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FRANK MAY / EFE
Gabriel, un mar de girasoles

Un mar de girasoles

Opinión ·

Hace una semana conocíamos el trágico desenlace de la historia de Gabriel Cruz. Todo estalló. Los sentimientos nos invadían y ninguno era bueno, ¿cómo mantener la fe en la humanidad tras sucesos como este?

Rocío R. Gavira

Domingo, 18 de marzo 2018, 20:17

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Es fácil perder la fe en la humanidad por culpa de sucesos horribles como el de Gabriel Cruz. Hace una semana conocíamos el trágico desenlace de su historia: encontraron su cuerpo en el maletero de la bruja del cuento. Todo estalló. Los sentimientos nos invadían y ninguno era bueno.

Para los adultos es fácil perder la fe en la humanidad. Muchos sacaron lo peor de sí mismos y lo reflejaron en las redes sociales. Odio y racismo hasta límites insospechados. ¿De qué sirve? Los niños en cambio son seres humanos extraordinarios, solo hay que fijarse en el propio Gabriel, en todo lo que nos ha contado su madre del pescaíto. Su canción favorita, con la que se levantaba cada mañana, era 'Girasoles' de Rozalén. Quizá le gustaba por el ritmo, por lo bailable que es, por el buen rollo que transmite. Quizá le gustara por todo eso. Incluso quisiera pensar que era su preferida por esta frase: "El mundo está lleno de mujeres y hombres buenos". Esa misma semana, el pasado 8 de marzo, Rozalén dio su concierto en Granada. Muchos niños subieron al escenario para cantar con ella 'Las hadas existen'. La artista le cedió el micrófono a los críos que quisieron dar un mensaje y una de las últimas chiquillas en hablar soltó: "Os mando un rayito de esperanza a todos". Y no iba al hilo de nada. Era su mensaje y lo expresó con una amplia sonrisa, desde su timidez por estar ahí arriba. La mayoría del público que acudimos al concierto éramos adultos y esa niña, de apenas de diez años de edad, nos mandaba a todos un rayito de esperanza. Probablemente nos haga falta.

La canción que cantaba Gabriel todas las mañanas es positividad pura. Los adultos deberíamos aprender de los pequeños, mirar más el mundo a través de sus ojos, contagiarnos de su inocencia tan necesaria. Sí, creces, existen obstáculos, recibes palos, y bla, bla, bla. Por favor, miren a los padres de Gabriel. Sabe Dios el dolor que sienten por dentro y Patricia, su madre, nos ha cerrado la boca a todos porque todos, no lo neguemos, hemos pensado mal de ese ser que cometió el crimen. Y de nuevo estaba la admirable Patricia para decirnos que no nos dejáramos llevar por la rabia, que había llegado el fin de la bruja y en el día que entierran a su hijo Patricia pide que escuchemos 'Girasoles'. Nos dice que nos quedemos con lo bueno de esta historia, nos dice que seamos positivos porque así lo querría su hijo, porque era la forma de ser de su hijo. Nos lo dice el día que entierra a su pescaíto.

Ojalá no hubiéramos tenido que dar nunca esa noticia. Te invaden los sentimientos. No entiendes nada, te cabreas, maldices, te haces mil preguntas, lloras. Han sido muchos días siguiendo el caso, viendo a sus padres mantener la esperanza y es inevitable implicarte de alguna manera. Es inevitable pensar en los niños que hay en tu vida, en tu familia, en los críos de tus amigos.

Para los adultos es fácil perder la fe en la humanidad, pero por fortuna sucesos como el de Gabriel son una raya en el agua. Los niños nos lo están dejando bien claro: existen buenas personas en el planeta, los momentos buenos le pueden a los malos, mantened la esperanza, mantened la fe en la humanidad. Si aquella niña del escenario lo cree, si Gabriel lo creía, ¿por qué a los adultos nos come la amargura? Cojamos su ejemplo, contagiémos de ese sentimiento y hagámosles caso. Mirar el mundo como un niño nos vendría bien a más de uno porque, aunque sucedan cosas terribles, el mundo está lleno de girasoles que hacen brillar a la buena gente.

El domingo 11 de marzo llovía a mares en Granada, había ventolera y al atardecer salió el arcoíris. Ojalá fueras tú, Gabriel, quien lo dibujó. Ojalá sigas nadando en el mar del cielo entre muchos girasoles, pescaíto.

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