Crítica

Contra avaricia, el teatro de Atalaya

Andrés Molinari

Domingo, 17 de diciembre 2023, 14:14

Todo comienza con una humareda insoportable, sobre todo para las primeras filas de la sala. Y los minutos siguientes afinan la decepción incipiente ante este ... Molière en manos de la celebérrima compañía sevillana Atalaya, más sublime en clásicos griegos y tragedias anglosajonas. Un caos de actores en escena suplanta al pretendido coro y pronto creemos estar viendo una versión de cualquier constructo travestido del estilo Brecht, con su cabaret crepuscular, sus harapos como indumento, sus rayajos en la cara, su lamparón y su falsete del que se abusa. Porque a Atalaya le gusta Brecht, es innegable, y con la música estilo Kurt Weill se siente ufana y próspera. Ambos cardinales servirán de bitácora durante las casi dos horas de espectáculo.

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Suerte que pronto el humo hace mutis para no volver a salir, los actores extraen lo mejor de sí mismos y va amaneciendo la comedia del arte, bisabuela del vodevil. Se nota. Vaya si se nota. El público, hasta entonces enmudecido por el desbarajuste, comienza a reir. Y al final disfruta como pocas veces lo ha hecho en el teatro. El mejor Brecht, con su rímel hasta las cejas, su falda de jirones y su música de hojalata, sirve para que los actores zanganeen pasos de baile como puntos y comas en el texto de Moliére.

A pesar de que ninguno de los actores canta bien, la obra se viene arriba. El argumento va despuntando, el vodevil seduce, divierte y encandila porque estamos ante el teatro de verdad, el teatro de Atalaya. Si el vestuario es adecuadísimo para esta versión brechtiana, con ese sombrero de abanicos para el Harpagón enamorado, no lo es menos la concisión del atrezo, ceñido a un par de paraguas, al necesario baúl y poco más. Pero Atalaya no es Atalaya sin que la desnudez del escenario se preñe de un mismo objeto repetido. Antes fueron las bañeras o los carretes de cable industrial. Aquí son las puertas, unas veces siete, como los pecados capitales, y otras alguna más, porque pecadillos no faltan.

Imposible acabar sin citar a Carmen Gallardo y su creación de El Avaro. Contenida en los chistes, sobreactuando lo justo, cantando poco porque no es lo suyo, bordando la escena del robo, deleitándonos con el teatro bien hecho, perfecto. A su lado María, el deje argentino tan cómico, los amantes, los gestos, los mutis… No se puede pedir más. Del agraz y la desazón al deleite que nos envenena de avaricia; avaricia por todo lo que hace y haga la compañía sevillana Atalaya.

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