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La sorprendente tesis de que Ana Julia Quezada trasladó el cadáver del niño hasta su casa de Vícar para confesar el suceso por carta y suicidarse -fue el martes la primera vez que la acusada, en dieciocho meses de prisión provisional, lo mencionaba- resultó ayer anulada. El testimonio prestado por los agentes ante el tribunal fue desarticulado por un minucioso relato de cómo discurrieron las últimas horas en libertad de la autora confesa de la muerte de Gabriel.
Según narró el agente instructor de las diligencias, la mañana en la que se le dio captura con el cuerpo del niño en el maletero Quezada condujo a Ángel a un hotel donde tenía una cita con prensa y se encaminó al cortijo de Rodalquilar. Allí había ido «el 98% de los días», indicó el agente. El coche de la procesada tenía un localizador y una grabadora instalados por la Benemérita. Gracias al primero, se observó su ir y venir continuo. «Mi convicción es que como tenía el niño enterrado de forma temporal, quería verificar que ninguna alimaña hubiera escarbado al olor de un cuerpo».
Juicio por el 'Caso Gabriel'
Los restos del pequeño estaban ocultos en una fosa «pequeña y poco profunda», «para estar tiempo limitado, dos, tres o cuatro días». Sin embargo, según la tesis de los investigadores, la realidad superó las previsiones de la acusada. «No esperaba el mayor despliegue de búsqueda de la historia del Estado o el impacto mediático y social del evento».
Cuando se hubo quedado sola, acudió al cortijo, extrajo el cuerpo y lo introdujo, envuelto en toallas, en el maletero. Varios coches policiales la seguían de cerca y un agente fue obteniendo secuencias de la operación en las que se observa cómo traslada «lo que morfológicamente es una persona» hasta el maletero de su vehículo. El guardia civil instructor de la causa no solo corroboró que, en las grabaciones a las que fue sometida la acusada en su propio vehículo, planteó la posibilidad de ocultar el cuerpo del niño en un invernadero junto a algunos improperios, sino que además añadió un detalle que descartaría su interés por confesar. «Se le oye decir varias veces 'tranquila Ana, no vas a ir a la cárcel'», dijo el agente a preguntas de la acusación particular.
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Quezada condujo «de manera errática» entre Rodalquilar y La Puebla de Vícar, lugar en el que compartía vivienda con el padre del menor, Ángel Cruz. Tan errante fue el camino que llegó a entrar en Almería y preguntó a un viandante el camino hacia Vícar mientras cinco o seis vehículos de la Guardia Civil la perseguían sin perder la visual de su coche. «Al salir de Almería por la carretera del Cañarete llegamos a pensar que iba a deshacerse del cuerpo tirándolo al mar». Fue aproximadamente una hora de camino para un trayecto de 70 kilómetros que se suele recorrer en apenas 40 minutos. Entonces, justo cuando iba a entrar al garaje de su domicilio -y tras comprobar los agentes que no había más implicados ni conocedores de los hechos- se le dio el alto.
Cuestionada por qué llevaba en el maletero dijo «que solo había un perro». «La sensación que dio es que era consciente de que había metido la pata», concluyó otro de los compañeros del cuerpo que testificó ayer.
La procesada, que había subrayado el martes su interés por suicidarse en el momento de la captura, «apenas» llevaba consigo «dos blíster» de Diazepam, certificaron los investigadores. «No más de 10 o 12 pastillas». Además, indicaron, en casa no tenía más fármacos. El letrado defensor de Quezada, Esteban Hernández, declinó entrar en el asunto. «No soy médico, no puedo valorar eso».
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