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El hermoso paraje español que fascina a los turistas: última oportunidad para visitarlo

El hermoso paraje español que fascina a los turistas: última oportunidad para visitarlo

Los cerezos del valle del Jerte, en Cáceres, atraen estos días a miles de visitantes. Este fin de semana es la última oportunidad para hacerse la foto junto a un árbol blanco, y este año con una novedad: ¡la nieve!

ANTONIO ARMERO

Viernes, 20 de abril 2018, 01:38

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La trampa consiste en subir a Casas del Castañar (594 vecinos) por la carretera antigua. Un puertecito de asfalto quebrado, sin apenas tráfico, mucho más conocido por los ciclistas aficionados de la zona que por el común de los paisanos del entorno. No digamos ya por los turistas que estos días multiplican la población del valle del Jerte. 'El valle picota', se lee en una valla publicitaria al pie de la N-110 (Soria-Plasencia), la carretera que atraviesa esta comarca extremeña famosa por sus cerezas y que estos días conviene ignorar. Hay 'overbooking' hasta en los arcenes. Si el margen de la vía tiene dos metros y queda cerca una fila de árboles blancos, hay gente haciéndose fotos. Es el cerezo en flor, fiesta de interés turístico nacional, el orgullo de esta comarca cacereña que estos días se revoluciona.

Ajenos al follón de coches de la carretera principal están Feliciano Rey y Conrado Porras, parados en esa otra vía que no aparece en los mapas pero que ellos usan a diario. El primero ha dejado su furgoneta aparcada en la parcela y pega la hebra en canónica postura, con el codo apoyado en el tractor del amigo (velocidad máxima, treinta). Los dos, claro, se dedican a la cereza, la clave de bóveda de la economía local. «Yo se lo tengo escuchado muchas veces a los abuelos: 'Aquí nacemos y nos criamos, y nos morimos sin llegar a comprender cómo funciona esto del cerezo'». Lo dice Feliciano a cuenta de la irregularidad de fechas que caracteriza la floración de este árbol que coloniza este paisaje con un millón y medio de ejemplares. «El otro día -relata el hombre- me llamó por teléfono mi hijo, que está estudiando en Madrid, y me preguntó que cómo estarían los árboles para este fin de semana, que quiere venir con unos amigos que son de allí, y yo le dije 'Pues no sé yo, hijo, te llamo el viernes y te digo'»

Espectáculo efímero

La conversación familiar de Feliciano resume mejor que ninguna guía sesuda cómo es la mecánica natural del cerezo en flor. Por si quedan dudas, su amigo de cacofónico nombre apostilla. «Este árbol de aquí -y Conrado Porras toca una rama de un cerezo inmaculado que tiene a medio paso-, y que hoy miércoles (por ayer) está blanco, el domingo estará verde». Estos ritmos del campo los decide un actor primordial de esta fiesta: el tiempo. Si llueve o hace frío, la floración se retrasa. Si hace sol, se adelanta. Además, hay que tener en cuenta otro factor: no florecen todos los ejemplares a la vez. Lo hacen primero los situados en cotas bajas y luego los que están a mayor altura. Esta vez, unos y otros han remoloneado. «El año pasado -ilustra Feliciano Rey-, el 15 de abril yo ya estaba recogiendo cerezas para mi mujer».

Este año, su esposa tendrá que aguantarse las ganas. Porque el proceso natural se ha retrasado como hacía tiempo. En la zona ha llovido hasta llenar pantanos que andaban famélicos. Y ha hecho frío. Como consecuencia, han proliferado las cancelaciones en hoteles y casas rurales, y los árboles que atraen turistas han tardado en clarear. Para compensar, el mal tiempo ha dejado un regalo: la nieve. Un elemento desconocido en esta esquina del mapa español casi a cualquier altura del año, más aún en primavera.

Picota y cereza: la diferencia

«Es todo una preciosidad, esas laderas blancas... Pero es que con la nieve ahí al fondo, tan cerca, está todo más bonito todavía», resume Luisa Fernández González. «Esto es divino, una auténtica maravilla», refrenda su marido, Alberto Valdés Navidades. El matrimonio es de Gijón, llegó a Extremadura el lunes, se aloja en Jaraíz de La Vera y anda de acá para allá con su Toyota Corolla, recorriendo la provincia de Cáceres. Han aparcado en un arcén bien ancho y ella le hace fotos a él, que posa junto a un árbol en su plenitud. Al minuto siguiente, se paran dos coches y se baja un grupo de hombres. Son media docena. De Badajoz, de Canarias, de Segovia, de Madrid... «Teníamos una reunión de empresa y hemos aprovechado para venir a ver el cerezo», cuenta uno de ellos antes de que otro haga una broma procaz que todos saludan. Se hacen el autoretrato colectivo de recuerdo y siguen su camino.

Tienen aproximadamente un cien por cien de posibilidades de cruzarse con un autobús lleno de turistas.

En Cabezuela del Valle, la localidad más poblada de la comarca (2.250 residentes), se ha parado el bus en el que viajan María y Pablo, los dos prejubilados, los dos de Huelva. Están sentados en un pretil. A sus espaldas, el río Jerte corre sobrado de agua. Ella habla por teléfono. «Oye, que ya sé perfectamente la diferencia que hay entre la cereza y la picota, que me lo han explicado perfectamente esta mañana, así que ya no me la pegas más tú a mí con lo de la picota...». Inciso: la diferencia principal es que la picota, la más cara de las variedades de cereza, no tiene rabo, y además es la que da nombre a la denominación de origen. La pareja andaluza se lleva la lección aprendida y un recuerdo estupendo del viaje, aseguran. Estos días duermen en Plasencia, «una ciudad que me ha impresionado», dice él. Y ella asiente. «Yo tenía muchas ganas de ver el cerezo en flor -cuenta María-, y cuando vi que aparecía en el catálogo de viajes para mayores de sesenta años de El Corte Inglés, dije: 'De esta vez no pasa, me apunto'».

De Cabezuela les llevaron a una finca, a ver de cerca y tocar los árboles, y después a comer a Los Arenales, uno de los hoteles clásicos de la zona. Tiene 35 habitaciones dobles y para este sábado ya no queda ninguna libre. Lo llena gente llegada de cualquier sitio de España. También algún extranjero, aunque son los menos. Los centroeuropeos son más habituales en los campings y en los aparcamientos para autocaravanas. En el que hay antes de la subida que lleva a la reserva natural de la Garganta de los Infiernos está aparcada la casa rodante de Car y María van der Menghaunel. Son de un pueblo de doscientos habitantes del sur de Holanda, y han viajado hasta aquí atraídos por la foto de los árboles blancos. Dedicarán dos semanas a recorrer Extremadura, después saltarán a Portugal, y en el viaje de vuelta pararán en Francia. O sea, se recorren una parte de Europa con el cerezo en flor extremeño como principio de todo. Si llegan a probar la picota, igual no vuelven a Holanda.

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