Un vertedero con vistas
Las murallas de San Cristóbal muestran una imagen impropia de una ciudad que aspira a poner en valor su historia y riqueza patrimonial
Sergio González Hueso
Domingo, 10 de agosto 2014, 00:34
Jon Rafman estuvo tras las murallas del Cerro de San Cristóbal y nadie vio, ni tan siquiera por Google Earth, su obra genial. Él es ... un artista contemporáneo de origen canadiense que pone a la humanidad frente a un espejo. Le hace ver que su obra, esa que modela con el pasar de generaciones, no es más que el fiel reflejo de una involución, de una desviación tanto ética como estética.
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Lo que esconde el lienzo de la muralla de Jayrán que circunda el cerro de San Cristóbal es, llanamente, basura, porquería, detritus, de lo que se vale precisamente este artista. La estampa que proyecta la loma deja con las vergüenzas al aire al político desmemoriado y al ciudadano incívico. En definitiva, a una sociedad en descomposición que se comporta de manera incomprensible, en este caso, con su historia y su legado. Nada nuevo bajo el sol almeriense, ese que te acaricia como una madre al recorrer la escombrera con las mejores vistas de la ciudad. Por obra y arte del primer rey que tuvo la Taifa de Almería.
Atravesar el postigo
Se hace complicado subir al cerro de San Cristóbal. Sigue siendo tan inexpugnable como antaño, cuando el accidente geográfico servía para avistar e intentar disuadir a unos enemigos que por aquel entonces sobraban. El Plan Especial de Reforma Interior (PERI) de San Cristóbal sigue aparcado y claro, el acceso a la zona se convierte en aventura de valientes o quejas de taxi en primera.
Arriba, la majestuosidad de las vistas que te regala una de las postales más compradas en las tiendas de souvenirs almerienses, rápidamente se ve empañada por la suciedad y el abandono al que está sometida la zona. Declaradas Monumento histórico y artístico en el año 1931, las murallas de San Cristóbal muestran la peor cara posible en unas fechas más que inoportunas, ya que la celebración del Milenio rememora un pasado el cual, tras superponer un ejemplo tras otro, queda de manifiesto que en Almería solo se respeta de boquilla.
Para atravesar el lienzo hay que hacerlo por el postigo de Jayrán, una pequeña maravilla totalmente desconocida por la mayoría de almerienses. Es la puerta al otro lado, cuyo modelo de construcción se hizo, según cuenta el arqueólogo Lorenzo Cara, con aparejos impropios en la época. Y todo a consecuencia del carácter conservador del primer rey Taifa de Almería, quien siendo mano derecha de Almanzor no quiso otra cosa que trasladar a Almería el esplendor y magnificencia del extinto Califato. «La forma en la que está construido el postigo así como buena parte del lienzo de la muralla ya no se cotizaba por entonces. De ahí su singularidad y que haya diferentes tesis historiográficas acerca de este conjunto monumental». Cara explica que seguramente se desplazara expresamente a constructores de Medina Azahara, la ciudad palatina cordobesa, para levantar esta fortificación. Almería era el orgullo del lugarteniente de Almanzor y por ello no reparó en detalles ni en esfuerzos. Asimismo, existe en el conjunto otra cuestión a tener en cuenta, y esas son las tres torres de piedra semicirculares que imprimen al conjunto un toque de distinción. Los mentideros hablan de que podrían haberse construido en tiempos de Alfonso VIII, que al conquistar Almería ejecutó una restauración del lienzo amurallado, siendo estas torres proyectadas según los cánones en los que se basaron para la construcción de las murallas de Ávila.
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Pero al valor histórico de este conjunto monumental, que está fuera de toda duda después de llevar 1.000 años en pie, ¡De qué no habrá sido testigo!, hay que sumarle el maravilloso contexto geográfico y paisajístico de un entorno que de norte a sur se recita de memoria: La Fuentecica, El Quemadero, San Cristóbal, La Hoya y la Alcazaba. Y de fondo, la bahía de Almería. Y al oeste, el Cortijo de los Pinos. Una maravilla lamentablemente abandonada.
Escombrera con vistas al mar
El descampado que se presenta tras el postigo, el que está de espaldas a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, quien no se tapa la nariz porque está esculpido en mármol, se ha convertido en una zona que vive una realidad difícil de creer. Montañas de escombros le hacen la competencia a las murallas en altura, si bien las primeras son mucho más vulgares: ladrillos, tuberías, cemento, cristales, material aislante, ropa sucia, aluminio, lavabos, trozos de mampostería... las conforman. Menos mal que no cae de paso, porque si aún así se ha convertido en un lugar donde la gente ha vertido sus deshechos sin que el Consistorio ponga orden, imaginen cómo luciría si estuviera a la vuelta de la esquina.
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Parece ser que fue a partir de los años 70 cuando la loma de San Cristóbal comenzó a recibir toda la porquería resultante de las reformas domésticas que se llevaban a cabo en los barrios colindantes. A falta de escombreras se prohibió por seguridad acabar con una muy mala costumbre de algunos almerienses: utilizar la desembocadura del río Andarax para tal fin. Desde entonces, un lugar que podría haberse convertido en una mina de oro turística es precisamente todo lo contrario: un montón de escombros, entre otras cosas.
Ahora bien, tras un paseo por la zona, se puede ver que no es lo peor. A esto se suma el lamentable estado de conservación de la muralla, donde, entre otras cosas, se puede observar horrorizado como una pintada de un gamberro 'decora' el tapial desde tiempos inmemoriales sin que tampoco ninguna Administración mueva un dedo. Ni acero corten siquiera.
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El problema va más allá, ya que en lo habitual en la loma es que te tropieces con restos de muralla medio enterradas, las cuales no están siquiera catalogadas o protegidas. Todo un descaro, puesto que un día podría repetirse un episodio como el de la Molina de Los Ángeles, atropellada por una excavadora municipal. Tampoco es recomendable asomarse, a escasos 50 metros, al barranco del Quemadero. Lugar donde existe, entre mucha basura acumulada, un cementerio de televisores antiguos a los cuales han arrancado su tecnología ya obsoleta. Si no fuera por su insalubridad y su cercanía a las viviendas, sería digno, por su singularidad, de ser observado. Con espanto hipnótico, claro, como la obra de Rafman, esa que muestra el panorama tal y como es, por muy desolador o triste que sea.
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