Discoplay, el 'Spotify' que traía el cartero
Miles de jóvenes almerienses de los años 70 y 80 compraban discos y casetes por el catálogo 'BID'
José Manuel Bretones
Periodista
Sábado, 10 de mayo 2025, 23:05
Ahora, los adolescentes y jóvenes almerienses aprietan un botón y escuchan en sus móviles o tabletas el tema musical que prefieren. Incluso sin apretarlo; las aplicaciones ya saben los gustos y reproducen a los artistas que siempre oyen, a quienes los muchachos de hace cuatro décadas llamábamos «nuestros cantantes o grupos favoritos».
Si en algo le ganan los sesentones y cincuentones de hoy a los mozalbetes que tararean a C. Tangana, Yung Beef, Quevedo o a Rels B es en cultura musical. Por goleada. Las letras que vociferan estos tipos con camisetas rotas y gruesas cadenas de aparente oro al cuello son insoportablemente machistas y las partituras, irritadamente repetitivas. Nada comparable a Génesis, Status Quo, U2, Led Zeppelin, Deep Purple, Guns and Roses, Pink Floyd, The Rolling Stones, Queen, AC/DC, Iron Maiden, Supertramp o Aerosmith.
Pues bien, en multitud de hogares almerienses siguen conservándose como unas reliquias, medio siglo o cuarenta años después, los LPs de esos grupos internacionales de rock o solistas pop que marcaron la historia de la música.
Innumerables vinilos se compraron, ahorrando pesetica a pesetica y aguinaldos de abuelas y tíos, en 'Discos Modi', 'Río Preto Radio', 'Radiosol', 'Radyelec', 'Galería del Disco', 'La Sirena', o en 'La Llave' de la calle Marcos. Pero muchos, muchísimos, de esos discos los traían los carteros. Sí, los de Correos.
Existía un sistema de compra de música por catálogo, por revista, que se llama Discoplay. Como el Amazon de ahora, pero sin prisas. Cada mes recibías en tu casa una publicación a color, llamada BID, donde venían impresas las carátulas de los discos nuevos, de los más vendidos, de los recién importados. Seleccionabas los que querías adquirir según tu economía y enviabas a vuelta de correo -más tarde por teléfono- la petición. Era como una enciclopedia de la actualidad musical que se abría ante tus ojos.
«En multitud de hogares almerienses siguen conservándose como unas reliquias, medio siglo o cuarenta años después, los LPs de esos grupos internacionales de rock o solistas pop que marcaron la historia de la música»
Sí; era un proceso tortuoso y lento, pero abrir el buzón y encontrar la revista de Discoplay suponía un acontecimiento mágico, emocionante. Casi sagrado. Era una promesa de evasión, de descubrimiento, de puro placer musical. El sobre con la revista crujía entre las manos con un sonido inconfundible mientras nos invadía una mezcla de expectación y deseo.
El ritual continuaba al abrir esa revista con olor a tinta fresca y llena de carátulas sugestivas, portadas fantásticas, títulos insinuantes y reseñas maravillosamente bien escritas. Y la mente de los chiquillos volaba por lo que se encaprichaban en pedir. Elegir un tema u otro era una tarea deliciosa; el formulario de solicitud se rellenaba con nervios y esperanza, sabiendo que el material tardaba un mes en llegar. Pero se iniciaba una espera ansiosa y palpitante.
Y cuando, por fin, el cartero traía el aviso amarillo para recoger el sobre acolchado, el corazón se aceleraba y las manos temblaban. Rasgar el papel era como abrir un tesoro. Los discos brillaban como joyas; perfectos, con su envoltorio impoluto, su diseño moderno… todo era profundamente sensorial, íntimo, místico...
Discoplay tenía la ventaja de su universalidad. Podías comprar de su catálogo cualquier disco, cinta o material promocional vivieras en la capital, en Guanos Bajos, en Pulpí o en Chirivel. No existía la lejanía y siempre un cartero efectuaba su trabajo. Además, la revista cumplía a la perfección lo que los finos de ahora llaman «economía circular».
Con unas buenas tijeras de las clases de pretecnológica, los muchachos de antes recortaban las hojas de BID y reutilizaban las fotos para las carátulas de las portadas artesanales de las cintas de casete. En ellas, previamente, se habían grabado canciones que sonaron en la incipiente FM de la radio y se «cazaron» al vuelo, entre cuña y cuña publicitaria. Las niñas, ellas, sobre todo, también recortaban de la revista las fotos de sus ídolos musicales o de los guaperas de turno para pegarlas en forma de «collage» en las carpetas de clase o para forrar los laterales de los armarios de sus cuartos.
La revista también tenía la maravillosa opción de la socialización, eso que ahora los maestros echan de menos entre sus alumnos. Era común que BID recorriera de mano en mano aulas, patios del recreo, las cantinas de los institutos y las paradas del autobús del Colegio Universitario. Los amigos se ponían de acuerdo para efectuar un pedido común y luego intercambiar los vinilos para escucharlos o grabarlos en aquellas cintas vírgenes «TDK» de 60 minutos, «Sony CHF 60» o «Philips» de media hora en cada cara.
La empresa Discoplay, tristemente desaparecida, también cuidaba a sus clientes. Los más fieles recibían el 'Diploma BID' de «experto musical por el buen criterio demostrado a través de los títulos adquiridos». Los diplomas llevaban el apellido de honorífico, su fecha de expedición, número de registro y firmas de un tal Raúl Pajares y del presidente-fundador de la compañía Emilio Cañil Bartolomé (+2010).
La empresa quebró, muy perjudicada por las constantes huelgas en Correos y por inversiones arriesgadas, como extender el negocio a Moscú. Pero, sin duda, Discoplay fue un icono en la divulgación de la cultura musical española e internacional entre la juventud. La verdadera enciclopedia de las melodías.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.