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Vista parcial de la sala 3 del museo.
Federico Castellón. Surrealismo mediterráneo
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Federico Castellón. Surrealismo mediterráneo

Amigos de la Alcazaba ·

juan manuel martín robles

Martes, 23 de junio 2020, 23:34

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Ventana abierta a la Historia del Arte almeriense desde el último tercio del siglo XIX hasta la década de 1970, entre todas las propuestas artísticas que el visitante puede disfrutar en el Museo de Arte Doña Pakyta desde su inauguración, el 5 de mayo de 2015, siempre he sentido especial predilección, entre otras, por la obra del pintor, grabador e ilustrador Federico Castellón. Un artista de filiación surrealista, nacido el 14 de septiembre de 1914 en Alhabia (Almería), cuya carrera quedó íntimamente vinculada a Nueva York desde el preciso instante en que aquél llegó a la ciudad norteamericana, junto a sus padres y hermanos, en noviembre de 1920.

Precisamente unas semanas antes del cierre de los museos como consecuencia de la crisis sanitaria provocada por la Covid-19, y casi cien años después de la marcha de Federico a Estados Unidos, la sala de la pinacoteca almeriense que acoge, junto a la de Ginés Parra, la obra de Castellón era objeto de revisión, y a los óleos, tintas indelebles, dibujos y grabados de éste expuestos se sumaba el lienzo Guerra y paz. Un excepcional ejemplo de su producción surrealista temprana, generosamente cedido por la familia Sebastián Lázaro, y un singular testimonio histórico del regreso de Castellón a España en la década de 1930. Cuando, tras graduarse en el Instituto Erasmus de Nueva York y gracias a la intervención del artista mexicano Diego Rivera, la Junta de Relaciones Culturales española le concedió una beca para continuar su formación artística en Europa.

Un viaje de retorno al Viejo Continente, iniciado el 27 de junio de 1934 en el puerto de Nueva York, que le trajo nuevamente hasta Almería. Ciudad mediterránea, «muy pequeña, pero muy bonita», según palabras del propio Castellón recogidas en el Diario de Almería del 18 de agosto, donde el joven artista mostró entonces, gracias a la ayuda del escultor y crítico de Arte José Martínez Puertas, algunas de sus creaciones más recientes, con motivo de la Exposición Provincial de Bellas Artes que, coincidiendo con las fiestas patronales, se inauguró el 21 de agosto en la Escuela de Artes y Oficios almeriense.

Cubistas y surrealistas

Una importante convocatoria, por lo que ésta supuso para el ambiente artístico local (falto de exposiciones y medios expositivos) y porque a ella concurrieron tanto algunos de los pinceles provinciales ya consagrados, como algunos de los más firmes valores de la pintura almeriense cuya obra destacaría especialmente entre 1940 y 1970, como Moncada Calvache, Juan Cuadrado, Gómez Abad, Adelchi Garzolini, Esteban Viciana, Melchor Bedmar, José Bretones, Emiliano Godoy, Miguel Rueda y Jesús de Perceval, a quien el jurado le concedió la Medalla de Honor.

Calificados por unos como cubistas y como surrealistas por otros, los óleos y dibujos presentados entonces por Castellón, novedosas imágenes estéticamente situadas en las antípodas del gusto local imperante, más complacido ante propuestas naturalistas de raigambre academicista, no obtuvieron ni el favor del público ni, como se infiere por las notas aparecidas en los diarios locales, la comprensión de la crítica. Hecho que no impidió que en las páginas de aquéllos se destacase la valía del joven creador como dibujante y se señalase que la de Castellón era ya una carrera consolidada.

Tras su breve estancia en Almería y Alhabia, donde pudo volver a visitar a su abuela y recorrer las calles de su infancia, y antes de dirigir sus pasos hacia París, en los primeros meses de 1935, para allí continuar disfrutando su beca, Castellón se afincó durante unos meses en Madrid. Ciudad a la que llegó tras el verano de 1934 y donde el 24 de diciembre inauguró, en los salones de la Sociedad de Amigos del Arte, una exposición en la que mostró un total de sesenta y cinco obras.

Paisajes metafísicos

Una selección de piezas entre las que podemos suponer que se encontraba, a la vista de la firma del cuadro, Guerra y paz. Una onírica imagen en la que, a través de la extraña figura femenina bifronte que, arrodillada en el suelo, ocupa el centro de la composición, expresa el artista dos ideas contrapuestas. Así, sí la expresiva faz que mira hacia el lado izquierdo del cuadro, según la posición del espectador, se presenta triste y apesadumbrada ante la visión de una fantasmagórica construcción en la que los vestigios del conflicto bélico han quedado plasmados sobre su fachada en forma de simbólico rostro cadavérico cuya boca, de aciaga expresión, parece devorar la mano derecha de la mujer, en contraposición, la cara que se dirige hacia la derecha de la composición se presenta alegre y complacida ante la visión de dos blancas palomas, símbolos de la paz, que vuelan en un cielo azul limpio, alejándose de temores pasados.

Enigmática imagen de surrealista poética resuelta con acertado dibujo y suave entonación, y en la que son evidentes los ecos que en la obra temprana de Castellón tuvieron los paisajes metafísicos de Giorgio de Chirico, Guerra y paz es una de las siete obras que de este pintor surrealista neoyorquino con alma mediterránea se pueden disfrutar en el Museo de Arte Doña Pakyta.

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