejo que tienen todos los ascensores, ante el que nos confesamos sin palabras cada viaje, pero es otro de los detalles que se le escapan a esta simple comedia. Una función que sube en un par de instantes, sin alcanzar lo bueno y baja en otros muchos, por suerte sin olisquear el sumidero.
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Comedia para hacer reír y pasar el rato, como bien entendió el público granadino, muy generoso de aplausos en estos tiempos de pocas exigencias estéticas. Con el atractivo de Lolita Flores, más famosa por su prosapia materna que por su trayectoria escénica. Y la añadidura de un actor que suda sus dos personajes hasta la extenuación, sin que desdiga su chidito argentino. Ambos usuarios del micrófono de carrillo para que su mala pronunciación no haga perder aún más los comentarios por lo bajini tan típicos de la folclórica.
Comedia de una locuela de pelo leonado y un iracundo de pistola plateada, encerrados en un ascensor durante un parón, algo tan frecuente en estos tiempos que corren. Comedia ahíta de chistes fáciles y gags supermanoseados, pero no por ello menos generatrices de risas entre el respetable. Sin embrago comedia que, de pronto, torna lo previsible en sorpresa y hay un cambio de sexos sin cambiar de cuerpos. Y ahí es donde quedan al descubierto las muchas debilidades interpretativas de ambos, sobre todo de Lolita que a duras penas nos hace creer que es Marcelo. Más esforzado Luis tratando de ser mujer, aunque en todo momento sobreactuando mucho. Porque ese travestismo orillado de erotismo, sin naufragar en lo sarasa, colma las dificultades de todo actor. Ella resuelve su ir y venir por la escena moviendo sus manos con convicto aire aflamencado y convirtiendo su pelo en tercer personaje.
Cuando el monólogo quiere explicar el pasado del personaje, el ascensor baja y hurta la voz a la actriz hecha hombre que se arrincona inane. Cuando se suceden varios finales, la madeja se va deshilvanando aunque no sepamos bien a qué ha venido todo. Lo importante es que nos hemos reído, durante casi una hora de esta pandemia.
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