Francisco, el profeta del siglo XXI
«Francisco es la vuelta al siglo I de la Iglesia Católica. Es el Jueves Santo. Es el lavado de pies. Es el Papa que ha puesto las bases de una iglesia en salida, encadenada a las periferias, a los mayores, a los no nacidos, a los inmigrantes» ·
«Juan Antonio Cortés
Periodista
Martes, 22 de abril 2025, 13:17
Yo soy cristiano. Primero, cristiano. Y católico. También soy católico. Y como lo soy, mi posición en la vida pública y en la familia es ... la de un demócrata cristiano que tiene gestos de rebeldía innata –llamémole progresistas- y señales de conservadurismo, en la medida en que proteger lo que tiene cimientos sólidos es la ruta más corta para progresar. Digo, y preciso, que mantener las raíces buenas es tan revolucionario como cortarlas para sembrar otra vez. Avanzar y conservar es posible a la vez. Y no solo eso: es deseable. Y aún más: es la única vía de reconciliación entre quienes creen que debemos custodiar todo el pasado por temor al cambio y aquellos otros que piensan que toda apertura postmoderna es ineludible y deseable.
Francisco es justo eso: la equidistancia entre los polos, entre el marxismo pseudo-capitalista chino de Xi Jinping y el liberalismo proteccionista de un exaltado y altivo Donald Trump; entre la voracidad bélica de Netanyahu y el odio antisemita del terrorismo islámico; entre el hipócrita cristianismo que profesa Putin y el falso catolicismo de Nicolás Maduro.
Francisco es justo eso: una voz en el desierto en un planeta sin líderes. En tiempos líquidos, sin gente como Churchill, Schuman, Kennedy, Reagan, Clinton, Kohl, Blair, Gorbachov, Merkel, Mitterrand o Felipe González, la auctoritas del Papa es esencialmente profética. En estas noches de aullidos, de invasiones, de ataques genocidas, de rearme, de aranceles a medida, de desprecio al extranjero, de polarización, de márketing político insustancial –muy fariseo, por cierto- y de alieanamiento ante la volátil e incosistente realidad de lo virtual, el jesuita llegado del otro mundo es la mente más preclara, de mayor calado ético y con mayor independencia ante los grupos de cabildeo: los lobbies de los lobos.
Por eso, ante la muerte de Jorge Bergoglio, el 266 papa de la Iglesia Católica, cabe preguntarse qué queremos los católicos. ¿Deseamos una institución poderosa, ostentosa y elitista o un hospital de campaña que atienda al herido sin preguntarle su ADN? ¿Queremos una Iglesia de rostro valiente, atrevido, libre, creativo, abierto, inclusivo y evangélico –es así la Iglesia de Pedro, la de Cristo- o anhelamos una entidad anclada en el Medievo, atada al romanticismo de la tradición, en la que el obispo sea un príncipe y no un servidor?
Francisco es la vuelta al siglo I de la Iglesia Católica. Es el Jueves Santo. Es el lavado de pies. Es el Papa que ha puesto las bases de una iglesia en salida, encadenada a las periferias, a los mayores, a los no nacidos, a los inmigrantes, a los que viven sin esperanza, a los enfermos, a todas las orientaciones sexuales sin discriminación alguna, a los creyentes de otras confesiones, a los ateos que, como el escritor Javier Cercas, buscan indicios sobre la Verdad de fe de nuestras abuelas.
Francisco es el Papa pastor, el cura del pueblo, el hombre de la sonrisa no forzada. Es el Papa que defiende la necesidad de amar y proteger la Tierra ante el cambio climático –ahí está la encíclica Laudato si-, el que viaja a Lampedusa a denunciar la trata de personas y la frialdad con que recibimos a las hermanos que huelen a sal y a muerte, el que besa a los reclusos en la cárcel, el que asciende a la mujer a los puestos de poder en el Vaticano –debe ser el inicio de una revolución: fueron las mujeres las que encontraron la tumba vacía-, el que denuncia el clericalismo y los errores de la curia, el que cree que las personas tendrán a sus mascotas en el paraíso porque allá estarán rodeados de todo aquello que les ha proporcionado ternura y amor.
Ternura. Es el Papa de la ternura. Francisco, jesuita, nieto de inmigrantes italianos. Francisco... a secas. Soy cristiano y, en la hora del Cónclave, rezaré al Espíritu Santo por que el próximo Pedro se parezca a Francisco. Y que sea joven. Joven y audaz para espantar la sombra alargada de quienes creen que Cristo vino a servirse. Son unos pocos, pero tienen la fuerza de la nostalgia. Una oración sincera para Francisco. Es tan normal que podría ser mi abuelo. Francisco, el único profeta del inquietante siglo XXI.
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