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Pequeñas historias almerienses

Los nueve baños terapéuticos desde el 1 de septiembre

Era costumbre almeriense bañarse en la playa durante nueve días seguidos para evitar las enfermedades del invierno

José Manuel Bretones

Almería

Sábado, 30 de agosto 2025, 22:58

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El 1 de septiembre es una fecha muy significativa para los rituales almerienses; igual que cuando concluye la feria decimos que el verano ha terminado y sacamos una rebequilla del armario. El primer día de septiembre viene marcado por la histórica costumbre de iniciar nueve baños de agua de mar. Durante nueve días consecutivos y sin faltar ninguno. El objetivo de tan saludable hábito es prevenir las enfermedades respiratorias del invierno.

El bañista no puede darse ocho o diez chapuzones. No. Nunca en número par. Las madres de antaño juraban y perjuraban que, si te mojabas seis, ocho o diez días en lugar de nueve, luego te salían granos y ronchas por todo el cuerpo.

Los médicos de finales del XIX y principios del XX estaban convencidos de los beneficios de esa costumbre almeriense. Afirmaban que el yodo del mar provenía males como el bocio y la salinidad era un remedio indudable para las enfermedades de la piel, amén de su efecto terapéutico contra el reúma y las varices.

Dicen que la costumbre de los baños de mar viene desde los tiempos de la Primera Guerra Carlista, cuando la reina Isabel II era aún moza. Al parecer, la monarca «de los Tristes Destinos» ya se bañaba en la mar, aunque no consta que lo hiciera en Almería cuando visitó la ciudad durante ocho horas el 20 de octubre de 1862.

Ese año, la familia Jover ya tenía montado y operativo el «Balneario El Recreo» en las playas de la capital. Eran las existentes entre la calle Real y la calle de La Reina. Pronto se hizo famoso por la calidad de sus servicios y proximidad a la ciudad. Se inauguró en 1859 y disponía de ambigú y de un servicio de «neverería» para mantener las bebidas fresquitas. Cuando el Puerto se amplió hubo que derribar las instalaciones de «El Recreo» y el balneario se trasladó a la Playa de Las Almadrabillas, donde permaneció hasta 1957 con el nombre de «Balneario Diana».

Los bañistas llegaban a «El Recreo» cada una de las nueve mañanas de septiembre para darse un buen remojón de agua de mar. Lo hacían a bordo de los carruajes de la empresa «La Primitiva». Otro transportista que llevaba público hasta la playa era un tal Juan Giménez. Éste solía ofrecer bonos de desplazamiento para los días de baños. El servicio de los coches de caballos era cada media hora desde la glorieta de San Pedro mediante un servicio ininterrumpido: desde las seis de la mañana a las seis de la tarde.

En 1874, los bañistas más pudientes que se trasladaban desde la provincia también tenían la opción de alojarse en «La Posada del Capricho». Este negocio de la calle Jovellanos ofrecía, a disposición de sus clientes, pequeños barquitos -llamados «góndolas»- por si querían navegar.

Años después, en 1883, se pusieron de moda los baños de mar en una zona de costa situada frente a las viviendas de los herederos de Olallo Morales. La publicidad del balneario indicaba: «El sitio escogido ofrece todas las condiciones de seguridad y limpieza, existiendo un fondo de arena que evitase lastimen los pies las lindas bañistas».

A finales del XIX, ir a bañarse a la playa era una medicina, una cura para infinidad de enfermedades. Así lo publicaba «La Crónica Meridional» en 1886: «Los baños de mar, además de ser un remedio eficaz, siendo a la vez un modificador higiénico por excelencia para muchas enfermedades, lo son con preferencia para las del dominio provocadas por el sistema linfático, siendo a la vez un modificador higiénico por excelencia».

Los periódicos de hace 140 años ofrecían a sus lectores un decálogo de cómo el bañista debía tomar las aguas de septiembre. Consejos que hoy nos parecerán de chiste, aunque el almeriense cumplía a rajatabla; siempre con la idea de que los nueve baños de septiembre fuesen un antídoto y un protector para enfermedades invernales y un medicamento natural para los padecimientos.

Las reglas para los nueve chapuzones de septiembre, que más que unas normas eran unas leyes de obligado cumplimiento, establecían: «Los baños de mar deben de darse con prescripción facultativa. Antes de entrar en el baño es preciso cuidar de que el cuerpo esté descansado y de que la piel no esté humedecida por el sudor. La hora más conveniente para tomarlos es la del mediodía, después que hayan pasado tres horas de la última comida. Se procurará, ante todo, mojarse la cabeza sumergiéndola con frecuencia. La inmersión debe ser repentina y completa, no por grados pues esta última práctica predispone a congestiones sanguíneas en el pecho y en la cabeza. Cuando se ha entrado en el agua es preciso evitar la inacción; los que sepan nadar se entregarán a este ejercicio; los que no posean el arte de la natación simularán los movimientos propios del nadador bien cogidos a una cuerda o con un aparato a propósito. Se permanecerá en el baño hasta que se inicie el segundo estremecimiento o temblor que se sintió a la entrada. El baño de mar no debe prolongarse más allá de diez a quince minutos para los mayores y la mitad de este tiempo para los niños. Cuanto más frío y corto se dé el baño será de mayor utilidad y provecho, fuera de los casos excepcionales que el facultativo disponga para su fin terapéutico. Después de un gran acaloramiento es bueno tomar unas gotas de ron, coñac o aguardiente fuerte en un terrón de azúcar o un sorbo de vino muy fuerte. Hay que abstenerse de tomar agua fría mientras que el calor del cuerpo exceda de lo normal».

Con esos rituales y normas algo modificadas, los almerienses abrazaron el primer tercio del siglo XX manteniendo la costumbre de los nueve baños de septiembre. Muchas personas de los pueblos del Río Andarax viajaban a la capital en el tren de cercanías apodado como «El ochenta» para cumplir con el ceremonial. Tal era la demanda que «La Compañía de Ferrocarriles del Sur» ofrecía a los bañistas la venta anticipada de billetes. Pero como todo el mundo no podía permitirse nueve días de relax en Almería, suplieron la larga estancia por un solo día en el que se metían en el agua nueve veces seguidas.

Los remojones terapéuticos de septiembre también tenían lugar en otros municipios costeros de la provincia. En Levante, las playas de Garrucha y de Mojácar recibían a los habitantes de pueblos cercanos del interior que buscaban el antídoto marino para los males de enero y febrero. En el Poniente, Balerma era uno de los núcleos de recepción más importantes; llegaban sobre todo de Dalías y Berja. En 1885, el diario «El Independiente» publicaba anuncios de Balerma animando a los almerienses de interior a tomar allí sus baños de mar: «Lo delicioso de su cielo y pintoresco de las inmediaciones; la abundancia de pescados en sus aguas, así como la tranquilidad con que se toman, hace que sea preferible este punto a cualquiera otro de la provincia», decía la publicidad.

La competencia de Balerma era la actual Guardias Viejas que también insertaba noticias comerciales en los periódicos de finales del XIX: «Notables por sus curas radicales. Están indicados en el reumatismo, escrofulismo y parálisis», decían los anuncios.

El caso es que, ya en el siglo XXI, muchas personas octogenarias continúan practicando los nueve baños consecutivos de septiembre como antídoto de los catarros del invierno. Desde mañana, los abuelos llenarán las playas.

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