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Fran Gavilán
Martes, 19 de abril 2016, 01:16
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La tragedia se ha cebado por partida doble sobre una familia de Vélez-Rubio. Encarna T. M., natural de esta localidad y de 57 años, tiroteada el pasado sábado junto a su pareja, el pastor José Navarrete, en la finca de este en la localidad murciana de Caravaca de la Cruz, fue condenada a seis años de prisión por matar con una escopeta de caza en diciembre de 2005 a su esposo, Antonio L. G. y de 50 años, a quien enterró en una zanja que el matrimonio usaba para sepultar a los animales que fallecían en la instalación porcina que tenían en un cortijo situado en el paraje de 'Los Guiraos'.
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Encarnación T. M., enterrada ayer en Vélez-Rubio y con dos hijas y un hijo mayores de edad, llevaba «poco tiempo» residiendo en la localidad murciana de Caravaca de la Cruz. Así lo indicaron fuentes consultadas por este periódico, quienes señalaron que se había trasladado al cortijo familiar de Vélez-Rubio, lugar donde cometió los hechos por los que fue juzgada, nada más salir de prisión tras cumplir una condena por un delito de homicidio.
Al parecer, Encarna T. M. había conocido «hace poco» al pastor José Navarrate. Por este motivo, había decidido marcharse a residir con él a la localidad murciana. La mala suerte hizo que ambos encontraran la muerte supuestamente a manos de Juan A. A., de 43 años y alias 'El Orejas', un conocido del pastor que presuntamente mantenía rencillas con la pareja por una discusión por cuestiones económicas.
Casi once años después de acabar con su marido, el cuerpo sin vida de Encarnación T. M. fue hallado por agentes de la Guardia Civil y de la Policía Local de Caravaca de la Cruz a escasos diez metros del cadáver de su pareja, junto al cortijo en el que ambos residían. Tendido junto a dos vehículos, el cuerpo de la mujer presentaba dos impactos de bala, supuestamente realizados por el tirador cuando ella trataba de escapar.
Se ponía así punto final a la vida de Encarnación, irremediablemente marcada el 8 de diciembre de 2005. En la mañana de ese día, la mujer acudió al cortijo Los Guiraos, situado a unos cinco kilómetros del núcleo de Vélez Rubio, y que, según la separación de bienes que la pareja había efectuado en junio de ese año, era propiedad de la mujer.
Según relató la imputada en su declaración en sala judicial, cuando llegó a la explotación porcina, encontró a su marido, que le dijo que estaba allí porque «le daba la gana» y porque la finca «había sido siempre suya», tras lo que la amenazó con quemar el cortijo con ella dentro y se dirigió a una nave donde estaban los aperos agrícolas.
Tres disparos
La mujer cogió entonces la escopeta de caza de su marido, que estaba sobre la cama de la vivienda, y salió al encuentro del esposo, que salía de la granja con una horca de hierro en la mano y que, según ella, le pidió que la matara o «la liquidaría», tras lo que efectuó un primer disparo entre las piernas aunque sostuvo que sólo tenía la intención de asustarlo.
Al ver que él continuaba acercándose, le propinó otros dos tiros que le causaron la muerte y lo sepultó en una zanja utilizada para enterrar a los animales. Sin embargo, ese mismo día, sobre las cinco de la tarde, alertó de lo ocurrido al servicio de Emergencias 112, que dio aviso a la Guardia Civil.
La autora de la muerte reconoció a los agentes de la Policía Local y del Instituto Armado que había matado a su esposo cuando estos llegaron a la zona. De hecho, ella informó del lugar en el que había enterrado el cuerpo sin vida del hombre.
Los agentes se pusieron de inmediato a buscar el cadáver de Antonio L. G. para corroborar que la historia contada por la mujer era cierta. Comenzaron por las inmediaciones de la vivienda ubicada dentro de la explotación ganadera. Cuando llegaron a la fosa mencionada por la presunta agresora, ésta alegó que «no quería aproximarse a la misma para no ver el cuerpo de su marido».
Se quedó alejada de los agentes, quienes observaron instantes después que había cogido una escopeta de caza, probablemente la misma con la que disparó al hombre. Intentó suicidarse, pero el disparo que realizó finalmente impactó en su barbilla y tuvo que ser trasladada de urgencia al hospital de La Inmaculada, en Huércal-Overa.
El trágico suceso conmovió a los cerca de 7.000 habitantes que residían por aquel entonces en Vélez-Rubio. Y ayer, con motivo de la misa fúnebre de Encarnación, fueron muchos los que recodaron aquel fatídico 8 de diciembre de 2005.
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