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Manuel Fraga (c), ministro de Información y Turismo, y Angier Biddle, embajador estadounidense en España, se bañan en la playa de Palomares (Almería) para demostrar que no había riesgo tras el accidente del avión.
Cincuenta años con plutonio bajo los pies

Cincuenta años con plutonio bajo los pies

Hace 50 años del accidente nuclear estadounidense que sigue contaminando Palomares

JENNY SIMÓN

Domingo, 17 de enero 2016, 02:07

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Dicen que con el tiempo todo se sabe. Sin embargo, parece que en esta ocasión el refrán no acaba de acertar. 50 años después de que se produjera el accidente nuclear de Palomares, todavía hay preguntas sin respuesta, aunque sí es cierto que algo más se ha sabido en este tiempo de lo que se sabía hace tan solo una década. Sin embargo, medio siglo se antoja mucho para una historia que no llega a su final, y que ha marcado a los vecinos de la pequeña pedanía cuevana, ocasionándole más perjuicios que otra cosa, en su imagen, y posiblemente, en su economía, sin contar con el riesgo que han tenido desde el minuto uno y del que nadie quiso advertirles. La desinformación y el ocultismo han sido la tónica, hasta hace muy muy poco, y todavía a día de hoy, hay tantos interrogantes, que salen a la luz, publicaciones que pretenden, precisamente, hablar de los 'secretos' del accidente y de sus consecuencias, después de años de análisis y de estudios, con más trabas que ayudas, sobre aquel 17 de enero de 1966 y lo acontecido hasta la fecha.

Era una mañana como otra cualquiera, de tranquilidad en Palomares, cuando se divisó algo en el cielo que no era normal. Sí era habitual ver los aviones cruzando cielo almeriense, en plena Guerra Fría, pero aquel día pasó la historia mundial sin que nadie pudiera sospecharlo. La maniobra de repostaje en vuelo de un bombardero estratégico estadounidense B-52 resultó fallida, y el accidente provocó la caída de las aeronaves, la muerte de la tripulación del avión nodriza, y de otros tres de los siete que viajaban en el B-52, el resto pudieron eyectarse y fueron salvados por pescadores de Águilas. Pero, además, las cuatro bombas termonucleares que transportaba el bombardero norteamericano cayeron, dos intactas una tierra y otra en mar, las otras en la pedanía cuevana desprendiendo su carga, contaminando más de 200 hectáreas de terreno con plutonio, principalmente.

EE.UU. desplegó un gran dispositivo, sobre todo, para recuperar sus bombas, denominando a aquella operación 'Broken Arrow' (Flecha Rota). La de tierra fue localizada rápidamente; la del mar, estuvieron buscándola 80 días y para localizarla el Gobierno estadounidense tuvo que contar como guía con el pescador local, un vecino de Águilas llamado Francisco Simó Orts, que a partir de entonces, fue 'Paco el de la Bomba'.

Las autoridades, tanto españolas como americanas, hicieron un amplio esfuerzo para restar importancia al que fue el accidente nuclear más grave de la historia hasta Chernóbil (1986). Ahí está, por ejemplo, el famoso baño del que era en época de Franco el ministro de Turismo, Manuel Fraga Iribarne, tres meses después del accidente en las playas para intentar disipar las dudas, leyendas, investigaciones sobre la posible contaminación y los riesgos de la misma.

De hecho, y a pesar de que se hizo un seguimiento a la población para analizar si podría haber repercusiones en su salud, a los 20 años del suceso, se quiso terminar con dichas revisiones periódicas a los vecinos de la pedanía, algo que no ocurrió gracias al empeño de la que fuera alcaldesa de la barriada en aquella época, Antonia Flores, permitiendo seguir con las revisiones y también consiguiendo que los vecinos tuvieron acceso a los resultados de aquellas analíticas de forma personal, si bien es cierto que no se han querido nunca hacer públicas, ni se ha hecho oficialmente ningún estudio epidemiológico, como tampoco se ha encontrado nada que pueda advertir que la contaminación, que aún hoy queda en Palomares, haya afectado a la salud de la población, a pesar de que sí se han detectado trazas de plutonio en algunas muestras.

Y luego el largo silencio y el molesto recuerdo del accidente cada cierto tiempo como ese estigma, cargado de leyenda, que se afrontaba con el 'no hay nada malo'.

Sin embargo, en 1996, los medidores instalados en las zonas que vigilaba el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), dan unos parámetros anormales, el plutonio se estaba desintegrando en americio, más contaminante y volátil. En 2001 se advierte al Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) de la necesidad de tomar medidas, pero no es hasta el 2004, y en plena burbuja inmobiliaria (y las ganas del desarrollo urbanístico en toda esa costa), cuando se confirma que debe hacerse un estudio serio sobre qué queda en Palomares de contaminación, estando al frente del Ciemat, Juan Antonio Rubio. Era necesario no remover aquellas tierras, saber qué había y hacer un plan para descontaminarlas.

Había y hay contaminación, se realizó un estudio preliminar que lo decía, se vallaron las zonas, y se elaboró un amplio estudio tridimensional, que se terminó en diciembre de 2008, pero cuyas conclusiones no salieron al público, pero del que trascendió que hay 50.000 metros cúbicos de tierra contaminada con medio kilo de plutonio.

Además se corroboró lo que llevaban años diciendo algunos grupos ecologistas, había dos zanjas en la zona del cementerio de Palomares, en las que los estadounidenses dejaron material radioactivo enterrado.

En conclusión, tres zonas contaminadas: la cercana al cementerio, un solar en el centro de Palomares, y 20 hectáreas en sierra Almagrera, un estudio realizado de hace años, otro que detallaría el plan de descontaminación, una necesidad de limpieza porque 50 años parecen suficientes para poder pasar página, y las ganas de conmemorar un hito histórico, de forma positiva, a hacer del suceso (que por suerte no eliminó todo rastro de vida en muchos kilómetros), un atractivo de visita sin el estigma de la radioactividad.

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