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Circo del Sol: cuando la fantasía desafía a la gravedad
Extraordinaria acogida granadina a la compañía canadiense en su primera actuación en España
andrés molinari
GRANADA
Jueves, 16 de enero 2020, 01:07
Los estudiantes de física deberían tomar al Circo del Sol como ejemplo de sus teoremas, desde su impresionante y constante desafío a la gravedad, con ... piruetas extraordinarias, bailes colgados de lámparas palaciegas y vuelos angélicos que se muestran ausentes de todo peso, hasta ese movimiento perpetuo que es santo y seña de la compañía. Lo impresionante es el sosegado brío con el que toda la compañía pone en escena esta fantástica locura. A diferencia de muchos ladrillos del teatro contemporáneo, Corteo es todo liviandad y casi evanescencia. Un ritmo preciso, sin trepidar, una equilibrista que desprende lágrimas de oro para demostrar que la poesía aún perdura, una proeza entre los aros, el trapecio y la barra fija. No ha terminado una escena cuando llega la siguiente, sin que podamos prever su 'más difícil todavía', como esas nubes vaporosas que entran del mar hacia tierra sucediéndose sin atropellarse pero en una danza etérea que aquí protagonizan la cama, el ángel, la tela y el cuerpo, un relator todo el rato atareado y una bicicleta entre los ángeles del cielo.
Medio centenar de protagonistas en escena y hasta doscientas personas tras las bambalinas. Eso se nota. Nuevo reto a la física: domeñar el tiempo, que aquí funciona como un reloj suizo, desafiar la ley de la balanza cuando dos jóvenes suben y bajan en torno al rodillo, definir nuevas formas de luz que siguen a los actores porque bajo su vestuario llevan detectores que son los que guían cada foco. Una dinámica imposible de cuerpos humanos por el aire como partículas de un gas precioso, una estática imposible sobre una escalera de metal, una mujer devanada en circunferencias que giran y giran en cada parte de su cuerpo.
Pero todo sería un derroche de estampas hueras, un dispendio de soberbia y de petulancia si este circo sólo tuviese como meta desafiar a la física. Tras cada imagen borbotea una invitación a nuestra imaginación, un poema hecho ángel, un cariño veraz hacia el humor que es la salvación de toda mendacidad humana. Cómo olvidar la pequeñez de Valentina flotando bajo los cuatro globos y empujada suavemente por el público como las nubes a las que me refería antes. Cómo borrar de nuestra retina tantos y tantos instantes brillantes en las tres horas que dura el espectáculo. Ciertamente podría haberse usado algo más el español que el italiano, podría haberse mejorado un poco a los cantantes y a los números musicales, podrían haberse cuidado más la escenas de acción simultánea, esas que te atolondran porque en cada rincón del escenario para una cosa, por arriba ángeles y por abajo enanos, y no sabes a donde mirar. Este espectáculo, frente a los que ya les he visto de esta misma compañía, mantiene altísimo nivel en el equilibrio, las barras y el malabar, pero mejora mucho los números de humor: el golfista con cabeza humana como pelota se suma a los mencionados globos de Valentina y a algún otro instante hilarante.
Nada importa que haya un par de números algo sosos, como el de la armónica de cristal que nunca pasará a la historia. Ni que se ausente la prestidigitación de un circo tan prestigioso. Siempre añoramos este comienzo con las chicas colgadas de las arañas, ese cuidado de cada detalle del espectáculo, desde la limpieza de los telones hasta el poco estorbo de los andamios, pasando por la tersura de los zapatos.
Un caudal de imaginación se desborda por el maquillaje y el vestuario: algunos artistas se cambian de traje hasta media docena de veces. Como los espectadores son muchos y algunos sentados muy lejos del escenario, los actores han de forzar el gesto y subrayar el rictus. Pero eso también es teatro.
El escenario de dos ventanas convierte a este espectáculo en una calle de dos sentidos, en un mundo de perfil, pero todo se resuelve con la plataforma giratoria de la que nunca se abusa y con el trajín de ángeles y de músicos que son notas bien armonizadas en un pentagrama de hilos, luces y paseos. Un cortejo para acompañar la cama sobre ruedas hacia la vida eterna, un cortejo para recordar cuando ya no creamos en que todo puede ser posible, un cortejo para demostrar que la poesía no sólo se escribe con renglones incompletos. Porque juzgar al Circo del Sol es tan imposible como enseñarles física a los ángeles.
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