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Miralles, en la casa que Almería Acoge tiene en la avenida Largo Caballero de la capital. a. a.
Entrevista Almería | «Si lo que queremos es que asalte el Parlamento un tío con un casco con cuernos, vamos bien»

«Si lo que queremos es que asalte el Parlamento un tío con un casco con cuernos, vamos bien»

juan miralles ·

Alicia Amate

Almería

Domingo, 21 de febrero 2021, 00:02

Para bien o para mal, Juan Miralles habla sin tapujos. Defiende desde Almería Acoge y la Fundación Cepaim la integración por encima de todo –«somos lo que somos como especie gracias a la migraciones y eso está demostrado», dice– y ataca abiertamente los discursos de odio que, para él, proceden del «miedo y el desconocimiento». Con un equipo cada vez más numeroso, el último desastre al que le ha tocado asistir fue hace una semana, cuando las llamas volvieron a devorar un asentamiento de chabolas de Níjar. «Nadie me va a conseguir ocnvencer de que la gente es mala», asegura, después de 30 años de trabajo con los más vulnerables.

– ¿Qué escenario se encontraron en el poblado de Atochares?

– Pues como cabe esperar que esté. El problema es que siempre que ocurre algo así pasa lo mismo. Las organizaciones tenemos una capacidad de respuesta muy rápida en cuanto a necesidades básicas, en que el mismo día haya mantas, sacos de dormir, comida elaborada... Se empieza a preparar la atención en los días siguientes para saber qué documentación se ha perdido, que trámites hay que hacer.

–¿Documentación? ¿Es lo más importante en ese momento?

– Claro, para ellos antes de comer está recuperar la documentación. Si pierdes tu tarjeta de salud, con lo difícil que es conseguir el permiso...

–Sin embargo, se piensa que allí viven personas 'sin papeles'.

– Hay gente que lleva años. Gente con permiso, gente sin permiso. De todo Si están ahí no es por las vistas, están porque les pilla cerca del trabajo y por que no han tenido otra alternativa.

–¿Se ha encontrado solución para quienes perdieron la casa?

–Ahí hay que resaltar una cosa, que es la respuesta del propio colectivo. La primera noche sí durmieron muchísimos, todos, allí al raso. Pero es que al segundo día, ya estaban la mayor parte reubicados con los otros compañeros.

–¿En las casas que sobrevivieron?

–En esas, en otras cercanas del entorno o lejanas. Da igual. En un sitio en el que dicen aquí ya no caben más, pues caben. Al final, es la solidaridad del colectivo. La mañana siguiente al incendio había un grupo de mujeres marroquíes, esto lo resalto porque es muy interesante, que hicieron un arroz y le llevaron a los subsaharianos. Siempre decimos que la relación entre las comunidades son tensas. Pues sí, hay muchos contenciosos históricos y, sin embargo, en un momento como ese, antes de que llegásemos las organizaciones con bocadillos ya estaban repartiendo comida a los afectados. Esa capacidad de organización es muy importante.

–Dadas las actuales circunstancias, ¿se ofreció algún recurso?

–Hubo una cosa que me gustó mucho y es que, por lo menos es la primera vez que haya coincidido conmigo, allí apareció la alcaldesa de Níjar (Esperanza Pérez). Yo no había visto a ningún alcalde antes en un momento así. No digo que no lo hayan hecho, sino que yo no los he visto. (...) Efectivamente, se ofertó el espacio de las precostrucciones que se habían hecho cuando empezó la pandemia en la zona de Los Grillos. Hay dos familias.

–¿Familias que estaban viviendo en el poblado?

– Sí, claro. Allí hay varias familias. El poblado, es verdad que a mi me parece indigno porque son infraviviendas, pero al final es un pueblo que genera, además, esas relaciones de vecindad, incluso de prestaciones de servicios. Hay una mujer que sabe hacer pan pues hace pan para una buena parte del pueblo. Pero, que exista la capacidad de ofertarles esos dos recursos a estas dos familias me parece fundamental.

–Dice que se están quedando en prefabricados que surgieron a raíz de la pandemia. ¿Ha puesto de manifiesto la covid-19 la problemática de la infravivienda?

–Eso existe porque Almería Acoge y Cepaim empezaron a negociar con una empresa que no es de Almería pero que se preocupó por el tema y ofertó colaborar. Hicimos un convenio con el Ayuntamiento (de Níjar), que puso un suelo y facilitó la ubicación de esa casa prefabricada. A raíz de ahí, se le solicitó a la Junta instalar otra, y la financió. Con lo de la covid, el Ayuntamiento tiró para adelante e hizo varios recursos más para situaciones de emergencia. Es la única manera de quebrar esta dinámica triste.

–¿Eso no vendría a alimentar el popular 'efecto llamada'?

–Efecto llamada es para irme a pasar una tarde de maravilla en San José. Eso es un efecto llamada. La necesidad de buscarme la vida, de trabajar en el campo de Níjar, o en el campo de El Ejido, no es un efecto llamada. Las migraciones son un efecto de huida, no un efecto llamada. Las políticas que faciliten el asentamiento, el respeto a los derechos humanos, la dignidad de las personas, el trabajo digno... son una respuesta a esa necesidad.

–Pues se está oyendo mucho últimamente esa idea...

–Lo hablaba con los compañeros, sobre todo, con compañeros inmigrantes. Decían «sí, yo me estoy imaginando en mi pueblo de Senegal mirando en el periódico a ver si el Ayuntamiento de Níjar o de Vícar o de El Ejido está haciendo un plan para atender mejor a los migrantes que están allí trabajando». Vamos a dejarnos de tonterías.

–¿Se está intentando con esas afirmaciones criminalizar la ayuda humanitaria?

– ¿Criminalizar? No. Yo creo que todo el mundo es consciente de que estamos haciendo un servicio muy importante. Hombre, salvo los de siempre, que bueno...(ríe) El problema es que cala en la desesperación y no tiene nada que ver con la realidad. Imaginemos que hubieran sido dos inmigrantes los que dan la paliza de Linares. Ya habríamos tenido la misma historia: «¡Veis, veis! Lo que hay que hacer es erradicar a todos los inmigrantes que haya».

–Da la sensación de que cada vez son más frecuentes estos incendios. ¿Hay más gente, más precariedad?

– Suelen darse y llaman más la atención cuando son asentamientos grandes, que tienen un espacio determinado y las chabolas están más cerca unas de otras. Además, no hay un mantenimiento del entorno. Son temas que estamos viendo y queremos volver a trabajar con la gente.

–Para prevenir, entiendo.

– Hay una casa que no ardió porque una de las familias tenía allí dos depósitos grandes de agua. Esto hace pensar en qué mecanismos de prevención podemos poner en marcha. Aunque luego hay otra historia. ¿Por qué no estaban empadronadas esas personas ahí? Mi pregunta es en qué perjudica a las administraciones que en un sitio como ese esté registrada la gente que hay (...). No digo que se normalice la situación del asentamiento, que no debería existir, pero es la realidad que hay y vamos a asumirla.

–¿Es hora de que se asuma que esto existe y es real?

– Y que está ahí por algo. Los motivos por los que está ahí es lo que siempre nosotros hemos reivindicado. Que todo sea transparente, desde cuánta mano de obra necesitamos hasta qué producción agrícola tenemos o cuánto se está declarando a Hacienda. Dicho sea de paso, que esas 3.000 o 4.000 personas que hay en Níjar estuvieran cotizando nos vendría muy bien para el problema ese que dicen que viene con las pensiones.

– Supongo que habría que empezar por la Ley de Extranjería.

– Esta ley permite que haya economía sumergida, que haya trabajo irregular, que haya posiblidad de que se explote a la gente. Cantidad de gente nos llama todo el tiempo, pero con la pandemia más todavía, para decir «tengo esta mujer, de tal país, lleva dos años con mi madre cuidándola, yo no quiero que esté en esta situación sin papeles, ¿cómo la puedo contratar?». Todo serían beneficios si se normaliza la situación.

–¿Relaciona usted esos años 'sin papeles' con la precariedad laboral del colectivo migrante?

– ¿Por qué tienen que pagar esos cuatro o cinco años las personas que no podemos expulsar, ni necesitamos expulsar porque las necesitamos? Si yo necesito que cuiden a mi padre, y no encuentro a nadie con documentación voy a coger a quien sea porque mi padre está por encima. Los obligas a la precariedad laboral y estás obligando a alguien que los necesite a cometer un delito.

–Y si es tan necesario, ¿por qué no se produce un cambio?

– La conclusión es que estamos haciendo el tonto mirando el problema, diciendo es que si les damos papeles van a venir más. Hay que exigir a los que nos gobiernan que no tengan miedo.

–¿Miedo a qué?

– Pongo el ejemplo de la crisis de refugiados. Alemania lo hizo muy bien al principio. Supo aprovechar la situación de una manera increíble. Le llegaron cientos de miles de personas muy bien preparadas. Llegaron enfermeros, ingenieros, médicos con sus familias. Refuerzan la población, la rejuvenecen y aportan al país. Sin embargo, llegan las elecciones, llegan los partidos de la ultraderecha con los discursos de barra de bar, que no pasa solo en Almería, y Angela Merkel tuvo que echar para atrás y empezar a decir que va a endurecer la entrada de refugiados.

–¿Tanto calan los discursos de la ultraderecha?

– El discurso del miedo se basa en la egoísmo y en el desconocimiento. Cuando digo primero 'nosotros', ya estoy siendo egoísta y, cuanto más estrecho el círculo, menos somos 'nosotros'. Está muy bien (ironiza) que en momentos de pandemia hayan crecido las mayores riquezas del mundo y también los muertos de hambre.

–Usted trabaja mano a mano con organizaciones humanitarias religiosas. Parte del discurso antiinmigración viene de personas que se dicen cristianas. ¿Tiene sentido?

– Yo soy cristiano y me duele como una puñalada cuando veo que alguien cristiano se suma a ese tipo de discursos. Me parece un insulto. El mismo que cuando veo a alguien decir que ha puesto una bomba porque es islámico. Las generalizaciones son un absurdo y social y políticamente, un peligro.

–¿Generalizar funciona políticamente?

– La gente se deja llevar más por las tripas y por el miedo. Me niego pensar que se lo crean, creo que es algo más visceral. De decirlo en la barra de un bar, a que sea una ley, nos lleva al exterminio. Pero es verdad que se juega con cosas que deberían ser ilegales en beneficio de todos.

–¿Qué debería ser ilegal? ¿Los mensajes de odio?

– Estamos hartos de decir que los discursos de odio no deberían necesitar denuncia. De hecho, y me parece muy mal, hay discursos de odio que no necesitan denuncia y se actúa directamente. Si yo me meto contra el Rey, se va a actuar directamente contra mí, ahí esta el ejemplo. Pero si yo me meto con los inmigrantes, no. Lo que hay que limitar son los discursos, que es lo que cala en la gente o más desesperada o con menos capacidad de racionamiento.

–O que simplemente tienen cierta tendencia al supremacismo.

– En esa ideología no hay tanta gente, pero si dejamos que se extienda ese discurso de odio, conseguiremos que haya eso. Miremos Estados Unidos. Nos reíamos de Trump al principio. Pero ahora, si lo que queremos es que en cualquier momento asalte el parlamento un tío con un casco con cuernos, vamos bien. Es el mismo esperpento de ver a Tejero. Vamos a no jugar con fuego, que al final nos quemamos.

–Alemania, Estados Unidos. Volvamos a Almería y al trabajo que realizan. Se habló de un proyecto para gestionar vivienda social por parte de Cepaim. ¿Qué queda de eso?

– Seguimos indagando en cualquier posibilidad para dar soluciones y, si vemos alguna posibilidad, lo vamos a hacer. Protestas con propuestas y con apuestas, es nuestro lema. Si hay una legislación que permite poner a disposición de gente que no tiene vivienda una vivienda, ahí estaremos. Y no solo para inmigrantes.

–Acaban de cumplir 30 años de trabajo. ¿Sueñan con el día en que Almería Acoge o Cepaim no sean necesarios?

– Nuestro objetivo cuando empezamos era enriquecernos con un intercambio cultural, no era ayudar. Sin embargo, vimos que el intercambio no era posible cuando una persona está pasándolo mal. Me encantaría no ser necesarios y paliar la desigualdad, pero siempre va a ser necesario alguien que fusione. Es el regalo que le dejo a mis hijos.

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