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Miembros de la Mesa del Ferrocarril degustan un café durante el largo trayecto en la cafetería del tren.
El Puga del Talgo

El Puga del Talgo

La Mesa del Ferrocarril vuelve a Almería con buen sabor de boca tras hacer extensivo a los grupos del Congreso el malestar en la provincia por los servicios ferroviarios existentes

Miguel Cárceles

Miércoles, 20 de abril 2016, 01:12

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Madrid no es Sevilla. Ni Sevilla es Madrid. Pero Almería. Almería es Almería. El viaje de ayer de la Mesa del Tren hasta el Congreso de los Diputados para exigir «un tren digno» fue radicalmente distinto al de hace dos semanas en sus condiciones estéticas. Hubo que madrugar menos -el primer Talgo del día sale a las 7.30 horas-. El trastorno de los dos transbordos fue una pesadilla por suerte olvidada. Y para más fortuna, el Talgo tiene cafetería. Eso sí, de viaje rápido y moderno, 'na de na'. Eso no cambia.

Muchos de los pasajeros debieron pensar que sería justamente la cafetería del tren la que les iba a salvar las seis horas y quince minutos del viaje de Renfe y se lo tomaron a rajatabla. El vagón cafetería del Talgo fue ayer lo más parecido a un Casa Puga sin champiñones a la plancha ni gambas en gabardina. En él hubo una junta de portavoces del Ayuntamiento de Almería improvisada entre paseos de vagón a vagón. La comisión permanente de la Mesa del Ferrocarril hizo sus últimos retoques a una agenda prolija pero acelerada, más fijada en difundir ampliamente el mensaje que en conseguir soluciones express con quien las debe tener en la mano. Y fue también el lugar para la distensión, el chascarrillo, los chistes y las confesiones periodísticas -que haberlas haylas-. Hubo, de hecho, quien no se alejó más de un metro de la barra. Por si acaso la quitaban y la sustituían por máquinas de autoventa, como en el tren de Sevilla.

La foto familiar de rigor fue a las 7.15 horas, frente al tren dispuesto en la vía 1 de la estación de Almería. Para esos trasnochadores instantes, la senadora huercalense Maribel Sánchez (PP), que fue la más madrugadora, ya llevaba un café en el cuerpo. Tuvo que salir de su casa, en Huércal-Overa, a las seis de la mañana para poder estar a tiempo en la Intermodal. «No suelo coger el tren, pero de cogerlo me vendría mejor hacerlo en Murcia». La cruz de esta moneda la puso el alcalde de Almería, Ramón Fernández-Pacheco. No llegó a la foto de grupo, y se subió in extremis al tren después de hacer unas breves declaraciones a una televisión. «El puntual es el que llega a la hora, no el que llega antes», bromea tras subirse al Talgo.

Sin embargo, no estaban aún todos. En Gádor se subió al tren el senador Eugenio Gonzálvez (PP). En Fiñana -con una concentración de apoyo a la Mesa del Tren con pancartas y todo- se agregó el alcalde de la localidad, Rafael Montes (PSOE), con uno de sus concejales. Y en Guadix, en la provincia de Granada, se subió Juan Antonio Lorenzo, alcalde de Serón y portavoz socialista en la Diputación. «Me pilla mucho más cerca que Almería, de Serón a Guadix son unos 45 minutos», relataba el regidor.

Por esa estación, la accitana, la cafetería ya había tomado color. Manuel Guzmán (concejal de Almería), Eugenio Gonzálvez (senador) y Maribel Sánchez (senadora), los tres del PP, disfrutan del primer café con los olivos tras los cristales. «Hace mucho que no viajo en tren», reconoce Manuel Guzmán. Gonzálvez, alcalde de un municipio ferroviario, va apuntando algunos detalles del recorrido. Todos los representantes populares viajan en grupo. Y todos ellos tienen plaza en Turista Plus, como Antonio Dieste, de Podemos. «Cuando compré la plaza era la única que quedaba», argumenta, como si estuviera exculpándose por ello. Apenas 15 euros separa el coste del billete entre ambas clases, pero el resto de la Mesa del Ferrocarril viaja en Turista, en la otra punta del tren, en el primer vagón. «Nos están poniendo finos en redes porque vamos en Turista Plus. ¡Si cuando compré el billete valía más barato aquí!», asegura Guzmán. Es cierto, ocurre a menudo.

Un sindicalista de Renfe recorre el tren de punta a punta para ir incidiendo en las limitaciones de velocidad existentes en el recorrido, el principal problema para convertir en una tortura el viaje a Madrid. Algunas son casi de risa y obligan al maquinista a reducir la velocidad del convoy a 30 kilómetros por hora. «Mira, esta es por una brida de un apartadero que no se utiliza. Coste de solucionarlo, cero euros. Y habríamos ganado ocho minutos», arremete.

Mientras el senador Luis Rogelio Rodríguez-Comendador escucha tangos, llegamos a Linares-Baeza. Suele ser la parada más larga, pero vamos con retraso. Unos diez minutos. Así que en un abrir y cerrar de ojos el jefe de estación le da la salida. Ramón Fernández-Pacheco mira series en su portátil. Pero seguro que no acabó de ver ni el primer capítulo porque el teléfono no paraba de sonarle -cuando tenía cobertura-. Y a Gonzálvez se le escuchaba refunfuñar de forma constante cada vez que el tren pisaba el freno. «Es una vergüenza, una vergüenza», comentaba a sus compañeros. Rodríguez, entre tangos, decía que sí con la cabeza.

En el otro extremo del tren, José Luis Sánchez Teruel, diputado autonómico y secretario general del PSOE explora documentos. Sonia Ferrer Tesoro repasa una intervención parlamentaria que tendrá en próximos días. «De presupuestos», indica. Montes, el alcalde de Fiñana, se echa un 'selfie'. Y el resto del vagón, habla por lo bajo o duerme.

La cafetería sigue siendo un hervidero. Rafael Burgos, concejal de Ciudadanos, tuitea frente a la barra. Y al otro lado, junto a los taburetes, aguarda Liberio López, de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Almería. «Ya queda menos», indica el camarero mientras sirve un café. Cierto. En media hora ya estábamos en Atocha. Y en Madrid -que no es Sevilla, pero tampoco es Almería- la lluvia no era una maravilla. Y en el Congreso no esperaban migas.

El carro de Almería

Una instantánea da la bienvenida a los viajeros al restaurante del Congreso. Era para homenajear a Cervantes en el 400 aniversario de su muerte, pero pareció una broma del destino: la portada de la carta del menú muestra a Don Quijote frente a un carruaje. «Mira, como los trenes de Almería», guiña Ferrer Tesoro. Come toda la comitiva al completo, salvo los miembros del Partido Popular. En la mesa de al lado, Diego Clemente junto a otros compañeros de Ciudadanos. Él vino en avión por la mañana.

Cuando se agregan los miembros populares de la comitiva, unos tres cuartos de hora después, el diputado Juan José Matarí viene con ellos. Vive de forma habitual en Madrid, así que les hizo de mecenas. Y justo en ese instante comienza la maratoniana tarde de reuniones. Patxi López, Comisión de Fomento, PSOE, Ciudadanos, PP. Podemos. No se sabe si se llegará a todas. Pero aún así hay un momento para ver cinco minutos del pleno. Amalia Román señala al techo del hemiciclo, a los disparos del 23-F, y saca el móvil para fotografiarlos. «No se pueden echar fotos», le recrimina un ujier.

Las reuniones se suceden en un continuo. Los grupos toman nota. Y en la del PP, que encabeza el portavoz popular Rafael Hernando, la discusión se tensa. Al fin y al cabo, su partido sigue en el Gobierno. «El jueves [mañana] va la ministra Ana Pastor y el secretario de Estado [Julio Gómez-Pomar]. Ellos os podrán aclarar más», escudaba el diputado.

La jornada termina a las diez tras un encuentro breve con Podemos e Izquierda Unida -los dos juntos-. «Nos llevamos buen sabor de boca. Los grupos ya saben lo que tenemos en Almería, y se han comprometido a tomar medidas parlamentarias, a preguntar, a moverse. Además, el jueves hablaremos con la ministra. Parece que se está tomando conciencia de la situación y que se van a explorar medidas», valoraba José Carlos Tejada, de Comisiones Obreras, coordinador de la Mesa. A toda prisa. A las once de la noche, en un rato, sale su autobús nocturno hacia Almería. El único modo de ir y volver a Madrid en el día sin gastarte un dineral en el vuelo. Ayer habría costado más de 300 euros.

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