Carreño otorga cuerpo físico a la vega en el Instituto de América
La sala santaferina abre su temporada con una cita matérica con los secaderos, la tierra y la sierra, a cargo del mayor especialista en este entorno
No se puede hablar contemporáneamente del paisaje que dibujan sierra y vega sin citar el trabajo del ahora feliz doctor en Arte Francisco Carreño, uno de los más reputados –y cotizados– artistas granadinos actuales en la especialidad de la descripción del entorno. Hace dos años, la sala capitalina del Gran Capitán se convirtió en un hervidero de personas interesadas en su peculiar visión del macizo al que miramos –tenemos esa suerte– apenas levantamos la vista. Una de ellas fue el director del Instituto de América de Santa Fe, Juan Antonio Jiménez Villafranca. Fruto de aquel encuentro nació un proyecto que ahora se puede ver colgado en las paredes del centro santaferino. Bajo el título de 'Montaña y vega: secaderos, huellas y territorio', Carreño expone hasta el 23 de noviembre, en la muestra que inaugura la temporada del Instituto, medio centenar de obras que van desde la lejanía hasta el tacto de lo cercano, y donde convierte en vida los recuerdos de quienes crecieron a la sombra de esas estructuras con aroma de tabaco , o de quienes simplemente los contemplaron al pasar.
«Del encuentro con Juan Antonio surgió la posibilidad de invertir el tradicional punto de vista de mi obra, siendo ahora la sierra la que mira hacia la vega. Es una especie de ruta inversa desde la cumbre a la base», afirma. La ubicación de la muestra en Santa Fe está más que justificada, según el autor. «Esta ciudad es el epicentro de la comarca. En ella se cruza la visión de los secaderos con el paisaje de choperas, creando un ecosistema a caballo entre lo rural y lo urbano que es el alma de esta exposición».
El espacio de la sala le ha permitido, comenta, establecer un juego entre los distintos entes protagonistas de la vega, siempre usando técnica mixta y óleo. Precisamente, la muestra le sirve para dar un paso más en su trayectoria, introduciendo el relieve y el uso de materiales originales –desde hierba recogida en el entorno de los secaderos a sogas usadas para colgar tabaco– en sus obras. Así, el paisaje natural y el creado artificialmente se dan la mano. «La huella antrópica está presente, pero no desde el punto de vista arquitectónico, sino como un diálogo establecido entre los dos protagonistas de la labor agrícola: la tierra y aquella persona que la escoge como medio de vida, como lugar de trabajo».
Tal y como ha ocurrido recientemente en el séptimo arte, los secaderos tienen para Carreño un atractivo irresistible. «Su situación de deterioro me conecta con mi inclinación a reflejar paisajes románticos, ruinas... He pintado algunos secaderos colocándolos en primer término, como los pintores románticos colocaban a la Alhambra en sus obras, con la sierra como fondo».
Reivindicación
Tiene la muestra de Carreño cierto tinte reivindicativo, pensando en la devastación de los secaderos como el fin de una era. Sin embargo, no quiere lanzar un mensaje político con su obra. «Soy artista, y sólo pongo en el pincel mi energía, mi punto de vista, dejando al espectador la oportunidad de reflexionar sobre lo que muestro», asegura.
Esta es una exposición de líneas, tanto verticales como horizontales. Las verticales incluyen la huella impresa del secadero –ladrillos, puertas, cañas–, presente en algunas de las obras, y las horizontales constituyen las del horizonte, los distintos niveles de observación que el propio paisaje genera, de las alturas de 3.000 metros de la sierra hasta los 600 metros sobre el nivel del mar que es la cota de la vega a la altura de Santa Fe. Precisamente, esa huella rinde homenaje el trabajo de un granadino ilustre, el doctor Federico Olóriz, con su trabajo antropológico en la Alpujarra, y su posterior aportación, hoy globalizada, en torno a la importancia de la huella dactilar para la identificación de personas. Como decía Olóriz, la huella es un registro del paso del tiempo, y esa idea está presente en el trabajo de Carreño.
Así, en las tres salas en que se divide la muestra del Instituto de América hay diferentes lecturas del paisaje. En la primera, está la luz interior del secadero, con las maderas y las ristras de tabaco protegidas con acrílico y pintura de oro, en la más pura tradición del 'Land Art', adaptado a su peculiar visión. En la segunda sala, hay un espacio intermedio a lo Anselm Kiefer donde incorpora la propia tierra y el pajizo a las obras, acompañadas por bocetos y dibujos que muestran sus conceptos básicos. Finalmente, en la tercera sala se muestra su trabajo más 'académico', su mirada sobre el macizo, la misma que le ha otorgado justa fama.
Hasta el día 5 de noviembre se puede ver una proyección a menor escala de esta muestra en la galería Ceferino Navarro, titulada 'El oro de los caminos' a partir de obras realizadas con pan de oro. Los grandes formatos de Santa Fe convivirán con los pequeños formatos de la capital, mostrando el trabajo de todo un año intenso, con la mirada siempre en lo inmediato.
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