Aquellos horrendos y maravillosos viajes
Lo que llevo en mi maleta ·
Sin aire acondicionado, sin GPS, sin tablets, sin autovías, sin cinturones atrás, pero con casetes en bucle, con camiones 'inadelantables' o 'trucos' peregrinos para no marearnos:viajar en los 70 y 80 era toda una odiseaWILLIS Haviland Carrier, para quien no lo conozca, que será la mayoría, fue el inventor del aire acondicionado o así está considerado. Nació por accidente (el aire acondicionado, no él, que se sepa), como la penicilina, los rayos X, el microondas, el teflón o la Viagra. Todos ellos hacen la vida más feliz. Al parecer el entonces joven ingeniero quería solucionar un problema de humedad en una imprenta de Nueva York donde por el calor y la nula ventilación la tinta se corría y elaboró una especie de deshumificador que logró el objetivo. Lo curioso es que el aire que salía por el otro lado del mecanismo, expulsado a otra habitación, lo hacía más frío y los trabajadores empezaron a pasar en ella sus descansos y el rato de comer. Existía un lugar donde increíblemente no hacía calor. Su evolución derivaría en el aire acondicionado moderno.
El caso es que más allá de que se te tome un poco la garganta o la voz por su uso recuerden −o imaginen, según la edad− lo que era trabajar encerrados sin él o viajar. ¡Ay, los viajes! Esos viajes eternos sin aire acondicionado, sin GPS, sin cinturones atrás ni mucho menos sillitas (visto hoy estamos vivos de milagro), sin autovías, pero con camiones 'inadelantables' si se juntaban más de uno y que iban de lujo con la canción que sonaba en el radiocasete (vamos de paseo, pí, pí, pí). Sí, viajar en los 70, 80 y parte de los 90 era una odisea.
A mí, a mis hermanos y a mis primos nos despertaban a las cinco o las seis de la mañana mis padres y mis tíos para ponernos un supositorio que se supone que te evitaba mareos y vómitos (años después me enteré que a amigos les daban 'Chiclidas' o más tarde 'Biodraminas') y que daba unas ganas terribles de ir al baño. Lo único bueno era que si el viaje empezaba así solo podía mejorar.
Luego te dabas cuenta de que no. Lo que seguía era el Renault 14 blanco hasta la bandera, tres niños con el culo inquieto en el asiento de atrás (el supositorio no ayudaba) preguntando cuánto queda, tu madre girándose para darte agua o cola de La Casera, un calor asfixiante, atascos y un trapo pillado con el cristal de la ventanilla en el lado que daba más el sol.
Al hilo de esto, el año pasado estuve en Japón, de viaje de novios, que por cierto iban bastantes en pleno verano con mascarilla (allí es algo cultural usarla para no contagiar si se está enfermo) y viéndolos pensabas «cómo están estos 'japos'». Lo que es la vida. Fue mi último gran viaje en la vieja normalidad. En fin, a lo que iba. Querría que vieran el avión. Qué maravilla. 20 horas duró el vuelo y se me hizo más corto que los viajes a la playa en el Renault 14. Y eso que mis padres ponían un casete con canciones de los payasos de la tele para que fuéramos distraídos. A veces, Rocío Jurado o Los Ecos del Rocío o algo así pero la mayoría de ocasiones, los payasos. Dando la vuelta al casete una y otra vez. Visto ahora tengo que hacerles un mejor regalo estos Reyes.
Lo más curioso es que si uno cierra los ojos parece que fue ayer porque incluso con viajes así la vida pasa muy deprisa. Tus jugadores preferidos pronto se convierten en entrenadores, tus grupos favoritos se separan y vuelven para una última gira y de repente eres tú quien lleva el volante y detrás van los niños, aunque ahora fresquitos gracias al amigo Willis y blindados en sus sillitas y con Peppa Pig en la tablet. Y solo te queda esperar que, con los años, sus recuerdos de estos viajes estivales sean tan buenos como lo son los tuyos.
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