Obras de construcción de la calle Ganivet surgida tras la demolición del barrio de La Manigua. Torres Molina

La dictadura urbana reformista

1941-1950 | REPRESIÓN Y RACIONAMIENTO ·

El Ayuntamiento de Granada enfoca radicalmente este periodo (1941-1950) de manera pragmática y ejecuta una serie de actuaciones gracias al poder sin discusiones que le otorga la dictadura

pedro salmerón escobar

Jueves, 5 de mayo 2022, 15:57

En los años 30 del siglo pasado se incendia un edificio en plena Puerta Real y antes de acabar esa década se construye en su ... lugar el edificio Costales, que actúa como portada premonitoria de una operación de largo alcance. Antonio Gallego Burín, alcalde de Granada en plena contienda civil (1938), lleva interesado largo tiempo por la ciudad y tiene las miras puestas en la recuperación del ideario regeneracionista de Ángel Ganivet que se posicionó frente a una urbe que pierde progresivamente sus referencias estético-culturales, a la que llega la 'epidemia del ensanche', traza la Gran Vía y cubre un río como el Darro poseedor de todas las claves del pasado. Gallego Burín no cree en la eficacia y bondad del planteamiento urbanístico que puede tener un incierto y difícil recorrido como el incipiente Plan de Alineaciones (1951). Enfoca radicalmente este periodo (1941-1950) de manera pragmática y ejecuta una serie de actuaciones gracias al poder sin discusiones que le otorga la dictadura y a un oportuno repertorio de medidas de ingeniería financiera.

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La Manigua es lumpen urbano con acumulación de viviendas en mal estado, pobreza y ejercicio de la prostitución, una especie de lacra en pleno centro de la ciudad. Su plan implica a un sector extenso que abarca desde la calle Sarabia hasta el frente del Embovedado. Los solares resultantes permiten una edificación masiva en altura y profundidad que tiene cierto parecido con la Gran Vía, pero añade nuevos protagonistas como un tipo de parcelas y manzanas de mayor escala y unos soportales en la calle Ángel Ganivet que centra todo el repertorio estético y formal. La actuación se sustenta en el papel del Ayuntamiento como agente inmobiliario frente a la apertura de la Gran Vía acometida por un ente privado. La captación directa de las plusvalías hace posible la operación con gran eficacia: basta una década para cambiar toda la escena. Otra cosa es lo que ocurre con los pobladores que son expulsados y los propietarios de las antiguas parcelas, expresamente desoídos por la máquina administrativa de un poder sin discusión. La Puerta Real de España tiene dos nuevos inmuebles que contribuyen a formalizar una portada radial: el edificio Olmedo y Correos se unen a los ya existentes de Costales, Café Suizo y hotel Victoria. Aunque los ensayos estéticos son dudosos está apareciendo una nueva imagen basada en la solidez de los volúmenes que combinan recursos herrerianos, neoclásicos y castizos. La nueva escenografía buscada por el acalde se aleja claramente de los ideales de Ganivet, pero asienta una posición elitista de la dictadura en manos de un esteta y reformador como Gallego Burín. La calle es inaugurada por Franco en 1943.

La escenografía como instrumento de disección se emplea también en puntos clave del centro de la ciudad. Se aíslan sectores de la trama urbana y se trata su piel como parte de un maquillaje que permanecerá largo tiempo gracias el uso de materiales nobles como la piedra, los pretiles de separación de ambientes y la creación de nuevos ejes compositivos mediante la recolocación de fuentes, esculturas y rejas que estaban en otros emplazamientos. El grupo más selecto de las plazas en las que interviene, Pasiegas, Alonso Cano, Bib-Rambla, Santa Ana, los Tiros, Santo Domingo, Capilla Real (placeta y calle Oficios), se completan con otros trabajos en los interiores de la Madraza, Casa de los Tiros y museo-sacristía de la Capilla Real. Una operación sin precedentes para retorcer la estética de los ambientes, una especie de nuevo sello, desprovisto de un verdadero refinamiento, pero difícil de superar como imaginario en décadas posteriores. Todo este decorado basado en la operación Manigua y en espacios neurálgicos del interior de la ciudad, se hubiese sostenido difícilmente sin una actuación en la frágil infraestructura del nuevo centro simbolizado por Puerta Real. Por esta razón se consolida la bóveda del río Darro en ese entronque vital, se hace una compleja operación de nivelación y se cubre el resto del río formalizando la Acera del Darro, rematando de esta forma un proyecto que arranca con la II República.

El vacío urbano resultante queda descontextualizado, pero la fuente de las Batallas, reubicada como rotonda de distribución del tráfico tranviario y la articulación de un paseo para la burguesía granadina conectando con la Carrera de la Virgen, aseguran el esfuerzo transformador de esta década.

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