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El peruano Joaquín Galdós, en un pase por alto al tercero, al que cortó una oreja.

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El peruano Joaquín Galdós, en un pase por alto al tercero, al que cortó una oreja. Ramón L. Pérez

Una Puerta Grande y dos faenas

Joaquín Galdós, primer triunfador de la feria, aunque Bautista y Lorenzo firmaron lo mejor

F. MARTÍNEZ PEREA

GRANADA

Jueves, 31 de mayo 2018, 02:24

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Cuesta pensar que todo se reduce al mayor o menor interés de los carteles o a la falta de afición, aunque para muchos este sea el principal argumento justificativo de la escasez de público, ayer, en la primera corrida del ciclo ferial del Corpus. Cuesta pensar igualmente que la situación económica del país -y por ende de los ciudadanos de a pie- no permite grandes dispendios a la hora de seleccionar espectáculos que, como el de los toros, son caros. Y cuesta pensar que un serial como el de Granada, con solo cinco corridas de toros, una de ellas de rejones, exceda a las posibilidades de los que gustan de disfrutar en plenitud de las tardes de feria en la Monumental de Frascuelo.

Nos parece muy simple llegar a esta conclusión. Ayer los niños, muchos, se quedaron sin poder sumarse al cortejo de la Tarasca, el de más impacto en la gente menuda, porque los colegios tuvieron que asumir que el miércoles de feria era una jornada más de las fijadas como lectivas. Ayer muchos granadinos se vieron en la obligación de cumplir sus tareas laborales porque el comercio, o parte de él, abrió sus puertas incluso por la tarde. Y podríamos seguir.

En otras ciudades la actividad laboral se para completamente por la tarde en los días grandes de feria para que todos, grandes y pequeños, puedan participar de los actos. A diferencia de lo que ocurre en esta bendita tierra, todo son facilidades para que los aficionados a los toros, al circo, al teatro o a los conciertos, puedan satisfacer sus deseos. ¿Por qué en Granada no se hace lo mismo?

Ayer hubo muy poco público en el coso de la capital, menos de un cuarto de plaza y sería fácil achacarlo exclusivamente a lo ya expuesto. Los aficionados y los que no lo son tanto piden novedades, piden mayor número de espectáculos y piden que los carteles incorporen a toreros nuevos y ganaderías poco habituales. Se les llena la boca de exigirlo. Otra cosa es que, a la hora de la verdad, consumadas las novedades e incrementados los festejos, acudan a la plaza. Es la eterna cantinela.

La corrida de ayer tenía alicientes sobrados y, por tanto, merecía mejor respuesta. En la terna, un torero en plena madurez y avalado por una trayectoria insuperable, el francés Juan Bautista, convertido por derecho propio en el gran referente de su país -hace unos días logró su décima Puerta de los Cónsules, en Nimes- y dos figuras emergentes con méritos sobrados para estar en cualquier feria, el toledano Álvaro Lorenzo, uno de los grandes triunfadores de la temporada madrileña, y el peruano Joaquín Galdós, con éxitos resonantes en España y América.

Y, además, una ganadería, la de Castillejo de Huebra, que se ha fijado como objetivo reivindicar para las corridas de a pié un encaste como el de Murube-Urquijo, con muchas tardes de gloria en otras épocas del toreo en las que era base de los principales carteles y en la actualidad condenado injustamente a los festejos de rejones.

Tenía interés, sí, esta primera de feria. Y lo tuvo también durante el desarrollo de la misma, aunque no todos los murubes de Castillejo de Huebra estuvieron a la altura de su sangre. Hubo tres buenos, dos justos de raza y uno, el sexto, sobrado de kilos y desclasado. Los seis, eso sí, nobles. En conjunto, un encierro más que manejable.

Los dos toros que entraron en el lote de Juan Bautista no le plantearon excesivos problemas al torero de Arles, aunque uno de ellos, el que abrió plaza, no le dio demasiadas opciones para el triunfo por su falta de fuerza y poca raza. Sí tuvo mejor condición el cuarto con el que Bautista hizo demostración de sabiduría, oficio y torería. Si en el recibo capotero hubo gusto, en la labor de faena, además de plasticidad y templanza, hubo hondura. Excelentes los trincherazos, las series en redondo y al natural, los remates, los adornos y todo cuanto llevó a cabo a lo largo de un trasteo de enorme elegancia. Está sobrado y con renovada ilusión el francés, que ayer perdió los trofeos por el fallo con la espada, lo único negativo de su labor.

La sorpresa

Álvaro Lorenzo se presentaba en Granada. Para muchos, era solo un nombre vinculado a una tarde apoteósica en Madrid, la del Domingo de Resurrección, en la que abrió la Puerta Grande de la Monumental de Las Ventas tras cortar tres orejas, triunfo al alcance de muy pocos. Después de verlo en Granada, se entiende la ilusión que ha generado este joven torero, con todos los atributos para convertirse en figura. El toledano tiene arte, tiene ambición, tiene valor y, además, las ideas claras. Su primera faena ya dejó ver la dimensión artística del espada, con un gran sentido de la ligazón y el temple, aunque la mejor versión llegó con el quinto, el mejor toro del encierro.

A este lo toreó con gusto, con apreturas, con sentimiento y dejando ver un gran repertorio. Largas y hondas las series al natural, impecable el toreo con la derecha, imponentes los pases de pecho y limpios los circulares invertidos. Una faena, eso sí, de excesivo metraje -tiene el torero que medir mejor los tiempos-, pero con calado en los tendidos. El fallo con el descabello le privó del doble trofeo.

Primer triunfador

El peruano Joaquín Galdós, que presentó sus credenciales en el reciente festival a beneficio de Granadown, ratificó ayer en la Monumental de Frascuelo todas las muchas cualidades que posee. No escatima esfuerzo, pisa terrenos comprometidos, se le ve con hambre de triunfos y tiene recursos técnicos y artísticos. El de Lima estuvo singularmente bien con el tercero, toro franco y noble al que cuajó una faena con cierto arrebato y con pasajes de buen toreo con las dos manos. Un pinchazo, estocada entera y dos descabellos no fue impedimento para que la presidencia le concediera una oreja que no pidió mayoritariamente el público. Con el sexto, un toro de 600 kilos al que le costaba embestir y humillar, Galdós tuvo que recurrir al arrimón. Trató de buscarle las vueltas, arriesgó y demostró que tiene valor sobrado, pero sin llegar a conseguir el lucimiento pretendido. De todas formas, por la forma de entrar a matar, con gran decisión, y como premio a su entrega, paseó otra generosa oreja que le abría la Puerta Grande.

Mi amigo-hermano-compañero Antonio Diestro, que vino desde Málaga para ver a Galdós, al que hace años le hizo una preciosa película sobre el romance imposible de un aspirante a torero y una alumna de la Escuela de Danza Clásica, obligados a seguir caminos separados para poder ser fieles a sus respectivos ideales artísticos, disfrutó viendo que algunos de los primitivos sueños del peruano forman parte ya de su realidad profesional, algo importante para él. Seguro que en el alma de artista de Antonio anidan desde ayer argumentos sobrados para nuevos capítulos.

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