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Inmaculada Idáñez Vargas, mujer, agricultora, empresaria, fundadora de GEA, miembro de la ejecutiva de COAG, en un invernadero de la zona de La Cañada. GEA
«Ante Naciones Unidas me sentí una mujer agricultora queponía voz a todas las mujeres rurales»

«Ante Naciones Unidas me sentí una mujer agricultora queponía voz a todas las mujeres rurales»

Inmaculada Idáñez Vargas, agricultora: «En el medio rural hay mucho patriarcado y machismo, el hombre ha sido el que llevaba el tractor y la mujer la que hacía el trabajo más duro. También nosotras podemos llevar el tractor»

R. I.

ALMERÍA.

Domingo, 29 de julio 2018, 02:50

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«Yo siempre he estado a la sombra de las tomateras desde que las amarrábamos con esparto y crecían al aire libre. Toda mi vida está ligada a la agricultura y me gustaría que mis dos hijas y, por ahora, mi única nieta, fueran agricultoras». Inmaculada Idáñez Vargas lo dice porque lo siente así y porque desde el trabajo pegado a la tierra no solo recoge el fruto que su parcela puede brindarle, sino también el reconocimiento de muchas personas que, activas o no en la actualidad, saben de su historia, sus andanzas profesionales y su compromiso.

Nacida el 22 de octubre de 1969 en la Bola Azul se considera llanera de cuerpo y alma (Los Llanos de La Cañada). La mayor de seis hermanos -cuatro vivos- fija su primer recuerdo cuando tenía «dos años y un poquillo» pedaleando sobre un triciclo desde la imagen triste de su madre en el velatorio de la hermana fallecida de repente y lo traslada al cortijo, sentada en una «sillica de anea» amarrando tomates con esparto y jugando a enterrar en la tierra un anillo: «lo enterraba, me entretenía amarrando tomates, lo buscaba, lo desenterraba... y así una y otra vez hasta que por más que lo busqué no logré nunca encontrarlo». Era una forma de entretenerse como otra cualquiera, en una época en la que aparte de las 28 producciones cinematográficas rodadas en Almería, el año de su nacimiento, la provincia seguía estando a la cola de la renta nacional y ni siquiera se hablaba de la agricultura como el milagro que sacaría a la provincia del pozo en el que estaba hundida.

-¿Recuerda como era la Almería de su infancia?

-De mi infancia recuerdo Los Llanos. Eran mi Almería, donde vivía, donde estaba mi día a día. La primera vez que bajé a la capital, con mi madre, le pregunté cómo no se perdía entre tantas calles iguales. Lo que yo conocía era el camino de tierra que tenía que seguir para llegar a mi casa, el mismo que recorría con cinco años para coger el transporte escolar, el que atravesaba dándole 'pataicas' a una piedra para que se hiciera más corto.

Sembrar

-¿Le gustaba el colegio?

-Ir al colegio era como ir a una fiesta. Era el lugar donde me encontraba con otros niños y niñas, donde me relacionaba. Cuando se aproximaba la vuelta tras las vacaciones no dormía esperando el día. Yo lo veía así y lo disfrutaba. No había punto de comparación con otras cosas, ni siquiera con coger la Alsina algunos sábados para ir a Almería al Mercado Central a comprar fruta y pescado.

-¿Lo veía como un gran recreo entre tanta faena?

-Siempre he dicho que soy tomatera, o cortijera. Los niños sabíamos que teníamos que estar dispuestos a echar una mano. Íbamos al colegio, pero también a la tierra. Había que trabajar en los bancales, sacar los tomates en cubillos y con rapidez porque si te retrasabas cuando llegabas el cubo pesaba demasiado. Con mi hermano Manolo con cuatro 'añillos' más de una vez nos entraba la risa y se nos esturreaban los tomates. Ahora lo recordamos y también nos da la risa. Siempre había algo que hacer, lo mismo cogía la legona para arreglar caballones que me ponía en la tajea para echar 'puñaillos' de guano. A mi lo que me gustaba era regar, pero había que andar rápida al corte del agua y mi padre tardó en darme esa confianza.

-¿Le parecía duro?

-Era lo que había que hacer. Mi generación es la de llegar del colegio, soltar la cartera, cambiarte de ropilla y a trabajar. Llegar a casa y encontrar todo recogido era impensable y cuando sucedía entraba oliendo a madre. Lavar y limpiar se hacía por la noche.

-¿Recuerda el primer invernadero?

-La primera estructura la llamábamos chiringuito. No era tan fuerte como la de un invernadero, se cubría con tela. Yo tenía 14 años y aquello por lo menos sombreaba y no había que salir a levantar los cañizos y las chozas de tomates, que siempre los tiraba el viento. El invernadero como tal llegó después, pero el chiringuito fue un primer avance para sacar los tomates raf, el cuarenteno y el muchamiel.

Regar

-¿Siguió compatibilizando colegio y trabajo o tuvo que dejar la escuela?

-Terminé en el colegio y eché la solicitud para la Laboral pero no seguí estudiando. Había nacido mi hermano pequeño y no tenía otra alternativa que el niño o los bancales. También me echaron esa responsabilidad y como a mi a las chicas de mi edad. ¡Cómo íbamos a estudiar si siempre había trabajo que hacer! No nos dieron esa oportunidad.

-¿En qué empleaba el tiempo libre si lo había?

-En jugar en el porche con la pelota teniendo cuidado de no darle a las macetas no fueran a romperse. Mis juegos eran con mis hermanos y a veces con unos vecinos que venían los domingos a su cortijo y nos buscaban, pero es que los domingos eran los días de más faena porque había venta los lunes. En verano, con 14 años, iba a bordar a la academia de Margarita, en la calle Cuartel de La Cañada y aquello era extraordinario, como tomarse un polo en el Puente o ir al cine de verano.

-¿Cuando se emancipó y empezó a trabajar su tierra?

-Mi padre me alquiló un invernadero y me dio de alta cuando tenía 20 años. Él había comprado tierra con los ahorros de cuando trabajó en Holanda pero primero me alquiló un trozo y diez años después nos partió la tierra y fui titular de mi explotación.

-Vamos, que pasó a ser empresaria agrícola

-Con 30 años y dos hijas: Inma y María José y un montón de obstáculos

-¿Obstáculos?

-Los propios de la estructura patriarcal y machista que de siempre ha tenido el sector. La mujer lo ha tenido todo en contra y aunque ahora estoy viendo una igualdad más real, la igualdad total no existe. El medio rural es machista. Yo era titular de mi tierra y eso era poco menos que quitarle valor a la persona que tenía al lado. Oyes que se refieren a la agricultura como cosa de hombres y notas una especie de desprecio, de que no entiendes, de que no sirves para eso... y llevo toda mi vida trabajando la tierra.

Recolectar

-¿Cómo se enfrentó a eso?

-Las mujeres del campo siempre le han echado un par de ovarios. Yo empecé a hacer lo que se pretendía que no hiciera. Comprar suministros, tomar café a las seis de la mañana, ir a la corrida, acudir a las reuniones, ir con compañeros... Mi abuela, mi madre también le echaban eso a la vida y si ahora la mujer está ahí es porque antes ha habido otras que han abierto camino. Ha habido muchas pioneras, lideresas que han hecho que podamos abrir los ojos. El hombre ha sido el que llevaba el tractor y la mujer la que hacía el trabajo más duro. Eso ha sido así y hay que decirlo y reconocerlo. Pues bien, también nosotras podemos llevar el tractor y cualquier otra maquinaria.

-¿Objetivos cumplidos?

-Hay que seguir luchando. Para eso hay que formarse y trabajar en equipo con el objetivo de la inclusión y para visibilizar a la mujer rural. Somos muchas con los mismos objetivos y la ilusión y el empeño es más fuerte que todas las adversidades.

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