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Miguel Arranz
Psicólogo
Viernes, 11 de abril 2025, 23:09
Imagina que navegas en una barca con un oleaje moderado que te permite mantener tu rumbo, hasta que el mar comienza a rizarse. Al verlo, decides atacar cada ola en vez de variar el rumbo, inundando progresivamente tu embarcación y poniéndola en riesgo de hundimiento. Cuando cargamos con las emociones de los demás, nos puede pasar algo parecido, llevándonos a zozobrar peligrosamente y provocándonos ansiedad y problemas en las relaciones interpersonales si no tomamos medidas. Asumir las emociones ajenas puede difuminar la línea entre lo que sentimos y lo que sienten los demás, lo que dificulta establecer límites saludables y puede hacernos perder nuestro autocuidado.
Y esto son palabras mayores: esta sobrecarga emocional puede llevarnos a un aumento del estrés y la ansiedad, afectando nuestra salud mental y física e impidiendo que manejemos nuestras propias emociones de manera efectiva. Lo peor es que, al tratar de mitigar las emociones de los demás, evitamos afrontar nuestras propias dificultades emocionales, lo que puede resultar en una acumulación de problemas no resueltos. Una pesada carga que podría hacernos naufragar y que podemos evitar si seguimos algunas pautas. Vamos al lío.
Establecer límites claros
Aprendamos a reconocer nuestros propios límites emocionales y a comunicarlos asertivamente. En vez de decirnos «No voy a decir lo que pienso porque igual se pueden enfadar», podemos cambiarlo por «Igual no les va a gustar mucho, pero es lo que siento». Esto ayuda a proteger tu bienestar sin dejar de ser empático.
Practicar la autoconciencia
Dedicar tiempo a reflexionar sobre nuestras propias emociones y cómo nos afectan las de los demás es un buen ejercicio. Si logramos preguntarnos si estamos asumiendo responsabilidades que no nos corresponden, nos ayudará bastante a diferenciar nuestros sentimientos de los de otras personas y aligerar nuestra carga.
Utilizar técnicas de distanciamiento emocional
Practicar técnicas como el «distanciamiento cognitivo», donde reconocemos la emoción del otro pero recordamos que no es nuestra responsabilidad resolverla, nos permitirá aprender a observar las emociones ajenas sin dejarnos arrastrar por ellas. Frases como «Es normal sentirse así, pero no tengo que cargar con ello» pueden ser de una utilidad insospechada.
Cargar con las emociones ajenas es muy común en relaciones familiares, laborales y de pareja, y a la larga nos trae una peligrosa falta de autoestima, ya que siempre estaremos preocupados por saber si hemos hecho lo suficiente, sin que los demás se enteren de nuestro estado emocional porque tememos añadirle más sufrimiento. Esta pesada carga puede volverse insostenible y lanzarnos por la borda hacia la tristeza o la ira: emociones que nos llevan a darnos un molesto remojón y que podremos evitar si sabemos trazar efectivamente la línea de nuestra empatía.
Es importante mantener nuestros propios barcos a flote para poder ofrecer ayuda a quienes lo necesiten sin ahogarnos en sus tormentas: el mar de la vida está lleno de naufragios emocionales, ¡no lo olvidemos!
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