Crítica

Electra: la tragedia irreconocible

Andrés Molinari

Sábado, 9 de marzo 2024, 11:06

La memez escénica vuelve a visitar nuestro Teatro Alhambra. Y ya van varias jornadas con lo mismo. Cuatro actores destripan la Electra de Sófocles bajo ... dirección y la firma textual de Fernanda Orazi. Vi la función el Día de la Mujer y creí acertada la elección para tan reivindicativa ocasión, pero la firma femenina del engendro hizo que corrigiera mi prejuicio.

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Una vez más, la propuesta, avalada por distintos teatros de Madrid, confía en que el público conoce la peripecia mitológica y sabe lo que pasa entre Orestes, Electra, Agamenón y su peculiar familia. De forma que si no sabes algo de Homero y un poco de Wikipedia, te quedas más in albis aún. Esto de 'deconstruir' a los clásicos es moda, generalmente insoportable, pues para retocar al bueno debes ser, al menos, su equivalente. Y no es el caso.

Sí, cierto, el coro griego lo hacen con afán los tres actores que no monologan en ese momento, creando un murmullo lejanamente evocador y alegórico. También lo es el laurel, izado y luego pisoteado, con lo que simboliza este Dafne en el bosque mitológico. Pero todo huele a decorado ahorrado y vestuario de mercadillo. Todos sobreactúan y a veces nos mendigan una sonrisa con su amago de ironía. El colmo de su equivocación llega cuando cada actor se va a la parte lateral trasera del patio de butacas a soltar su perorata. Entonces el público o se duele de cervicales y ambos esternocleidomastoideos o de queda mirando la nuca del que tiene delante. En definitiva: Teatro malo y además molesto.

Sófocles pone en boca de Electra la pregunta: ¿Acaso existe medida para mi dolor? Entre otras cosas, me interesa el teatro contemporáneo, el mal teatro digo, por quiero aquilatar si tampoco existe medida para la memez humana. Pues, hasta donde sé, considero del género infinito ese derroche de tonterías que se nos ministra bajo la etiqueta de modernidad. Y seguiré quejándome, como Electra, de que me tomen el pelo usando a Sófocles como señuelo. Y dilapiden dos horas de mi vida haciéndome creer que he visto algo del gran teatro griego, aquel por el que no pasan ni las horas ni los siglos.

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