Una herida que no deja de sangrar

Sin tener claro si hace lo correcto, la mujer, la «madre-amiga», cede a la voluntad de Gina, la madre biológica del pequeño, que pide volver a acercarse a él tras haberlo abandonado al nacer por no poder criarlo. De este planteamiento surgen numerosos conflictos internos en la protagonista: el arraigo, la pertenencia y la maternidad (incluida la maternidad no biológica) son los temas esenciales que arman la estructura emocional de este descarnado relato, en el que el río que atraviesa el departamento del Chocó actúa como aparato circulatorio aportando nutrientes a los pueblos de ambas orillas, pero también sufrimiento: «El río es testigo de llantos y sangre, nacimientos y muertes, salidas y llegadas. Los ríos del Chocó, otra forma de habitar la tierra: las canoas también son casas, puestos de trabajo y escondites. Por el río comenzamos a perder esta tierra.»

Los conflictos armados que asolan la selva colombiana son el telón de fondo en el que transcurren los hechos; el sonido de los disparos y las lanchas motorizadas, que cada vez suenan más cerca, dan una idea de la intimidación y del miedo que sufren los habitantes de la región, cuyas vidas se ven a veces truncadas por el dolor que provoca la pérdida de sus seres queridos a manos de un conflicto que dura ya demasiado tiempo y ha provocado demasiado sufrimiento. Incluso en este contexto de angustia e incertidumbre, la escritura de Salazar Masso, a veces rozando lo onírico, logra narrar con suma belleza y precisión el paisaje de esta historia, así como la ternura de una madre que hace más que lo posible por darle la mejor vida a su hijo: «Una madre teme perder a un hijo en cualquier momento y yo temo el doble porque no es mío».