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Joyas supremas

Joyas supremas

La sede del alto tribunal, antiguo palacio real del siglo XVIII, esconde un museo de arte con piezas únicas

Mateo Balín

Domingo, 29 de junio 2014, 07:32

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El despacho del presidente del Tribunal Supremo tiene 40 metros cuadros y otros cuatro metros de altura. Ocupa un privilegiado lugar en la segunda planta del palacio que mandó construir en 1750 la reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, en la Plaza de las Salesas de Madrid. Lejos de las comodidades que uno se podría imaginar, la estancia es un pequeño museo que rezuma historia y trascendencia, con piezas de decoración únicas y de 'supremo' valor.

Curiosidades y enigmas

  • La reina Bárbara de Braganza (1711-1758) mandó levantar el palacio como lugar de retiro, aunque era sabido que detrás de su construcción estaba la mala relación con su suegra, Isabel de Farnesio.

  • Incendio. Tras el destructivo incendio de mayo de 1915 solo quedó en pie la fachada, los muros maestros y la escalera de la Reina que subía a la primera planta. Está hecha de mármol y es de tipo claustral.

  • Mosaico. El mosaico del salón de los Pasos Perdidos está realizado con mármol de Italia, Francia y España. Lleva el símbolo de la Justicia (la balanza y la espada) y 12 números romanos, cifra que representa la perfección absoluta. El mural está protegido por el daño que ocasionan los tacones.

  • Masones. Está documentada la presencia de símbolos masónicos en el Supremo, que llegó a estar presidido por un destacado miembro, José María Calatrava, que adoptó el nombre simbólico de Tiberio Graco entre 1840 y 1843. El magistrado perteneció a la sociedad secreta del anillo. En un fresco de Marcelino Santa María que representa la rectitud, también aparece el tradicional triángulo masónico.

  • Gran Collar de la Justicia. La reina Isabel II regaló este collar de oro esmaltado con los emblemas de la Monarquía y de la Justicia. Fue manufacturado por el joyero Pablo Cabrero y costó 15.000 pesetas de la época. De la parte inferior se desprende un eslabón con el 'ojo que todo lo ve', que representa el poder absolutista y simboliza que los ojos y oídos del Rey eran los jueces. Felipe VI lo usará en la apertura del año judicial.

Las obras de arte que lo decoran forman parte del vasto catálogo que ornamenta la sede del alto tribunal. En sus paredes se exponen medio centenar de cuadros, la mitad pertenecientes al Museo del Prado; vidrieras modernistas, esculturas sacras, escudos reales, relojes ingleses, mobiliario romántico regalado por la reina Isabel II, tapices de La Granja o frescos alegóricos de la Justicia.

Nada más cruzar el umbral del despacho de Carlos Lesmes un portentoso crucifijo de marfil y madera irradia respeto sobre su escritorio. La sólida mesa es una peculiar pieza de bronce y madera de 1855, que fue encargada por Isabel II a un marquetero ruso. Cuenta la historia que la reina la cedió al Palacio de Justicia después de que un juez fallara en su favor en el pleito que había planteado contra el artista por un sobreprecio de la obra.

El escritorio pesa 250 kilos. La última vez que lo movieron para recolocar la alfombra de La Granja sobre la que se apoya se necesitaron seis personas. De pesada carga son también las seis sillas a juego de estilo romántico, de 40 kilos cada una, tres sillones barrocos y el formidable bargueño que ocupa parte de un lateral del despacho.

Si el presidente del órgano de gobierno de los jueces levanta la vista de su mesa se encuentra un óleo sobre lienzo de la Inmaculada, de autor desconocido, perteneciente a la colección del Supremo. Apoyado en un mueble descansa un reloj francés de sobremesa. Es una delicadeza de mármol negro de Bruselas con herrajes de bronce y tiene una esfera de porcelana blanca con números árabes. Se trata de una reliquia que el último maestro relojero de Madrid da cuerda y calibra cada semana.

El despacho cuenta con dos entradas, la funcional, y una principal, que se emplea para las grandes ocasiones, y a la que llaman 'la Rotonda', por su forma circular. En la bóveda preside un fresco del pintor José Garnelo, que reproduce 'El gran collar de la Justicia', la máxima distinción que suele llevar el presidente del alto tribunal en los actos oficiales. Precisamente, el abalorio de oro esmaltado cuelga de los hombros del rey Juan Carlos en una obra de Ricardo Macarrón allí expuesta.

Donde cosían las niñas bien

'La Rotonda' es una de las salas más luminosas y lugar de recibimiento de las autoridades. Tras morir Bárbara de Braganza en 1757 y un año después, dicen que de pena, su marido Fernando VI -son la única pareja de reyes que no está enterrada en el Monasterio del Escorial sino en la iglesia anexa al edificio-, el palacio pasó a ser convento de monjas salesas y colegio residencia para las distinguidas hijas de los aristócratas. Las niñas cosían en esa estancia porque aún faltaban décadas para la llegada de la luz eléctrica.

Durante 112 años el palacio tuvo una función educativa, pero en 1870 el entonces presidente del Gobierno, el general Juan Prim, ordena su incautación. La política de las desamortizaciones eclesiásticas convirtió el recinto de tres plantas en un Palacio de Justicia en 1878. Allí albergaban su sede el Supremo, la Audiencia Provincial, la Fiscalía, el Colegio de Abogados, los Juzgados de Guardia y los calabozos. Hasta que en 1992 quedó en manos solo del alto tribunal.

En mayo de 1915 un pavoroso incendio destruyó la mayor parte del inmueble. Solo quedó en pie la fachada y los muros maestros. Ese día en la Sala Segunda o de lo Penal, una estancia rectangular decorada con seda de damasco, mobiliario de caoba cubana y un cuadro de 'El Cristo' de Alonso Cano, se estaba celebrando una vista y un ujier interrumpió al grito: «Con la venia señor presidente, el palacio está ardiendo» y su señoría respondió: «No lo dudo, pero desde luego no con mi venia».

Con el incendio se descubrió un pasadizo en el sótano que conduce a una cripta donde están enterradas las monjas del convento. La reconstrucción quedó en manos del arquitecto Joaquín Rojí, que respetó los planos originales de Francisco Carlier. De la ornamentación interior se ocupó en persona el mismísimo Alfonso XIII. Una decoración que perdura hasta la actualidad.

El favorito de Alfonso XIII

Uno de los lugares predilectos del monarca era la galería que lleva al salón de Pasos Perdidos. Un vestíbulo de acceso a las cuatro salas de vistas en las que se celebraban juicios y se condenaba no hace tanto tiempo a garrote vil. En ese preámbulo al enjuiciamiento se pueden ver frescos de Álvaro Alcalá Galiana, discípulo de Sorolla y uno de los grandes pintores del siglo XX. El acceso al interior del palacio está flanqueado por dos cariátides de estilo griego, que anuncian que allí está en juego lo más preciado del hombre: su libertad y patrimonio. Por la llamada Escalera de la Reina se accede a la primera planta. Está hecha de mármol y su balaustrada es original. Está presidida por un retrato anónimo de Isabel de Farnesio, suegra de Bárbara de Braganza y esposa de Felipe V. Pertenece al Museo del Prado, que llegó a un acuerdo con el Supremo para la cesión de estas obras a cambio del mantenimiento y restauración.

Tras cruzar el Salón de los Pasos Perdidos y observar el mosaico del suelo y los cuatro frescos se puede acceder a la Sala Primera o de lo civil. Un lugar más luminoso que la Sala Penal y que preside el cuadro de La Inmaculada Concepción de Claudio Coello.

En la segunda planta, lugar del despacho privado del presidente y de 'la Rotonda', se accede a la Sala de Gobierno. En su vestíbulo principal se encuentra una vidriera modernista con la figura de Temis, diosa griega de la justicia. Es una de las obras predilectas de jueces y fiscales del Supremo. Finalmente, en la antesala cuelgan dos imponentes obras de Diego Velázquez, Esopo y Menipo, y un anónimo de la emperatriz Sisí. Son tres de las joyas del museo del Supremo, que solo puede ser visitado tres días al año, en las jornadas de puertas abiertas.

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