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El nuevo párroco de Huebro, Juan José Muñoz, el domingo pasado, bajo la placa de 1960 que recuerda al cura Rafael López Lupiáñez.
PEQUEÑAS HISTORIAS ALMERIENSES

El cura de Huebro que abofeteó al invasor francés

Los párrocos de la pedanía de Níjar siempre han hecho gala de coraje, personalidad y defensa de tradiciones y feligreses

José Manuel Bretones

Periodista

Sábado, 11 de octubre 2025, 22:26

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Esta semana se ha celebrado la festividad de la Virgen del Rosario. En numerosas localidades almerienses festejaron a Nuestra Señora con romerías, fiestas, procesiones y diferentes algarabías.

Los vecinos de Huebro, una pequeña pedanía de Níjar enclavada en plena sierra, también sacaron la imagen de su Patrona por las calles de la barriada. Celebrar la Virgen del Rosario es una tradición y sus cofrades se afanan todo el año en trabajar y recaudar fondos para banda de música, flores y cohetes. Muchos residen en la villa o en la capital, ya que el censo de Huebro es de tan solo 22 habitantes, pero en estos días decenas de hijos del lugar suben por la maltrecha carretera para evocar sus orígenes y a sus antepasados.

Pues bien, en el anejo se ha estrenado como párroco Juan José Muñoz García, el nuevo sacerdote titular de Santa María de Níjar y de Huebro. Viene de Almadén de la Plata y El Real de la Jara, y tomó posesión del cargo el domingo 20 de septiembre en la misa presidida por el vicario de la diócesis de Almería, Francisco Sáez. Este presbítero viene de Sevilla, enviado por el arzobispo hispalense a petición del obispo de Almería, debido a la escasez de curas en nuestra provincia.

Ser párroco de Huebro es sinónimo de tener entereza, brío, arrojo y valentía, pero también de dominar el ímpetu con temple y serenidad. Si no, «que se lo digan» al cura que había en la pedanía en 1810. Según consta en documentos de los archivos nijareños, el clérigo abofeteó a un oficial del ejército francés, cuando la invasión de 1810, por fijar en la entrada de la iglesia, una y otra vez, proclamas en favor de la ocupación gala.

El clérigo, quizás imitando la osadía de los ciudadanos del pequeño pueblo de Líjar, que declararon la guerra a Francia, no dudó en soplarle, con viril entereza, una buena bofetá al militar gabacho por sus reiterados bandos y soflamas en contra de los españoles. El cura, con riesgo de ser pasado por las armas, arrancaba de la puerta los mandatos galos; hasta que se hartó y le zurró una buena hostia (no consagrada, claro está) a mano llena. Este episodio está documentado y, a mediados de los años cincuenta del XX, fray Joaquín Delgado O.P. lo narraba a sus feligreses, con natural orgullo, cada vez que podía.

Décadas después de la documentada «guantá» al militar francés, la pedanía nijareña tenía como párroco a Torcuato Trinidad Ulloa quien reivindicó el peso de Huebro en el municipio participando, sobre 1914, en los oficios religiosos por San Sebastián organizados en la villa. Fue trasladado a Partaloa y un año después, en 1915, nombraron párroco a José Garín Torres (presbítero desde el 29 de mayo de ese año). Venía desde Serón y permaneció en el cargo durante 54 años, hasta bien entrada la década de los sesenta. Garín tuvo el arrojo de cuidar de enfermos y donar parte de sus bienes a los afectados por la gran epidemia de gripe de 1918, además de velar por erradicar el analfabetismo entre los habitantes. Para ello, eran constantes sus reuniones con el profesorado del lugar, Manuela Julián Pilach y Ramón García Requena. Por todo ello fue propuesto para ingresar en la orden civil de beneficencia.

El párroco de Huebro, en la Guerra Civil, fue detenido, encarcelado y tiroteado cuando estaba preso en el Convento de Las Adoratrices. Gracias a su fortaleza física y de espíritu pudo salvar la vida, pero perdió una pierna. Aun así, siguió su ministerio sacerdotal hasta 1975, cuando falleció. Garín coincidió en su apostolado en Níjar con la llegada de otro párroco resolutivo y enérgico: Rafael López Lupiáñez. Se debe indicar que, a mediados del siglo XX, allí residían mil personas, sobre todo por el auge de las cercanas minas.

La determinación de Rafael López por difundir por la comarca la fe hacia la Virgen del Rosario motivó que, no sin dificultades, ideara el rosario de la aurora al amanecer, la romería con la imagen y su bajada a la villa. Muchos vecinos y feligreses temían que si la Patrona de Huebro salía de la iglesia rumbo al pueblo no volvería jamás, pero la porfía y tenacidad de López Lupiáñez terminó con el resquemor. De hecho, en la plaza principal de la pedanía de Huebro aún luce una placa, descubierta el 9 de octubre de 1960, en agradecimiento a D. Rafael por sus desvelos en pro de la barriada.

Pero la vida del sacerdote Rafael López Lupiáñez, hasta su muerte el 13 de junio de 2013 en la residencia de ancianos de la Diputación, tuvo los sinsabores de muchos acontecimientos dolorosos, regateados por su fe y por la voluntad extrema en salvar los problemas, de la que siempre hicieron gala los párrocos de Huebro.

Tuvo que soportar, en 1975, la muerte de su hermano Cristóbal, de 58 años, que ocupaba un alto cargo como jefe de obra en «Educación y Descanso». López ofició el funeral en la iglesia de los Jesuitas de la capital. Como el párroco de Huebro iba y venía mucho del municipio nijareño a Almería por sus diferentes responsabilidades eclesiásticas, un día, el 19 de abril de 1977, el Citroën 2 CV que conducía colisionó aparatosamente contra un Seat 850 en el cruce de El Puche. El cura sufrió diferentes lesiones, de las que se recuperó.

Aún más dura fue la prueba que sufrió con su hermano Liborio. Éste ingresó en la Compañía de Jesús en 1941 y se ordenó en la iglesia de San Ignacio y en el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Bogotá (Colombia) a finales de 1956. El 10 de abril de 1993, Rafael y Liborio estaban almorzando en el restaurante «El Pintao Viejo» de Abla cuando el local saltó por los aires debido a un escape de gas. Hubo muchos muertos y heridos y los dos curas sufrieron padecimientos gravísimos. Rafael pudo salvar su vida y recuperarse después de permanecer ingresado en la UCI de Torrecárdenas, pero Liborio falleció el 20 de mayo de 1993. Estuvo cuarenta días luchando contra la muerte en el hospital. Otra vez, un funeral por un hermano muerto…

Rafael López Lupiáñez ejerció de párroco de Huebro durante un cuarto de siglo. A los 25 años de ministerio pastoral en la pedanía fue trasladado -entre otros destinos- a la residencia de ancianos como capellán y a la iglesia de Cabo de Gata, además de ocuparse de la sección de Apostolado Social.

Ahora le toca el turno al cura sevillano Juan José Muñoz García. Ya sabe que ser párroco de Huebro aporta un plus de bravura, agallas y resolución de los conflictos. Porque sus feligreses siempre tendrán asuntos delicados que resolver.

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