Ana Blandiana: «Para mí, escribir poesía es como un milagro»
Aunque la poeta rumana cada año está en la mesa de candidaturas al Nobel de Literatura, afirma que ganar el premio sería para ella un gran trastorno
José Antonio Muñoz
Granada
Lunes, 25 de octubre 2021, 00:03
Ana Blandiana (seudónimo de Otilia Valeria Coman, nacida en Timișoara, Rumanía, en 1942), es una mujer de sonrisa franca y verbo certero. Tiene letras hasta ... en el vestido que lleva el día de nuestro encuentro. Quien la entrevista desconoce la lengua rumana, pero nunca ha entendido tanto a alguien sin entender ni una sola palabra de lo que dice. Ha pasado por Granada en estos días para participar en el XVII Festival Internacional de Poesía.
–¿Dónde nació en usted el oficio de escritora?
–No lo sé. Antes de saber escribir y leer, hacía juegos con palabras y rimas. Debí de hacerlo durante años, de tal manera nunca me preguntaron qué quería ser de mayor: todo el mundo sabía que quería ser escritora.
–¿Cómo se desarrolla una vocación como la de escritora en un ambiente tan hostil?
–La escritura ha sido para mí una forma de supervivencia. No es una profesión, porque una profesión es más bien una categoría administrativa. Sin escribir, mi vida habría sido mucho peor, más difícil. La escritura fue mi principal arma, y al mismo tiempo, mi principal medicamento.
–Cuando con su primer libro, aún sin publicar, obtuvo el Premio Herder, ¿fue difícil digerirlo?
–Tengo un recuerdo muy vivo del día en que recibí la noticia. Era un día triste: llovía, hacía frío, había lodo en el suelo. Caminaba por un suburbio de Bucarest cuando me encontré con un funcionario que trabajaba en la Unión de Escritores. Me dijo que yo había recibido un sobre de la Universidad de Viena, y que debía pasar por la sede de la Unión para dar una respuesta. Evidentemente, ello significaba que habían abierto el sobre y sabían su contenido. Entonces, me dijo abiertamente que me habían concedido un premio. Pensé que era un chiste, porque otros poetas del nivel de Tudor Arghezi (1880-1967) o Alexandru Philippide (1900-1979) habían recibido este premio, pero siendo mayores. Esto ocurrió en 1982, y sigo siendo la premiada más joven, casi cuatro décadas después. Creo que el jurado olvidó interesarse por la edad que tenía, porque cuando llegué allí todo el mundo me confundía con una estudiante.
Pero ese no fue mi mayor problema. El problema es que me premiaron por un libro cuya publicación impedía la censura. Albergaba la esperanza de que tras serme concedido el premio, se publicara. Después de numerosas solicitudes y audiencias para que me dejaran salir de Rumanía para recoger el galardón, que entregaba el presidente de la república austríaca, conseguí el visado de salida –algo humillante– dos días antes de la entrega. En Rumanía la censura había paralizado la publicación de mi libro de prosa, 'Proyectos de pasado'. A mí llegada al hotel encontré con un telegrama que decía que el libro se publicaría. El régimen quería evitar un posible escándalo si yo declaraba que mi obra era censurada en Rumanía.
–Desde el punto de vista político, usted ha pasado por una época de peligro, luego incertidumbre, luego esperanza, ¿y finalmente desencanto?
–Podría ser esa la secuencia, sí. Pero tendría que añadir un punto de inflexión, la muerte de mi padre. Desde ese momento, me sentí distinta a mis compañeros. La historia de mi padre es la de un destino roto, porque nada más salir de la cárcel tuvo un accidente y murió. Apenas tuve tiempo de tratarle. Para mí, quedó en el aire el misterio de aquel sufrimiento, y supe que tenía que ahondar en las causas de lo que le había ocurrido, tratando de entender su destino truncado. Su muerte marcó el fin de mi adolescencia y el comienzo de la madurez.
Por otro lado, mi desilusión política se desarrolla en dos planos: el primero, el interno. Tras el cambio de régimen, en 1989, pronto nos dimos cuenta de que, en realidad, nada había cambiado. La sociedad se dividió en dos: un grupo que gritaba ¡Abajo Ceaucescu!, y otro que gritaba: ¡Abajo el comunismo! Pero el comunismo no terminó al caer Ceaucescu, sino que el control pasó a manos de otros comunistas, los colegas del dictador que le habían derrocado. Y esos mismos son los que mantienen el poder hasta hoy, con distintos nombres. Ahora, la red que controla el país no es la Securitate, sino otra con tintes mafiosos sustentada en la corrupción.
El otro plano de mi desilusión tiene que ver con el sueño que quienes vivíamos tras el Telón de Acero. Queríamos formar parte del llamado 'mundo libre'. Miles de personas perdieron la vida o fueron encarceladas por tratar de cruzar la frontera. Ese 'mundo libre' era la luz absoluta hacia la que todos queríamos ir. Pero cuando pudimos viajar libremente, nos dimos cuenta de que ese mundo no era como pensábamos. Allí, contaminada por el consumismo, la libertad se había vuelto vaga e indiferente a las ideas. La sociedad de consumo ha degradado esas ideas que fueron lo mejor que Europa había creado, la libertad, la defensa de los derechos humanos que paradójicamente se han transformado hoy en día en luchas entre minorías, entre hombres y mujeres... Y paradójicamente, las ideas que dividen la sociedad son de factura comunista.
La idea de Dios
–Siendo hija de un sacerdote, ¿qué supone Dios para usted?
–La religión es la forma administrativa de tratar con Dios, distinta a la idea de lo divino. Einstein dijo que hay dos tipos de seres humanos: unos que no creen que existan los milagros, y otros que creen que todo es un milagro. Einstein se inscribía en esta segunda categoría. Otros sabios, cuando han analizado la complejidad del mundo, se han dado cuenta de que ese milagro es aún mayor de lo que ellos han descubierto. Para mí, la iglesia tiene que ver con la tradición, con los antepasados, y siendo ortodoxa, siento un gran placer entrando en una iglesia católica o protestante.
–¿Y cómo ha influido Dios en su poesía?
–El hecho de no sentirme nunca sola, de sentirme protegida, de saber que a veces es imposible hacer determinadas cosas sin ayuda, es para mí la definición de Dios. Pienso que escribir poesía es también un milagro.
–Su nombre aparece entre las candidaturas al Nobel de Literatura. ¿Qué le parece?
–Creo que ganar el Premio Nobel sería un infortunio, y no creo que lo gane. No deseo ganarlo, pero si me sucede, va a ser desesperante para mí. El hecho es que todos los escritores dejan de escribir tras recibir el Nobel enseña que es un premio injusto y que su extraordinario peso les aplasta. Desde el punto de vista personal, el premio es una gran cantidad de dinero para alguien que, como yo, ha vivido siempre de forma modesta. Para mí sería un gran trastorno.
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